Me encanta leer este periódico porque a veces las noticias trágicas son tiernas, como lo es leer que tres personas pagarán una multa de 540 euros por haber cometido fraude eléctrico, una minucia de quienes toman electrones de una red que nos exprime. Un fraude de juguete ante grandes compañías que oficialmente nos suministran con justicia pero que luego vemos nos limpian los ahorros de modo infame. Muchos los consideran ladrones oficiales. Lo hemos visto con esta crisis energética, que achacan a la lejana guerra de Ucrania, mientras nuestras fuentes de luz nada tienen que ver con aquellos. Laberintos administrativos, leyes que como redes nos atrapan y ahogan, tinglados que enriquecen sobre todo a unos pocos. Lo comprobamos en las puertas giratorias que colocan a ex-politicastros en puestos directivos de ciertas compañías y en cómo nos han vendido a privados imperios de luz, sin la que no podemos vivir, porque todo depende ya de nuestros ordenadores, aunque nos desordenen, de interruptores, de calefacciones que nos encienden... o nos apagan...
La luz del sol de momento no habrá que apagarla, pero vivimos en un mundo inmundo donde nos cubre una niebla de patrañas. Los grandes estafadores, legales, nos cobran fortunas con infundios que desde Bruselas o Madrid nos aplastan, pues la economía de muchos es ahora más mala, los precios las nubes todavía escalan y la electricidad sigue su propia curva de exigencias extrañas... Nos tienen atrapados en la red, los cables nos atan y a veces estrangulan nuestras esperanzas. Hubo un tiempo en que la chusma infecta que nos gobernaba quiso poner un impuesto al sol, a los que tenían paneles solares por ser independientes y no pagar la tasa de esas compañías que con los malos estaban hermanadas, padrastros todos que nos sacan las entrañas para ganar fortunas y llevárselas -¡ellos!- a su casa.
Tierna noticia de hurtos que pretenden ser castigados ejemplarmente, pero tendrían que hacer pagar a políticos y directivos el general y legal expolio, porque parecen ser los verdaderos ladrones, y a veces la voz nos roban, porque el altavoz nos apagan.