No todos los templos tienen interés artístico, sobre todo los más modernos, pero tenemos muchos de gran valor estético, importantes en la historia del arte que tan honda huella en nuestras tierras muestra, y desde el punto de vista meramente histórico. Por eso es de agradecer la ayuda para reparar 23 iglesias o ermitas que desde la Junta de Gobierno, presidida por Ángeles Armisén, permite al obispado ese mantenimiento, en tiempos como los nuestros, incrédulos o tibios, que no pueden siquiera mantener apenas el patrimonio que otros construyeron con sus manos y con rústicos medios. No son ahora los edificios calificados oficialmente de monumentos, sino otros que requieren un poco de cuidado para mantenerse, si Dios quiere y los hombres no se oponen, algunos siglos más.
Nuestras poblaciones levantaron alabanzas en piedra, maravillosas construcciones que demuestran la riqueza que hubo y el esfuerzo que se hizo. Cualquiera, creyente o no, puede visitar esos templos que hicieron nuestros ancestros, sagrada belleza que cura y calma, donde uno puede meditar un poco, reencontrarse, o acudir a los ritos ancestrales, milenarios, del cristianismo, misas o bien otros actos de devoción. Dejar que se pierdan, aunque haya bajado mucho la asistencia a estos centros de profundización interior y de encuentro con Dios, sería una estupidez atroz. Otras zonas de España los perdieron en guerras o revueltas, aquí tenemos la ventaja de que se cuidaron y hasta nosotros llegaron desde hace varios siglos, en algunos casos.
Entrar en una silenciosa iglesia, antigua, descifrando con la mirada lo que nos dicen los santos esculpidos o pintados, sus arquitecturas, sentarse un poco a pensar, a elevar el alma, a masticar el misterio ayuda no poco a reencontrarse y no perderse, a tomar un buen rumbo. Nuestra vida muchas veces nos lleva a extraviarnos en un exterior de sensaciones incesantes, pero hay lugares que propician el reencuentro. Así son las iglesias de nuestros pueblos, y pueden ser techo espiritual para todos.
A nadie se le niega la entrada, como también Jesús abría los brazos sin cerrárselos a nadie.