La solidaridad viajó a Marruecos en Volkswagen. Concretamente, en 85 vehículos del modelo Golf que participaron del 16 al 23 de marzo en la novena edición del Volkswagen Golf Challenge. Más de 200 personas procedentes de diversos puntos de la geografía nacional e internacional se sumaron a este raid no competitivo donde la ayuda, la diversión y el compañerismo van de la mano de principio a fin, según anuncian desde la organización. Entre los aventureros estaban los palentinos CarmenRosa Cancho y José de la Parte, que viajaron en un coche de 1989, bautizado como Coyote, que tuvieron que adaptar para afrontar mejor una travesía que mezclaba las montañas del Atlas y el desierto del Sahara. «La organización recomendaba una adaptación mínima del coche, como llevar cubrecárter, aumentar la altura del suelo y llevar planchas y eslingas para poder superar la dureza del camino», explica Cancho.
En el equipaje llevaban todo lo necesario parta viajar al país alauita, pero también más de 100 kilos de productos para entregar a lo largo del recorrido. «Llevábamos 50 balones que habían sido donados por amigos y familia, así como material escolar, juguetes, ropa y zapatos», comenta la aventurera.
Las jornadas comenzaban con las instrucciones de la organización, que informaba a los participantes de las dificultades que iban a padecer. «No perderse era un reto en sí mismo», detalla Cancho antes de comentar que, de forma espontánea, se crearon equipos para que ningún vehículo viajara en solitario, ya que podía ocurrir cualquier imprevisto. «Transitábamos poco por carreteras convencionales, puesto que rodábamos por pistas de duras piedras, como en la cordillera del Atlas, una cordillera que separa las costas del mar Mediterráneo y del océano Atlántico del Sahara.De hecho, es uno de los factores que provocan la sequedad del desierto. En este lugar llegamos a tocar la nieve al ascender a 3.700 metros de altura. El paisaje era impresionante», añade.
En esta zona conoció a población bereber, indígenas del norte de África, que «viven profundamente aisladas y con todo tipo de necesidades». «Para ellos, una botella de nuestra agua era un tesoro. Pensábamos en la dureza de la vida en este punto geográfico, donde había también muchos niños que se alegraban cuando recibían nuestros obsequios y nos alegraban con sus risas y saltos de alegría jugando con los balones. Los niños son iguales en cualquier parte del mundo, aunque aquí algunos están descalzos y nos pidieron ropa y zapatos. Se nos caía el alma a los pies. Es difícil pensar que estos niños puedan recibir educación en una escuela o tener atención médica, pues las posibilidades para llegar hasta aquí son remotas», lamenta.
Respecto al gran desierto norteafricano, Cancho recuerda la impresión que le causó «ver ese inmenso mar de arena». «Tuvimos la oportunidad de observar una tormenta de arena. Nos hizo perder la visibilidad y nos obligó a disminuir la velocidad hasta llegar a parar el coche», expone. Además detalla que tuvieron que aprender a pasar las grandes dunas delSahara para no quedarse empanzados en ellas. En este punto, destaca el compañerismo y la solidaridad de los participantes. «Nos sacaron del aprieto». Pese a estos problemas, destaca que «la belleza del desierto es infinita y sus puestas de sol y su noche estrellada son un espectáculo para la vista».
En el plano gastronómico, habla de alimentos como el tajín, «el gran guiso de verduras que se cocina junto a carne de cordero, pollo o ternera en un recipiente de barro con la forma de cono alargado», el pan khobz, el cuscús y la harira, «una sopa marroquí que es un caldo de cocción de verduras, carnes y legumbres con hierbas aromáticas y harissa». Además, hace hincapié en que al otro lado del estrecho de Gibraltar utilizan muchas especias y que los dulces los elaboran con masa filo, pistachos, almendras y otros frutos secos. «Los dátiles los bañan en mucha miel», manifiesta la palentina tras admitir que la comida le recordaba bastante a la de España, «puesto que Marruecos también es un país mediterráneo».
Por otro lado, explica que desde cualquier lugar por muy recóndito que fuera se escuchaba al almuecín llamando a la oración desde el minarete de la mezquita. «Hemos llegado en pleno Ramadán, que los musulmanes celebran el noveno mes del calendario lunar islámico que empieza, como todos los demás meses con la aparición de la luna creciente después de la luna nueva. Es el mes sagrado para el islam. Además de la oración, la meditación y el acercamiento a Dios, el ayuno de todo alimento o bebida es uno de los elementos principales durante cuatro semanas. Este ayuno comienza antes del amanecer. La última comida se hace antes de que salga el sol y el ayuno se rompe justo después de ponerse el sol mediante otra comida, que comienza con dátiles y agua. Esto se interpreta como un acto de purificación», asegura.
ANIMALES POR LAS CALLES. Además, detalla que han pasado por localidades como Tánger, Ifrane, Imilchil, Tinghir, Rizani, Merzouga y Arfud. «Al pasar por los pueblos nos llamaba la atención los animales sueltos por las calles. Nos recordaba a los pueblos de la España de los años 60 del siglo XX», detalla Cancho, quien también comenta que vio caravanas de dromedarios en el desierto. «Los niños iban solos a la escuela. unos andando y, los más afortunados, en bicicleta, aunque en ocasiones les llevaban también en burro. El burro es una herramienta importantísima de trabajo. Los utilizan para llevar leña y hierbas, entre otras cosas. Los niños pronto se convierten en pastores y las niñas se casan jóvenes y después trabajan duro», explica.
Asimismo, comenta que las noches las han pasado en diversos alojamientos: desde jaimas en el desierto a albergues en medio de los pueblos y hoteles «que eran auténticos oasis con piscina». Pero antes de quedarse dormidos, tenían tiempo para poner los coches a punto y hablar de las vicisitudes del itinerario. «Las historias y las risas surgen sin dificultad alrededor del fuego que encienden los bereberes en la noche, donde las estrellas son más brillantes que en ningún otro lugar que haya visto», subraya.
Por último, ya de vuelta en Palencia, admite que se trae a casa más de lo que llevó a Marruecos. «Me llevo las caras de felicidad de los niños al recoger sus regalos, la tranquilidad de las gentes y su conversación en grupo pausada, la sensación de que el tiempo transcurre lento, su hospitalidad, el compañerismo y la solidaridad, la sensación de ser equipo, la emoción de la aventura y volver a ser una joven scout, la inmensidad y el poder de la naturaleza y haber llegado a buen puerto», concluye.