La capacidad económica de las familias se plasmaba también en los féretros.
En Vertavillo, si la familia no podía pagar un féretro se le ponían unas tablas o un carpintero confeccionaba una sencilla caja en su taller.
Mientras, en Cevico Navero y Villabáñez había un 'ataúd comunitario' en el que se llevaba al difunto hasta el cementerio, se vertía el cadáver en la tumba y se volvía a llevar el ataúd ya vacío a la iglesia o al Ayuntamiento para ser utilizado de nuevo cuando falleciera otra persona. En Villabáñez se llevó a cabo esta práctica hasta el primer cuarto del siglo XX y se llamó primero 'la caja del curato' y después 'la caja del cabildo'.
En Piña de Esgueva, lo reutilizable era una corona de plumas con un pensamiento de trapo en el centro, de gran tamaño, que las familias llevaban al cementerio el día de Los Santos y luego recogían para hacer lo propio al año siguiente.
En 1962, en Alba de Cerrato murió un vecino, Casimiro, y la funeraria no pudo suministrar ataúd. Sin pensarlo dos veces, Alejandro Ortega cogió la bicicleta y se fue a por uno a Palencia. Su regreso a Alba fue un espectáculo, llevando un ataúd en la bicicleta. Alejandro Ortega era carpintero y herrero, y se confeccionó su propio ataúd, con andas incluidas.
También en Palacios del Alcor, Lupicino, un hombre dedicado a hacer cestos y similares, se hizo un féretro. En las fiestas, el denominado Día de la Vieja, en el que era típico que los mozos fuesen por las casas pidiendo para hacer una merienda, Lupicino se metía en él y los mozos tenían que rezarle si querían que les diera algo (comida, o una peseta para la merienda).
Las dificultades para obtener ataúdes cuando no existían funerarias en la zona propiciaba que se transportaran en los coches de línea. Igualmente frecuente era que si se llenaban los asientos del autobús, los viajeros que no cabían sentados podían subirse a la baca para hacer el trayecto allí arriba. Ello dio lugar a la proliferación de relatos como ese que cuenta que el autobús que cubría la línea Palencia-Hérmedes llevaba un ataúd en la baca y varios viajeros se tuvieron que subir también allí por no haber asientos disponibles en el interior del vehículo. Al poco de salir de Palencia comenzó a llover y uno de los usuarios se metió dentro del ataúd para resguardarse de la lluvia. En la parada de Venta de Baños subieron más pasajeros, también a la baca, viendo un ataúd pero sin saber que estaba ocupado. Al llegar por Tariego, el que iba dentro del féretro abrió la tapa y sacó la mano para ver si seguía lloviendo, provocando tal susto en uno de estos últimos pasajeros que saltó desde la baca del autobús y se rompió una pierna. En otros pueblos cuentan una historia similar, lo que hace pensar que se trata de un chascarrillo sin demasiada verosimilitud.
En Castrillo Tejeriego sí se abrió un ataúd con el cadáver de una mujer. La causa, que se rompió al ser transportado al cementerio.
En Valoria la Buena, cuando falleció un chico joven su féretro fue conducido a la iglesia para el sepelio. Ante la tardanza del sacerdote que tenía que oficiar el funeral (solía entretenerse en otras localidades), el padre del chico fallecido y el sacristán decidieron subir a la torre para desde allí avistar si al fin venía o no, viendo que efectivamente llegaba el cura con su Seat 600. Pero la mala fortuna hizo que el sacristán pisara unas tablas que estaban sueltas y cayera desde lo alto. El padre del difunto tuvo que llevarle rápidamente en su coche al hospital, en Valladolid, dejando sin acompañamiento al féretro de su hijo.
CONDOLENCIAS.
Los días posteriores al fallecimiento, los familiares recibían los pésames de sus convecinos, y se seguían celebrando responsos por los fallecidos.
Así, en Castrillo Tejeriego, justo tras el entierro, iban todos a casa del difunto y el cura y el monaguillo rezaban un responso.
En Cabezón de Pisuerga había en la iglesia un hachero negro con cuatro velones, en el que se ponían cirios encendidos dedicados a los vecinos recientemente fallecidos. Junto al hachero se colocaban sus familiares, principalmente las mujeres, para recibir el pésame de los vecinos. Además, el cura, tras la misa ordinaria, cantaba el miserere por su alma. Lo cantaba tantas veces como la familia del difunto pagara por ello.
Junto a ese hachero también se rezaba el rosario y otra oración que hacía referencia a la leyenda de las Once Mil Vírgenes, leyenda de la Edad Media inspirada en una joven llamada Úrsula ('osita en latín) que se convirtió al cristianismo prometiendo guardar su virginidad y dedicarse a predicar el evangelio. No tuvo fácil preservar este voto, ya que primero fue pretendida por un príncipe bretón, ante lo que decidió realizar una peregrinación a Roma, donde se entrevistó con el papa Siricio; y después, tras su regreso a Alemania, fue pretendida por Atila, rey de los Hunos, durante la invasión de Colonia, en el año 451. Su resistencia, junto a otras diez doncellas, le costaría sufrir martirio, por lo que el senador Clematius ordenó erigir en Colonia una basílica en su honor. En total eran 11 las doncellas, pero un error de transcripción del documento hizo que la frase «once mártires vírgenes» se convirtiera en «once mil vírgenes». A todas ellas se les oraba en Cabezón.