Javier Cortes descubrió los primeros mosaicos de la villa romana de Pedrosa de la Vega en julio de 1968, sin sospechar ni por lo más remoto que, con el tiempo, se convirtiría en la joya de la corona turística provincial y en uno de los ejemplos mejor conservados del legado del Bajo Imperio en lo que a dotaciones rurales se refiere. Es difícil encontrar un visitante al que le deje indiferente, con independencia de lo mucho o poco que sepa de mosaicos y de métodos constructivos del siglo IV de nuestra era. Desde escolares a expertos, pasando por jóvenes, profesionales en activo, pensionistas, historiadores, amantes del arte, la cultura y el patrimonio, nacionales o extranjeros, todos se maravillan del contenido del yacimiento, pero también del continente. Tanto es así, que lo normal es que repitan y que divulguen lo visto, a modo de embajadores oficiosos.
El tiempo y el trabajo que dedicó a La Olmeda su descubridor, la donación a la Diputación cuando en 1980 sintió que su tamaño y su valor le desbordaban, la apertura del público cuatro años más tarde y su posterior reapertura en 2009, tras unas obras de gran calado, junto con la difusión que lleva a cabo la institución provincial en todos los foros turísticos, la conservación atenta y constante y la programación de actividades culturales, han ido sumándose y han logrado elevar a 870.000 el número de visitantes en los quince últimos años, con la aspiración, nada desmedida por otra parte, de llegar al millón en 2028, cuando se cumplan seis decenios de su descubrimiento. Es, desde luego, el recurso turístico más visitado del rico patrimonio palentino y el eje de atención de cuantos estudian o se interesan por el mundo romano. Pero es que, además, y ahí radica su trascendencia, La Olmeda, el museo de Saldaña que muestra las piezas arqueológica allí encontradas y el centro interpretativo Javier Cortes, se han convertido en uno de los pilares imprescindibles de la economía de Saldaña.
El comercio y la hostelería dependen en buena medida de los ingresos que dejan los visitantes, cifrándose entre el 35 y el 90 por ciento según casos. Ahora mismo, ese progreso es impensable sin la villa romana y cuanto la rodea. Los beneficios son contantes y sonantes y abarcan también el entorno saldañés, que es más y mejor conocido fuera de nuestras fronteras gracias al turismo. La degustación de un café, una comida o un dulce, la compra de un producto agroalimentario de la zona como las afamadas alubias, un recuerdo del yacimiento, un catálogo o un libro sobre la villa, o la contratación de una pernoctación para recorrer esos lugares con calma, son acciones habituales de los visitantes -muchos de ellos en grupo- y eso se traduce en riqueza, en empleo y en población. Prosperidad, en suma.