"No ha habido un solo día en mi vida en el que no haya leído"

J. Benito Iglesias
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Más de 42 años de oficio en 'Diario Palentino' dejan mucho poso. Tres meses después de jubilarse, Carmen ha pasado de hacer entrevistas los últimos siete años al frente de Qué fue de... a contar su propia vida en esta sección

"No ha habido un solo día en mi vida en el que no haya leído" - Foto: Sara Muniosguren

Carmen Centeno San Martín vino al mundo el 5 de junio de 1961 en la calle Rizarzuela, en el corazón del barrio de La Puebla. Estudió desde los 4 a los 14 años en las Siervas de San José (Josefinas) e hizo BUP y COU en el instituto Jorge Manrique. Se licenció en Ciencias de la Información, rama Periodismo, por la Universidad Complutense de Madrid y ha dedicado una gran parte de su vida a informar y contar el día a día de otros. Ahora, le toca sentarse al otro lado de la mesa como entrevistada tras ser la primera mujer contratada como periodista en Diario Palentino con solo 21 años, después de dos fructíferos veranos en prácticas.

 Su amplio bagaje profesional dio paso a su responsabilidad como jefa de la sección de Local entre 2003 y 2007, puesto que dejó por el de redactora jefe hasta su reciente jubilación el 6 de julio. Todo tiene su tiempo y, en su última etapa profesional, tras acercar en esta misma sección la historia personal de 286 palentinos, la cosa ha cambiado. Ahora, disfruta al máximo de sus dos nietos, Javier, de dos años, y Pablo, un bebé nacido  el día 11 del mes pasado.

«Es cierto que se concentran una sucesión de imágenes y momentos en la cabeza de todo lo vivido, pero no es nunca más de medio minuto o un minuto y, a continuación, llega una relajación absoluta. Vengo de visita y veo a la gente, pero sin el chip de estar conectada permanentemente a todo. Lo llevo bien y no echo de menos en ningún momento lo vivido, ni tampoco de más. No reniego de haber trabajado aquí», asevera.

"No ha habido un solo día en mi vida en el que no haya leído"A su vez , sin haber de por medio un interés profesional,  tiene la oportunidad de «revisitar la ciudad con otra cara» y de reunirse con la gente con la que antes era casi imposible encontrar momentos comunes. «Hago una cosa que me encanta de toda la vida y que es aprovechar todavía el poco buen tiempo que nos queda para tomar un café en una terraza. Puedo ir al cine y al teatro y he aprovechado el recién concluido Festival Ciudad de Palencia para recuperar esa sensación que es única, la del teatro. Además, acudo al Cine Club Calle Mayor y lo he recuperado 30 años después, tras dejarlo por cuestiones de horario. También voy a empezar algunos cursos en la Universidad Popular que me interesan y he vuelto a escribir un poquito y retomado los poemas», se congratula.

Empezó muy joven en el periodismo, pero los recuerdos siguen latentes y dan para mucho. En Semana Santa, cuando estaba estudiando tercero, recibió una inesperada llamada del redactor jefe de entonces, José María Ruiz de Gopegui, que había pasado a ser director. «Me dijo que, si estaba dispuesta, empezaría a trabajar ese verano, al terminar el curso el 1 de julio, y que quería hacer una apuesta muy fuerte por mi con la empresa al ser la primera mujer en que se incorporaba a la redacción en la historia del periódico, que era de muchos años ya», rememora.

Los profesores de la facultad de Periodismo le indicaron que una temprana oferta así «no era rechazable de ninguna manera» y,  mucho más, en un periódico de provincias. «Es donde se suele aprender a ejercer la profesión porque se pasa por todos los ámbitos y así fue. El cuarto y el quinto curso los hice trabajando como auxiliar de redacción desde 1982 y, cuando terminé la carrera, pasé a ser redactora en 1984», señala.

Entonces la vida le cambió, estaba descubriendo Madrid y ya conocía determinados ambientes y lugares de una ciudad que le encanta. «Mi previsión era la de ir a vivir allí los dos últimos años de carrera en un piso con compañeros, en vez de en colegios mayores como antes. Pero,  por otra parte, era empezar en la profesión muy joven y en Palencia, eliminando así un gasto muy alto para la familia. La sensación era ambivalente y, por un lado, pensaba en que luego podía buscar otro sitio u otra oportunidad, pero, por otro lado, las circunstancias fueron favorables y me quedé aquí», apunta.

Carmen es la mayor de dos hermanas, hija de un contable y una ama de casa. Se casó con Quirino en 1985 y tuvo a su hijo mayor, Víctor, en 1986, y al segundo, Pablo, en 1993. En su haber destaca «una infancia feliz en una familia muy unida», arguye, y, en este entorno y un oficio duro que quita muchas horas  para conciliar, asegura que todo han sido apoyos. 

«Lógicamente, el trabajo es el trabajo y, aunque el horario flexible del periodismo es muy bueno para algunas cosas, es fatal para otras. No te deja tiempo y el primer año y el segundo de maternidad te sientes culpable. Día sí  y día no llamas a tu madre cuando está el niño con ella o a tu hermana si se quedaba con él hasta que salía mi marido del taller.  Aquí, también, tengo que hacer una defensa a ultranza de Quirino, que nunca jamás hizo caso a lo de soy un hombre y no debo hacer esto y aquello porque me miran raro: hago coladas, saco de paseo al niño, voy a hacer la compra y luego la comida...Nunca se lo planteó en ningún término, ni de machismo, ni de feminismo, ni de hay que compartir tareas. Entonces yo llegaba y hacía esas cosas que faltaban, sobre todo los fines de semana en los que no tocó trabajar. También han sido muy responsables tanto Víctor como Pablo y siempre trataron de ponérmelo fácil como madre», significa.

VIVENCIAS PROFESIONALES. De su largo devenir profesional, narra la temporada en la que compaginaba la información cultural y la municipal, que recuerda como dura a nivel de trabajo y complicada, de muchas horas, preparación y esfuerzo. «Pero a mí me compensaba al  acercarme  a lo cultural, porque es lo que más me ha gustado siempre, dada la cantidad de gente a la que yo he conocido, las innumerables cosas que he visto o las oportunidades que tuve de asistir a cómo se iba incorporando Palencia un poco a la modernidad, a lo que ya había en las ciudades grandes. En la parte de la información municipal fue positivo porque estás al día de lo que está pasando, de lo que hace el Ayuntamiento, de lo que influye para que tu ciudad sea mejor o peor, que los ciudadanos paguen más o menos y haya más o menos ayudas o más o menos servicios», detalla. 

LO BUENO Y LO MALO. De las vivencias periodísticas que marcan a fuego, en el sentido negativo, Carmen desgrana algunas que, por su significado, aún perviven en su retina. Así, alude a momento más duro, el 11 de marzo de 2004 tras los atentados con explosivos en los trenes de Atocha en Madrid. «Fue de lo peor que yo he vivido con una redacción silenciosa. Me agobiaba el silencio que había en la calle, en todas partes. Nadie hablaba y recuerdo llorar y llorar sin hacer ningún esfuerzo, estar viendo repetidas las imágenes de televisión y recibir los datos que llegaban con esa sensación de absoluta impotencia, de no poder hacer nada, de que informativamente siempre te vas a quedar corto y quedaba mucho por investigar. También me marcó el accidente del helicóptero en el que murieron en 1988 la que fue  gobernadora civil, Rosa de Lima Manzano, que por aquel entonces era directora general de Tráfico, el crítico de arte Santiago Amón y el político Alberto Acítores. No es que fueran amigos íntimos, pero hubo mucho trato y había cierta amistad», asevera.

Y en lo bueno elige un momento relacionado con la integración del pueblo gitano en la sociedad a través de los programas del Ayuntamiento, de las trabajadoras sociales. «Recuerdo que fui con una de ellas a una casa cedida a una familia que tenía niños pequeños y estaba solo la madre con ellos. Apenas había mobiliario, pero la hospitalidad de aquella mujer y el desvivirse por prepararnos un café nos marcó. Nos dio todo e hizo que uno de sus hijos fuera a buscar unas pastas. Vimos ese espíritu que tenía de supervivencia y de verdad, de querer formar parte de la sociedad por todos los medios. Me sorprendió gratamente ya que la visión general y social de esa etnia no es precisamente positiva», arguye. 

De Carmen llama la atención su pasión por la lectura, en la que se siente muy a gusto descubriendo, como explica, todo tipo de facetas humanas reales y ficticias en libros de diversos estilos y autores. «Lo de leer es algo que no he dejado de hacer desde los 4 años. Entonces aprendí las primeras letras en Diario Palentino con mi padre, porque él lo leía todos los días. Verle siempre a él y a mi madre leer hizo mucho, porque para mí era una actividad más de cada día y no ha habido uno solo en mi vida en el que no haya leído», enfatiza.

Esta periodista de raza remarca que si algo bueno le ha enseñado el periódico en el que ha permanecido toda su vida profesional es intentar hacer bien el trabajo diario. «Tiene que ser así desde una nota de prensa a una entrevista de tres páginas, una crónica de información pura y dura o una rueda de prensa. Siempre he dicho a la gente de prácticas que al irse a la cama debía tener la sensación del deber cumplido. Este trabajo tiene repercusión social, se ve fuera y se refleja todos los días. Lo de ahora mismo dentro de media hora ya no vale, porque ha cambiado, y mañana ya se ha quedado viejo. Por encima de la ambición personal y todos los premios que aspires a ganar, entre comillas, está el trabajo bien hecho de todos los días», concreta. 

Para terminar, no quiere dejar de plasmar el recuerdo de un compañero que falleció en diciembre de 2022 con 47 años.  «De todas las personas con las que he trabajado, Luis Rivas es  una de las que más vinculación ha tenido conmigo. Al principio, no me caía bien, me parecía demasiado soberbio, y luego descubrí día a día su empeño en ser riguroso. Era un periodista de pura raza. A pesar de ser mucho más joven que yo, me enseñó cosas. Quiero citarle por eso, porque desapareció, tristemente, demasiado pronto», concluye.