La muerte a una edad temprana siempre deja un vacío enorme y la duda de si se pudo evitar o, en cierto modo, haber prolongado una existencia vital que, como en el caso de la de Juan Manuel Castellanos, se extinguió con solo 32 años el pasado 13 de septiembre por un fulminante cáncer de pulmón, diagnosticado 23 días antes del óbito a través de un TAC.
Su padre, del que el fallecido heredó el nombre, no busca culpables pero sí muestra incomprensión y denuncia la «dejadez» del sistema sanitario «con protocolos muy rígidos». La saturación de casos por Covid-19 previsiblemente se encargó de hacer el resto y los reiterados intentos y llamadas telefónicas para lograr una consulta especializada con asistencia presencial fueron infructuosos durante cinco meses.
Entrecortado por la emoción, explica que logró hablar con la médico de familia «siempre con un trato maravilloso», pero la rigidez del sistema evitó que su hijo pudiera ser auscultado, que se observara el color de su piel o comprobar si había adelgazado. «Así es imposible ver los detalles que van a marcar si esa persona tiene una enfermedad grave. Con la tontería del teléfono pasaron casi cinco meses hasta que mi hijo fue a urgencias por tres veces con una lumbociática muy fuerte, retención de líquidos, sin poder ir al baño y con los tobillos completamente inflamados», se lamenta Juan Manuel Castellanos.
En este punto, dadas las múltiples patologías con las que su hijo se presentó en urgencias, explica que los médicos decidieron hacerle un TAC. «Comprobaron que tenía una mancha de 11 centímetros y después vinieron las biopsias y otras pruebas numerosas, pero ya los tratamientos no fueron efectivos y en 23 días se murió», añade.
Además, asegura que los neumólogos del complejo hospitalario Río Carrión le indicaron que «solo con un fonendoscopio se hubiera detectado que había un daño grave en un pulmón al hacer un ruido muy distinto al de uno sano».
Abandono sanitario
Argumenta, igualmente, que si el diagnóstico se hubiera producido en marzo cuando empezó todo quizá la situación hubiera cambiado. «Pasaron casi seis meses y en una persona joven el tiempo es muy importante, ya que lo mismo que las células buenas se regeneran muy rápido las malas corren como un caballo desbocado», arguye.
El progenitor del joven fallecido manifiesta que nunca antes estuvo enfermo y denuncia el «abandono» al que se ha visto sometido. «Ya terminal y en casa agonizando, después de tener una neumonía bilaterial y con el otro pulmón también afectado, llamamos para que un médico viniese a casa al subirle la fiebre. Hicimos 72 intentos hasta que alguien contestó. Yo no digo que en seis meses se hubiera curado con quimioterapia pero hubo tiempo para hacer muchas cosas», indica.
Con el mismo tono desgarrador, Juan Manuel Castellanos apunta que quizás a su hijo se le «podía haber alargado algo más la vida», con tiempo para ir a Argentina y casarse con su pareja. «Trabajó allí y vino hace año y medio. Había ahorrado para contraer matrimonio y volver aquí pero la vida se le torció. También a la familia, ya que nuestro hijo nos ayudada económicamente. Mi mujer tiene una discapacidad de un 33% y depresiones y, en mi caso, me dio un infarto hace un año, tuve tres intervenciones coronarias y no puedo trabajar. Intentamos acceder al ingreso mínimo vital y nos dicen que tarda seis meses», dice.
Sobre la posibilidad de iniciar acciones judiciales por la muerte de su hijo es claro: «No tengo posibilidad económica y consultaré con un abogado de oficio, pero no sé si realmente servirá de algo».