El jurado del XXII Premio de la Crítica de Castilla y León, que convoca la Junta a través del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, falló ayer conceder con carácter ex aequo el Premio de la Crítica de Castilla y León a la novela Dice la sangre (Menoscuarto), del vallisoletano Rubén Abella y al poemario Tampoco yo soy un robot (Vaso Roto), de la palentina Amalia Iglesias.
La viceconsejera de Acción Cultural y presidenta del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, Mar Sancho, que fue la encargada de anunciar el fallo al finalizar las deliberaciones del jurado -integrado por periodistas y críticos literarios-, destacó «la calidad de la cosecha literaria del año 2024 en Castilla y León, con un elevado nivel en los libros finalistas, lo que ha dificultado la decisión del jurado». Asimismo, afirmó que «conviven en el momento actual varias generaciones de escritores castellanos y leoneses de referencia tanto en el ámbito nacional como internacional. A ello se suma el buen hacer de las editoriales de Castilla y León, con varios libros entre los finalistas y uno ganador, publicado por la editorial palentina Menoscuarto, que difunden la literatura de nuestra tierra y además internacionalizan la obra de nuestros escritores».
La concesión con carácter ex aequo ha reconocido a dos obras en dos géneros distintos, la novela y la poesía, que abordan temáticas de actualidad como la contraposición entre lo urbano y lo rural o la inquietud ante las máquinas y la inteligencia artificial.
Un mosaico de testimonios configura la última novela de Rubén Abella (Valladolid, 1967), Dice la sangre. La obra gira en torno a los acontecimientos que vivió una familia en el verano de 1985 en un pueblo de la provincia de León. La grave enfermedad que sufre la madre es el hilo conductor que enlaza los escritos del resto de la familia, de los amigos y de vecinos del pueblo. Los testimonios, que en algunos casos tienen forma de declaración judicial, forman un engranaje que ensambla esos acontecimientos familiares con el objetivo de desentrañar la verdad de lo ocurrido para conocimiento del único pariente que no figura en la trama. Rubén Abella logra acoplar los diferentes relatos en la estructura general de la novela.
La inteligencia artificial puede hacer muchas cosas, pero hasta la fecha no es capaz de intervenir el alma. Tampoco yo soy un robot, el último libro de poemas de Amalia Iglesias (Menaza, Palencia, 1962) es la viva expresión de la necesidad del arte, sobre todo de la poesía, de reivindicar la palabra para combatir la deshumanización, la transhumanización del mundo. Una voz, cuajada a lo largo de una carrera poética impecable, que se deja oír para preguntarse y preguntar a sus lectores sobre una de las mayores y más inquietantes incertidumbres de nuestro tiempo. Con el amor y con el respeto a la naturaleza como banderas de una lucha con fin impredecible. Y en defensa de la inteligencia natural frente a las inquisiciones del big data. Una escritura en carne viva que conecta la desazón propia con la inquietud colectiva, con un lenguaje poético encendido y en plena expresividad.
El Premio de la Crítica de Castilla y León se entregará a los ganadores el 7 de junio, en el Círculo de Recreo de Valladolid, coincidiendo con la programación de la 58 Feria del Libro de Valladolid.