Fue en invierno. Yo tenía once años más o menos y es una escena de película que me quedó grabada para siempre. Estaba en casa de la abuela Lorenza, asomado a la ventana. Había nevado mucho. Dos grandes neveros comunicaban la calle con el corral, cuando a media mañana surgió como por arte de birlibirloque, la figura de Luis María que nos traía la leche montado en un barahón. El barahón o barajón era un bastidor de madera que sujeta un tejido de varas y se ata debajo del pie para que este no se hunda al andar sobre la nieve. Otra palabra muy curiosa era barciar, rematar, vender lo último que queda a precio más bajo. El amigo Vielba toma de mi libro alguna secuencia donde menciono a la competencia de mi padre, el comerciante «Lobarcio», que está que lo tira, que lo regala y cuya promoción le llevó a Cervera donde siguió triunfando por ese motivo. En Menaza, por ejemplo, al cinturón le llamaban «badana». Y yo recuerdo que en mi pueblo solían decir: «niño, que te zurro la badana». La balea era un escobón que se utilizaba para barrer las eras después de la trilla. Otra palabra que aquí se empleaba con frecuencia era barreñón, que era barreño, una vasija por lo común de barro, metal o plástico de bastante capacidad, y que tiene muchas acepciones: balde, palangana, jofaina, lebrillo, ponchera, barreña, platón... Y es curiosa la grabación que se hace para rescatarla y donde alguien explica con mucho ímpetu: «se comieron un barreñón entero de jijas y se lamentaban después, porque estaban invitados a merendar un cordero asado en la fiesta de Matabuena». Precisamente, en este pueblo, perteneciente al municipio de Barruelo de Santullán, folkloristas como mi gran amigo Guzmán Ricis, primero, o Carlos A. Porro más tarde, recuerdan que en este lugar se bailaba la «habanera», tipo de baile a lo agarrao, dentro de las danzas propias de hombres, o los denominados «grupos de paloteo». En mi libro La más Bella Canción de la Naturaleza, recuerdo que aquí nació el poeta José Vielba de la Iglesia, autor de «El grillo que tenía miedo a la oscuridad y la obra autobiográfica «las miradas no tienen otoñó». En Rabanal de los Caballeros, al forro del gabán, trinchera o chaqueta se le conocía como «basta». No deja de ser un hilván, que en nuestro diccionario definen como las puntadas o ataduras que suele tener a trechos el colchón de lana. Y basta por hoy.