El paso de los años no ha hecho mella en la memoria de los nostálgicos del Tren de La Robla. Son muchos, prácticamente la mayoría, los vecinos de la Montaña Palentina que recuerdan con cariño y ciertas dosis de nostalgia experiencias y vivencias ligadas al hullero.
Un ferrocarril en el que los viajeros tenían tiempo de entablar amistades y compartir confidencias mientras observaban la singularidad de los parajes por los que transitaba el convoy. Siete u ocho horas de viaje, en el mejor de los casos, entre Palencia y Bilbao a una velocidad media de unos veinticinco kilómetros por hora en incómodos asientos de madera y ventanillas abatibles, no era para menos.
La Robla fue mucho más que un simple tren de pasajeros y mercancías, también fue la vía de escape de cientos de residentes en la comarca que buscaron en las provincias vascas una estabilidad laboral que su tierra no era capaz de ofrecerles. Así, las estaciones palentinas fueron fiel testigo de lágrimas, despedidas y reencuentros de familiares y allegados que buscaron un futuro próspero en el País Vasco.
Recuerdos que tratan de mantener intactos los integrantes de la Asociación de Amigos del Ferrocarril de Guardo, un colectivo que nació hace un lustro con el objetivo de luchar por preservar el patrimonio industrial derivado del ferrocarril en el municipio minero. Para ello, ponen en marcha periódicamente conferencias, exposiciones de fotografías y charlas en las que debaten sobre la impronta que dejó el ferrocarril de ancho métrico en tierras palentinas.
«La llegada del tren a Guardo supuso un gran acontecimiento renovando por completo la fisionomía del casco urbano de la localidad. A partir de ese momento nacieron nuevos barrios y se comenzó a gestar un importante nudo ferroviario en las inmediaciones de la Estación donde cada empresa minera: Antracitas de Velilla, San Luis, Antracitas de Besande, Antracitas Valdehaya y Carbones San Isidro y María, tenía un lugar reservado para almacenar su carbón», relata Vicente de los Ríos, uno de los integrantes de la agrupación.
Albino Aláez es uno de esos nostálgicos que creció con el traqueteo del tren. Leonés de nacimiento y guardense de adopción, relata cómo en aquellos años «no sabíamos lo que era un tren de vía estrecha ni muchas denominaciones más que han ido apareciendo en el devenir de la historia. Era simplemente el Tren, del que distinguíamos todos sus convoyes: el Rápido, el Correo, el Mixto o el Ocho. Unos los veíamos, otros los oíamos y el resto los adivinábamos, pero conocíamos todos porque cada uno tenía una música y un ritmo característicos».
En estas doce décadas de semblanza, La Robla no solo ha supuesto una larga lista de historias y anécdotas que contar a generaciones futuras. Este camino de hierro también ha servido de inspiración a muchos escritores de la comarca. Un ejemplo de ello es Carlos Casado que en su día escribió Cuando silva el tren, un pequeño relato en el que cuenta las aventuras de una joven muchacha y sus experiencias a bordo del hullero.