María Isabel Cuena (Valladolid, 1998) es la poeta más joven de las XV Jornadas de Poesía Ciudad de Palencia. Esta vallisoletana vinculada a Saldaña por su familia paterna, combina su pasión por los versos y el arte de la palabra con su profesión como docente, que desarrolla en Barcelona, ciudad en la que vive desde hace más de diez años.
¿Cómo ve estos encuentros para acercar la poesía a los ciudadanos?
Lo veo como un gesto maravilloso. No es solo acercar la poesía a la gente, es acercarla también a otros poetas. Participar en estas jornadas es para mí un honor y una oportunidad excepcional.
Los poetas de la Generación del 27 son quizá los más representativos en la poesía española pero, ¿podría recomendar a otro fuera de esta corriente para iniciar a alguien en este arte?
Depende de la edad. Por donde mejor se entra en la poesía es por la música, así que recomendaría a cualquier poeta que hayan musicado Amancio Prada o Enrique Morente, que son muchos.
Quizás el poeta que lo pone más fácil a la hora de entrar en este género es Juan Ramón Jiménez, ya que es muchos poetas en uno.
San Juan de la Cruz también me fascina y, gracias a la música, es accesible.
Del mismo modo, hay que mirar fuera de España y, en ese sentido, un autor que no nos podemos perder es Friedrich Hölderlin.
¿Piensa que el concepto que se tiene del arte de la palabra está desactualizado de la realidad?
La mayoría tiende a despreciar la poesía porque la considera inútil. Esa concepción no está nada desactualizada, pero la disciplina no tiene que ver con la utilidad. Lo que realmente tenemos es una falta de predisposición a la escucha.
¿Qué le diría a alguien que opina que la poesía no es un arte ligado a los jóvenes?
Hay muchos prejuicios juntos en torno a ella. La poesía es juventud del espíritu y no tiene que ver con la idea de edad que tenemos consensuada. Si no está vinculada a los jóvenes, es también por la idea tan rara que se tiene sobre lo que realmente es.
Antonio Gamoneda, por ejemplo, tiene 92 años, pero es profundamente joven en este arte. La poesía rema con el tiempo, pero en contra del que pasa.
Ya que alude a esas concepciones erróneas que se tienen sobre la poesía, ¿cómo explicaría de una forma resumida y sencilla lo que es para usted?
Es una fuga que viene a romper todo lo que parece que dominamos. Esto puede producirse por un sonido, un ritmo, una imagen, un acento o una palabra.
¿Diría que este género está invisibilizado en la actualidad?
Está totalmente por descubrir. Hay una poesía de nivel cero, la que más se lee por redes sociales, que olvida su vinculación con el lenguaje y con la pregunta de por qué hablamos como hablamos. Esa pregunta es la que está realmente invisibilizada.
La poesía, sin banalizar, no es solo el verso, la rima y el soneto. Es también determinadas formas de hablar, que se mezclan con el género y que, en muchas ocasiones, no las consideramos poéticas. Por ejemplo, los refranes usados con ingenio o los romances más tradicionales. Están vinculados al habla y también forman parte de este arte.
Es decir, que hay muchas cosas que no interpretamos como poesía cuando realmente lo son
Y también hay muchas otras que interpretamos como poesía y en rigor no lo son. Eso es porque se olvidan de que esta disciplina debe jugar con el lenguaje.
En una entrevista de Diario Palentino, el poeta cubano Sergio Zamora aseveró que «un lector es capaz de leer una mala novela de 300 páginas, pero es incapaz de hacer lo propio con un mal libro de poesía de 50». ¿Coincide con él?
Tengo una perspectiva diferente. Hay también lectores que consumen mucha mala poesía, que muchas veces está vinculada a un sentimentalismo que no se hace preguntas. Igual que un lector puede leer una mala novela de 500 páginas que no conlleva ninguna pregunta ni pone nada en crisis, también puede tragarse un mal poemario.
Es curioso que la poesía, donde mejor se lea, es en libros. A eso sí estamos muy poco predispuestos.
¿A qué atribuye esa escasa predisposición de los lectores?
A que nos falta paciencia. Un poema parece una cosa rápida porque normalmente no tiene una extensión muy larga. Aunque parezca algo que se lee en diez minutos, uno bueno puede suponer una aventura de una tarde.
Por un lado, nos traiciona esa falsa confianza de que es breve; por otro, somos impacientes ante algo que no entendemos.
¿Por qué se inició en la poesía?
Porque no podía no hacerlo. Me venían rimas a la cabeza y las tenía que soltar.
¿Y por qué no materializó esas rimas, por ejemplo, en la música?
Mi hermana sí es músico. Yo no tengo ni sentido del ritmo ni idea de entonar. Además, he sido siempre una lectora voraz.
Tuve una infancia complicada y leía mucho para desgajarme de todo lo que no comprendía de mi alrededor. De alguna manera que no sé explicar fraguó en mí la conciencia de que las palabras permitían un acceso a caras ocultas de aquello que no entendía.
¿En qué estado emocional escribe usted?
En un estado de intimidad y soledad. No escribo más alegre o triste que cansada o descansada. No tiene tanto que ver con eso como que hay algo en mí que quiere abrirse paso y hablar. Eso que sale es el poema.
Escribo muy despacio. Puedo escribir un poema del tirón, pero estar meses hasta que lo completo.