Los juegos en la calle Lope de Vega, donde vivía, y en Los Jardinillos; las buenas relaciones de vecindad en las que predominaba la confianza porque se basaban en el trato continuo; las gratificantes experiencias en el colegio de las Filipenses donde cursó sus estudios y a cuyo cine iba los domingos, y el amor a la lectura son sus grandes recuerdos de infancia. También lo es su temprana vocación docente. «Jugaba en casa a maestras; ponía en el pasillo sillas en las que sentaba a los muñecos y les daba clase», rememora.
Eso se notó, y mucho, en la dedicación, la entrega, el tiempo y el esfuerzo demostrados durante sus cuarenta años de profesora de Historia Contemporánea y de Historia del Arte. También el gozo y las numerosas satisfacciones. Sintió dejar las aulas cuando le llegó el momento de la jubilación y echó de menos la agenda repleta, que tuvo que sustituir por otra en blanco, aunque también abierta a numerosas opciones.
Aprovechó los primeros tiempos de su nueva etapa vital para ir haciendo cosas que le gustaban, como la pintura o el inglés. «Ahora estoy en un club de lectura, canto en el coro de San Miguel y hago algo que podemos llamar voluntariado, consistente en visitar a algunas personas mayores, que están solas», comenta.
Esto último no lo hace por gusto o por la satisfacción de llevar a cabo una obra social necesaria, al menos no solo por eso, sino porque es plenamente consciente de la existencia, cada día que pasa en mayor medida, del problema de la soledad. «Es muy duro y lo veo cuando hago esas visitas y comparto un rato con personas mayores», apostilla.
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