El suicidio es una de las principales causas de mortalidad entre los adolescentes y jóvenes de entre 12 y 19 años. De hecho, y aunque finalmente no los lleven a cabo, entre el 20 y el 30 por ciento reconoce haber tenido pensamientos suicidas en algún momento de su vida y, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), entre 2019 y 2021 se produjo un aumento del 32 por ciento.
Lo habitual, igual que ocurre con los casos de acoso escolar, es que el menor no verbalice sus intenciones, pero lo cierto es que puede haber pequeños cambios o actitudes sospechosos que hagan saltar las alarmas. Es en ese momento, asegura el psicólogo clínico del hospital San Telmo de Palencia, José Antonio López Villalobos, cuando hay que extremar la vigilancia y, sobre todo, pedir ayuda profesional. «Si repite ideas como que es una carga para los demás, demuestra sentimientos de desesperanza o incluso se trata de una persona que antes sociabilizaba bien y ahora ha comenzado a aislarse, hay que estar especialmente atentos», explica López Villalobos.
Uno de los errores más graves en este sentido es no prestarles demasiada atención. Por eso, insiste en que siempre es importante «sentarse con el adolescente y escucharle». «No hay que restarle importancia. A veces se comete el fallo de infravalorar las preocupaciones de un joven y achacarlo todo a inseguridades propias de la adolescencia y eso es precisamente lo que nunca hay que hacer», remarca. A eso hay que sumar preocupaciones como puedan ser el acoso, las discordancias familiares o las inseguridades a la hora de relacionarse con los demás. «Todos ellos son factores a tener en cuenta sin olvidar que también la personalidad tiene factores que pueden influir. De hecho, la personalidad es el equivalente al sistema inmunológico».
Una vez detectado el problema, el adolescente debe ponerse en manos de profesionales médicos (psicólogos o psiquiatras) que le aplicarán una terapia centrada en validar sus emociones y dotarle de nuevas herramientas que le permitan comprenderlas y regularlas así como aceptar, modificar y derribar sus pensamientos. «La persona que llega a ese punto tiene un sufrimiento muy importante, un dolor que cree inaguantable o una circunstancia que considera sin salida o irresoluble. Para salir de ahí, necesitan ayuda profesional».
Esa misma idea comparte la farmacéutica palentina Belén de Fuentes. En su caso, lamenta que muchas veces se recurra a la vía rápida y se les recete antidepresivos o ansiolíticos sin la supervisión adecuada o incluso sin que hayan pasado por la consulta de un especialista.
Abuso de los fármacos. A su juicio, se hace un uso «abusivo» de este tipo de tratamientos y reconoce que desde las farmacias han detectado un gran incremento en el consumo de este tipo de fármacos. «Tiene mucho que ver con el estilo de vida de ahora. Las redes sociales y el querer parecer que somos superpersonas provoca que la gente joven tenga los listones muy altos, a veces inalcanzables, y eso le frustra», explica.
Para ella, más allá de recurrir a este tipo de tratamientos, la solución pasa por «atacar a la raíz del problema, cuidar la salud mental y hacer una mejor gestión del estrés». «Vivimos en un mundo en el que se vive muy rápido. El insomnio es uno de los primeros síntomas que notamos y eso, si no se trata, puede derivar en problemas psicológicos más graves», advierte al tiempo que reconoce que son muchas las personas que, antes de pedir cita con su médico, acuden directamente a la farmacia en busca de ayuda para paliar la ansiedad, la depresión o el insomnio. Eso, en su opinión, demuestra que en los últimos años «se ha perdido el miedo» a este tipo de medicamentos.
Motivo por el que ambos coinciden en que es de vital importancia trabajar en la prevención y reconocen que ayudaría mucho el hecho de que la salud mental tuviera un peso específico en el sistema educativo y se abordara desde la infancia. «Si desde que somos pequeños se nos enseñara a saber qué son las emociones, a entender que todas (incluso la tristeza o el enfado ) tienen su valor saludable y, sobre todo, aprendiéramos a regularlas se evitarían muchos problemas de salud mental en la edad adulta». En este sentido, es importante destacar que el 75 por ciento de los trastornos mentales empieza antes de cumplir los 25 años y, por lo tanto, además de una educación temprana, aspectos como la concienciación social, una mejor detección en Atención Primaria o la reducción de las listas de espera pueden contribuir a reducir el número de suicidios.
Eso sí, López Villalobos se muestra convencido de que para conseguirlo, es importante normalizarlo y dejar de tratar al suicidio como un tema tabú empezando por las propias familias de los adolescentes que, muchas veces, expresan al psicólogo o psiquiatra su temor a hablarlo por miedo a inducirlo. «Solo tratándolo se puede prevenir y se puede intervenir. En consulta tenemos muy claro que hablar de ello ayuda y puede evitar ese final». López Villalobos remarca además que si bien el suicidio es algo que ha existido siempre, lo importante es «prestarle la atención necesaria y dotar a esa persona de los recursos necesarios para sanar».