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José González se afana en abrir el portón del edificio del muelle de carga del complejo ferroviario de Barruelo de Santullán. Al entrar la luz del sol, en un atípico día en la Montaña Palentina, el interior deja ver un pequeño museo que este emprendedor ha convertido en un recordatorio familiar. Piezas que ayudan a contar historias de la localidad, principalmente a través de Casa González, que desde los años 20 se dedicó a la elaboración de gaseosas y distribución de bebidas: una saturadora, depósitos de agua y gas, embotelladoras para envases tipo boliches, tapones corona, cerámicos, sifones y corcho.
De todo ello, como si de un colmado de la época se tratara, da fe la realidad que ofrecen las paredes envejecidas en un espacio dedicado a los sifoneros.
Pero esta es solo una parte del proyecto en el que José González ha convertido la estación del pueblo -compuesta por tres edificios-, dedicada en su día a almacenar y transportar el carbón a la Red General de la entonces Renfe, en la cercana Quintanilla de las Torres. Fue abandonada en los 80 y transferida hace un par de años para que este oriundo pudiera desarrollar su objetivo empresarial: un parque de aventuras.
Como la de Barruelo, son muchas las estaciones cedidas por Adif a las Administraciones Locales o alquiladas a particulares para que tengan una segunda vida. Una nueva parada de un tren que muchas veces no pasa sólo una vez, sino que da segundas oportunidades. Ahora, muchas se destinan a espacio dotacional, de servicios e incluso a piscinas o museos ferroviarios; pero también se han arrendado a intereses privados que han decidido rehabilitarlas para casa rural, la mayor parte; o como sede de un centro de aventuras; e incluso como centro de espeleología y escuela regional para esta práctica deportiva, como ocurre en la antigua estación de Santelices, en Las Merindades burgalesas.
José González, que desde hace 23 años se dedica al negocio del ocio y el tiempo libre, explica a Ical que obtuvo el permiso para utilizar el complejo ferroviario de Barruelo y decidió aderezarlo con un museo que recuerda la vida familiar. Su inversión privada, hasta ahora de medio millón de euros, ha reconvertido la zona en un parque ferroviario bajo la denominación de Aventura de Aventuras. Una empresa que permite poner en valor el patrimonio industrial e histórico y crear un punto activo de referencia que concentre la oferta de calidad de la Montaña Palentina.
Donde antes había viajeros y un reloj de agujas, ahora hay una recepción, un bar y un salón multiusos. Donde se levantaba una nave cocherón, ahora se practica tiro con arco y dinámicas de grupo; y lo que era un muelle de carga de carbón, ahora es un aula de interpretación de la naturaleza.
La próxima actuación serán los 550 metros de vallado perimetral de la estación y concluir la adecuación total de la playa de vías. De hecho, se han extraído ya 200 camiones de escombros para poder extender la zahorra.
Esta es la parte más costosa, pues recuerda José González que en esta estación confluye una docena de vías. Por ello, se ha intentado mantener la esencia del complejo. «Por dentro, ciertamente, es todo nuevo, porque su estado era malo. Pero por fuera se mantiene ese ambiente industrial del entorno», asevera.
Añade que a ello contribuye mucho que las minas, «que están en ese mismo lugar, hasta donde prácticamente entraban los trenes gracias al intercambiador de vía que existía», se mantengan intactas porque a la empresa Uminsa le ha caducado la autorización de explotación de las mismas.
«Un gran complejo industrial convertido en un gran complejo de turismo, ocio y tiempo libre», resume, en el que se puede practicar vuelos en globo, rutas en buggies, quads y todoterrenos, tirolinas o piragüismo.
Su siguiente idea es un scalextric gigante. La importante inversión, concluye, ha paralizado uno de los proyectos que más ilusión le había reportado: adquirir vagones situados en la playa de vías como alojamientos rurales. «Me supondría otro medio millón de euros. Vamos a esperar», suspira.