Con los pies en su pasión

Julia Rodríguez
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Celso Diez, atleta y poeta. Adora el cine, especialmente el clásico, la lectura y la naturaleza, además de estar muy arraigado a su tierra y su familia.

Con los pies en su pasión - Foto: DP

PASIONES Adora el cine, especialmente el clásico, la lectura y la naturaleza. La poesía le ha marcado especialmente, tanto que ha publicado su primer libro de poesía con 16 años. También es atleta y forma parte desde hace más de 12 años del club de Atletismo Puentecillas Palencia, llegando a ser campeón de España en más de una ocasión.

TRAYECTORIA Celso Diez nació en Palencia. Actualmente tiene 19 años y estudia segundo año de Biología en la Universidad de León.

1. La catedral. «Este lugar siempre me ha transmitido un aire de tranquilidad y sosiego, además de muchos recuerdos de mi infancia, ya que durante varios años formé parte de la Escolanía Niños de Coro de la Catedral. Es un lugar que me produce cierta nostalgia y me intriga profundamente».

2. Monte El Viejo. «A muchos palentinos nos encanta este lugar y no soy una excepción. Siempre he sido un apasionado de la naturaleza y este lugar me ha permitido acrecentar mi devoción por ella. Los largos paseos atravesando encinas, las magníficas vistas de Palencia o la visita a los ciervos de la reserva y, en su momento, presenciar la berrea, tienen siempre un hueco en mi memoria».

3. Alar del Rey. «Además de ser el lugar donde nació mi abuela materna, este pueblo me ha transmitido siempre la sensación de estar en casa. Mi familia y yo hemos estado en multitud de ocasiones paseando por sus calles, sus senderos y sus alrededores y siempre lo utilizábamos como cuartel general desde donde partir para recorrer la Montaña Palentina en toda su extensión. El rubor del río, el Canal de Castilla, los caminos de piedra, en definitiva, la naturaleza en su más amplia expresión, forman parte de mi historia personal».

4. El parque del Sotillo de los Canónigos. «Este rincón de Palencia ha estado presente de forma continua en mi vida, desde mi niñez hasta el día de hoy, y permanentemente me trae muchos recuerdos: los entrenamientos de pretemporada que realizamos todos los atletas de mi club a principios de septiembre; el Cross del Patronato Municipal de Deportes, que ya ha cambiado de ubicación, al igual que el Mercado Medieval en las fiestas de San Antolín, donde me pasaba horas mirando las aves rapaces; el Festival Palencia Sonora, que se ha convertido en una cita obligatoria para mí desde hace ya unos cuantos años. Por todo esto y por su aire fresco, donde puedes tumbarte para tomar el sol, sentarte a leer o dar un agradable paseo, este lugar es uno de mis imprescindibles en Palencia».

5. El Campo de la Juventud. «He dedicado gran parte de mi vida al atletismo y me ha tocado pasar muchas, pero muchas horas en el Campo de la Juventud. Esa es la razón principal por el que este lugar es muy especial para mí. Ahora entreno en León, pero siempre que tengo oportunidad vuelvo a las pistas de Palencia. Aquí, cada vez que llego mochila en mano, listo para entrenar y cruzo la puerta principal, una sensación de pertenencia me recorre por dentro».

6. Parque de la Asociación Allende El Rio. «Desde muy pequeño pasaba horas jugando con mis amigos del colegio, inventando historias que me inspiraban las películas que veía en casa, al mismo tiempo que me armaba de valor y me atrevía a formar un escuadrón de personas para atrapar las más extrañas criaturas de las hierbas altas, donde nadie se atrevía a adentrarse. Aquí se acumulan más que nunca los más cálidos recuerdos de mi infancia y grandes amistades que incluso mantengo hasta hoy en día. Uno de los principales escenarios de mi infancia».

7. Urbanización Puente don Guarín (Grijota). «Cuando todavía no sabía andar, ya gateaba por el chalet de mi abuela y más adelante corría como un potrillo buscando toda clase de animales por su jardín y alrededores. Mis padres me han dicho que aprendí a correr antes que a andar. Muchos veranos los he pasado allí: la piscina, el club social, la pista de padel, el pequeño campo de fútbol, el de basket y muchas personas de la urbanización vienen a mi cabeza cada vez que visito a mi abuela y recorro sus zonas. Ahora la observo con cierta nostalgia, como un refugio para combatir el estrés de la ciudad, dónde poder leer y pasar tiempo con mi familia».

8. Pequeño parque de la calle Río Valdavia. «Está al lado del parque de la Carcavilla, pero siempre lo he preferido. De pequeño cuando un parque me gustaba, no había quien me alejara de allí y más aún si cerca había hierbas altas, caminos pedregosos y vegetación frondosa. Por eso, más que estar en él, me adentraba por sus alrededores y ahí iba yo dispuesto, con mi red y mi cajita, dispuesto a atrapar cualquier bicho. No hay columpios y solamente existe un círculo de piedra para sentarte, unas lonas con cuerdas y la chimenea de la antigua Electrolisis, pero este pequeño lugar, al estar cerca de mi casa, me permitió entrenarme con mi inseparable red, para luego vivir las aventuras del parque de Allende el Río. Ahora, paseo o corro por allí, leo y encuentro la paz, fijándome en sus pequeños detalles y recordando la magia que desprendían cuando formaban parte de mi corta vida».

9. Mirador de Autilla de Pino. «Siempre que echo la vista atrás, me acuerdo de los atardeceres que veía desde este mirador y de cómo me cautivaban. No creo que haya muchas puestas de sol tan bonitas. Desde allí se puede ver el Mar de Castilla, ya que su privilegiada posición nos permite disfrutar, si el tiempo lo permite, la Tierra de Campos en todo su esplendor y hasta las siluetas de la Montaña Palentina situadas a más de 100 kilómetros. También recuerdo que, una vez caída la noche, cenaba en las tradicionales bodegas de los alrededores y buscaba en sus paredes formas de vida en miniatura».

10. Fuentes de Valdepero. «Por último, quiero hacer honor al pueblo que me hizo amar la naturaleza y querer dedicarme a la Biología. Desde muy pequeño iba a visitar a mis tíos abuelos y me encantaba estar en su caserón y su jardín. Mi tío abuelo me hablaba de los animales que vivían por el pueblo y me llevaba por sus intrincadas calles con los ojos vendados para identificar las distintas zonas con el resto de mis sentidos y para identificar los sonidos que emitían los animales y reconocer su identidad. Muchas veces nuestro paseo terminaba en la Ermita de San Pedro para buscar restos de aves rapaces nocturnas y así descubrir su alimentación y los lugares donde se alimentaban. Siempre que puedo voy a ver a mi tío abuelo para poder charlar y, ya de paso, disfrutar de uno de los pueblos que marcó mi infancia».