Pleito con el boticario de Valoria la Buena

Fernando Pastor
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Hasta nueve documentos de quejas se presentaron contra el boticario de Valoria la Buena por no querer despachar a un vecino un medicamento para que su mulo fuera operado

Pleito con el boticario de Valoria la Buena

La farmacia de Valoria la Buena es antiquísima, con el nombre de botica. Se dice que se fundó cuando se inventó la aspirina. Este medicamento se creó, de la mano de Félix Hoffmann, el 10 de octubre de 1897; la botica valoriana no sabemos.

Se ubicó en el edificio que anteriormente albergó un hospital que atendía tanto a enfermos del pueblo como a transeúntes y que se financiaba con las rentas de tierras y de rebaños de ovejas propiedad de la cofradía del Dulce Nombre de Jesús, rentas cuya finalidad expresa era «comprar mantas para el Santo Hospital».

El primer boticario, Rafael Arenal, era experto en fórmulas magistrales, que elaboraba allí mismo. 

Pleito con el boticario de Valoria la BuenaPleito con el boticario de Valoria la BuenaLos vecinos de los pueblos de alrededor acudían a comprar medicamentos para humanos y para animales, en especial para caballerías, aunque como no existía Seguridad Social se compraban pocas medicinas, solamente en casos de extrema necesidad. Por ello los boticarios vivían muy modestamente, no era un negocio boyante y con frecuencia tenían que compaginarlo con otras ocupaciones.

De la cercana Cubillas de Cerrato (donde hubo boticario, pero poco tiempo) acudían en burro, en caballo o en bicicleta, lo que originó frecuentes anécdotas. 

Una noche, viniendo a la botica Jesús Tomé desde Cubillas en burro y tapado con una manta, vio aproximarse a un camión de remolacha y temiendo que el pollino se espantara al cruzarse con un vehículo tan voluminoso, se bajó de su montura y tiró la manta a la cuneta para tener las manos libres y agarrar bien al burro. Cuando pasó el camión quiso recuperar la manta pero era noche cerrada y no veía nada. Tuvo que arrastrarse por la cuneta hasta dar con ella.  

Pero la botica de Valoria tendría una sonada polémica mediado el siglo XX. Arsacio Trejo Torre, agricultor, escribió el 16 de junio de 1950 al alcalde de la localidad, Gerardo Nieto Gimeno, solicitándole que pusiera en conocimiento del Gobernador Civil los hechos acaecidos el día anterior. Dada la necesidad urgente de operar a un macho acudió a las 10 de la mañana a la farmacia con una receta expedida por el Inspector Veterinario, Julio Becerril Olivares. Sin embargo el boticario, Juan José Gil Guerra, se negó a despacharle lo recetado alegando que no le daba la gana. Poco después se presentó Modesto Martín Ortega para insistir al boticario, repitiendo este su negativa, por lo que acudió de nuevo acompañado de dos testigos, sin que el boticario cambiara de parecer.

El alcalde citó ese mismo día al farmacéutico para que diera su versión de los hechos. En su declaración indicó que cuando llegó Arsacio Trejo a la botica se encontraba acostado debido a un fuerte catarro; le atendió la sirvienta, quien recogió la receta y le indicó que él se encontraba indispuesto. Tan solo dos minutos después volvieron a presentarse en la farmacia diciendo a la sirvienta que si el boticario estaba acostado, que les devolviera la receta, procediendo esta a hacerlo. Poco después, cuando pese a encontrarse enfermo se disponía a abrir la botica a la hora de costumbre, se presentó Modesto Martín preguntándole de malas formas si iba a despachar la receta o no, respondiendo él que antes no estaba levantado y no pudo despachar la receta, pero Modesto se marchó sin presentarle de nuevo la receta por lo que no pudo saber si se trataba de un medicamento específico del que tuviera o no existencias; o si no era específico, el tiempo que tardaría en elaborarlo. Añadió que su deseo era siempre poder atender a los clientes, además de ser su medio de vida, pero que procuraba siempre guardar las deferencias y atenciones que creía merecer, al igual que él se las guardaba al público en todo momento.

El alcalde llamó a declarar entonces Modesto Martín, que comparecía el día 17. Indicó que el Inspector Veterinario le pidió que intermediara para que el boticario expendiera el medicamento prescrito, por lo que fue a la farmacia a las diez y cuarto de la mañana, encontrándola cerrada. Llamó a la puerta y preguntó a la sirvienta el motivo de que estuviera cerrada, pidiéndole que hiciera el favor de decir a Don Juan si le podía despachar una receta que llevaba para operar a un animal de Arsacio Trejo. Entonces escuchó al boticario responder desde la cama que no se iba a levantar para despachar esa receta. En ese momento llegó Emiliano Sarabia, de San Martín de Valvení, a por unos medicamentos que le habían encargado de dicho pueblo, y el farmacéutico se dispuso a despachárselos, ante lo que Modesto le indicó que su receta le hacía mucha falta porque iban a operar a un mulo del señor Trejo. El farmacéutico le dijo que se había levantado para despachar al señor Sarabia pero no a él, y que esa receta ya la conocía pues se la habían llevado ya la noche anterior. Entonces Modesto se marchó a casa del señor Arsacio Trejo para comunicarle la negativa del farmacéutico. Negativa que también obtuvo el Inspector Veterinario, que se encontraba presente y que conminó a Modesto a regresar a la botica con dos testigos, para ver si así le despachaba, y si no lo hacía que indicase el motivo. Así lo hizo: regresó a la botica con dos testigos, Luciano Guerra Gimeno (panadero) y Carlos Trejo Pérez (hijo de Arsacio). El farmacéutico volvió a decir que se había levantado para despachar al hombre de San Martín de Valvení, pero que esa receta que llevaban no la iba a despachar de ninguna manera.

El alcalde continuó con sus citaciones para aclarar los hechos. En esta ocasión llamó a los dos testigos, que comparecieron el día 18. Declararon que Modesto le volvió a pedir al farmacéutico que le despachara la receta, por orden del veterinario, pues les hacía mucha falta para operar a un macho, y el farmacéutico volvió a negarse indicando que no quería despacharla y por eso les había devuelto ya la receta.

Ante la disparidad de versiones, ese mismo día se remitieron todas las diligencias al Gobernador Civil. 

El final de esta historia jamás lo sabremos, pues en el Archivo Provincial de Valladolid fue imposible encontrar cómo acabó la polémica.