1. Porquera de los Infantes. «El pueblo donde pasé gran parte de mi infancia, y eso no es decir poco. Donde está tu infancia esta gran parte de tu vida. Es algo que deberían explicar en el colegio y caer como pregunta de examen. Lamentablemente, y con siniestra unanimidad, nos orientan justo en la dirección contraria y, cuidado, la mayoría de las veces es demasiado tarde para volver».
2. Monte Bernorio. «Lugar de tremenda energía. Solo ver su inconfundible silueta me provoca tranquilidad. Tanto las vistas desde arriba, como mirarlo desde abajo es un pequeño gran espectáculo. Desde su cima se divisa todo lo necesario para ser feliz».
3. Cueva de la Peregrina. «Pequeña cueva donde jugaba con amigos y a la que también he ido mucho solo. Puedes estar dentro o encima. Dentro, los nombres grabados en la piedra ven el tiempo pasar. Desde arriba, se contempla un hermoso paisaje, sobre todo al atardecer, al resguardo del viento del norte, un vecino muy incomprendido. Un lugar ideal para no escuchar a humanos, pero perfecto para escuchar cantar al cuco o a nosotros mismos».
4. Los badenes. «En la vieja carretera nacional 611, cerca del límite con Cantabria. Un lugar de una desolada belleza que parece dividir dos mundos. Desde allí, prácticamente todo el año incluso en los días más nublados, se puede ver un rayo de luz. Un lugar donde los cuervos parecen felices y donde la música suena diferente. Todos estos conceptos fueron hábilmente plasmados por el artista Locu en la portada de mi disco».
5. Estación de Camesa. «Desde pequeño me han encantado los trenes, especialmente el material ferroviario motor de hasta finales del siglo XX. Un lugar al que me gusta ir para disfrutar del paisaje, sonido y olor del ferrocarril. También, a veces, a ver el tránsito de viajeros. Ver cómo la gente viene y se va, disfrutar por ese breve instante de que no tengo que subir al tren por obligación, verlo llegar y partir y yo quedarme en el mismo sitio».
6. Páramo de la Lora. «No es necesario recorrer años luz para ir a otros planetas. Un lugar con magia y que invita a adentrarse en él con el máximo de los respetos, donde el humano queda minúsculo y a merced de lo que el espacio exija. Un enclave digno de admirar en cualquier estación y qué decir desde el punto de vista geológico, una maravilla».
7. Atardeceres desde Tierra de Campos. «En cualquier época del año, sobre todo con cielos despejados. Si miras hacia el norte se ve la maravillosa silueta de la Montaña Palentina y, a última hora de la tarde, justo tras ponerse el sol, la combinación de colores del inmenso cielo de la llanura es un espectáculo máximo. Hay a quien le parece una zona aburrida, para gustos los colores, y al cielo de esta zona, colores no le faltan. Una zona en la que la agricultura tradicional ha desaparecido y ahora que tanto se habla de despoblación, no está de más recordar un poco a Delibes y preguntarse «qué va a ocurrir el día en que en este podrido mundo no quede un solo tío que sepa para qué sirve la flor del saúco». La respuesta llegará pronto y será tarde».
8. Paisaje industrial del carbón. «La zona de Barruelo de Santullán y de Vallejo de Orbó aún conserva un rico patrimonio industrial digno de ser admirado. Es un testimonio vivo de un pasado muy reciente. Ahí está el origen del vapor que movió una época. Los restos de las estructuras que han resistido a nuestra frágil memoria y que aún pueden admirarse en nuestros días, transmiten una emocionante nostalgia. Detrás de cada construcción creo que puede sentirse el esfuerzo y el ingenio de quienes las levantaron. Es un paisaje que parece que ha sido pintado con una paleta exclusiva de colores, distinta al resto. Me encanta el color y el olor del hierro oxidado, sobre todo en los días de lluvia tranquila, me provoca una agradable nostalgia».
9. Monasterio de Santa María la Real. «Un espectacular monasterio del siglo XII convertido en un centro de enseñanza pública. Tuve la suerte de pasar en él varios años. Estudiar, o fugarte clases alguna que otra vez, entre sus gruesos muros y con el sonido del arroyo que atraviesa el interior fue un auténtico lujo. Un espacio que aporta un toque de esa tranquilidad tan necesaria en los erráticos tiempos de la adolescencia. Mejor que sus piedras guarden un discreto silencio».
10. Calle La Calleja. «La calle de fiesta por excelencia de Aguilar. Una de las calles más pequeñas de la localidad, pero que está en la memoria de todos. Cualquiera puede contar mil anécdotas vividas en esa zona. Hace bastantes años, cualquier día de la semana podías oír el bullicio que de ella salía. Me hubiese encantado vivirla en los años ochenta. Ahora, al igual que todo, está más tranquila. Quizás ya somos más virtuales que reales o quizá salimos menos porque ya no tenemos nada que contar. Una calle que frecuento mucho en horario de tarde-noche, porque, por supuesto, para un buen vermut, el rincón perfecto de Aguilar, y de este hemisferio, es La Cascajera».