Cuando la fiesta a Don Carnal era otra historia

Pablo Torres
-

Jesús Alonso ha estado más de 70 años cumpliendo con su particular afición de disfrazarse durante estas fiestas, mucho antes de que esta costumbre estuviera arraigada en la población

Jesús Alonso con algunos de sus recuerdos de Carnaval - Foto: Sara Muniosguren

Aunque ahora sea común ver en Carnaval pasacalles, desfiles y cientos de viandantes disfrazados en honor a Don Carnal, hace 40 años la situación era bien diferente. Estas fiestas se miraban de reojo y solo eran celebradas por unos pocos pioneros que, sin ningún ápice de vergüenza y con la única pretensión de pasarlo bien, decidían salir caracterizados de todo tipo de personajes ante el asombro y las miradas de la gente. 

Jesús Alonso era uno de ellos. A los ocho años, al igual que muchos de los niños de su pueblo, Castromocho, comenzó a disfrazarse. Así lo ha estado haciendo Carnaval tras Carnaval hasta casi los 80 años. Si bien comenzó en su pueblo natal con esta costumbre, tan arraigada en los tiempos actuales, pero muy pintoresca hace no demasiado, desde 1985 la ha practicado en la capital, y así ha seguido haciéndolo hasta 2014. 

Alonso no estaba solo. Junto a él, otros dos amigos, que en la mayoría de fiestas salían acompañados de un burro. «Yo ponía la idea y ellos se disfrazaban conmigo», relata este pionero. Además de las ganas de pasarlo bien y reírse entre ellos, la bota de vino nunca les faltaba en sus aventuras por las calles palentinas. «Cuando veíamos a alguien que conocíamos le ofrecíamos de beber», explica, antes de matizar que solo hacían bromas «a aquellos con los que teníamos confianza». Este rotativo ya se hizo eco de su particular costumbre, pues en una de las ediciones de 2001 aparece Alonso con sus dos amigos disfrazados de corredores de San Fermín.  «Hasta hace siete u ocho años la gente no iba a los pabellones», asegura Alonso, quien ha vivido de cerca la evolución de esta fiesta. Y es que, aunque esté normalizado que estas fechas rebosen de actividades tematizadas, con desfiles, talleres y pasacalles, «antes no era así», describe. 

La afición por los disfraces lleva acompañando a Jesús toda su vidaLa afición por los disfraces lleva acompañando a Jesús toda su vida - Foto: DP

Los disfraces eran tan variados como numerosos. Desde animales hasta oficios, pasando por caracterizaciones de personajes fantásticos. Algunos atuendos, incluso, tenían un carácter reivindicativo. «Recuerdo que el año que se propuso limitar el consumo de carne salí disfrazado de vaca con unos chorizos en el cuello», recuerda. En todos ellos, no faltaba una máscara que salvaguardara la identidad de Alonso. «Era un secreto. La gracia era hacer bromas a nuestros amigos sin que supieran que éramos nosotros», apostilla. Algunas de sus «víctimas» estuvieron años sin conocer la verdadera identidad de esa persona disfrazaba que les ofrecía vino y se jactaba con ellos. «No podías hablar, porque si lo hacías te conocían», manifiesta. 

Y es que el anonimato era una de las cuestiones en las que más incidía. «Me disfrazaba en el trastero para que nadie me viera salir de casa», afirma. «Ni siquiera mi mujer sabía que iba disfrazado hasta que llegaba de nuevo», añade. 

Todos esos disfraces ahora son recuerdos, pues como manifiesta este aficionado carnavalero, «la mayoría los he ido regalando». No obstante, todavía conserva en su casa alguno de los atuendos, como el de fraile, y los recuerdos de tantos años de fiesta, disfrute y, sobre todo, mucho Carnaval.  Todos estos disfraces los compraba en la antigua tienda de juguetes Andérez. «Los veía y si me gustaban los compraba», reconoce.

Casi todos los años sacaban un burro
Casi todos los años sacaban un burro - Foto: DP

Con el paso de los años, la fiesta de la calle se fue traslanado a las asociaciones de vecinos, donde Alonso y sus amigos hacían también sus apariciones para animar la tarde de Carnaval.