Fernando Martín Aduriz

Dirección única

Fernando Martín Aduriz


El arte de la reducción

01/12/2023

Cuando algunos importantes filósofos del momento comienzan a quejarse del adiós de las narrativas en la época líquida que atravesamos parece que añoran el momento de las largas exposiciones, de los relatos aumentados, de las conferencias interminables. Pero se olvidan de los efectos soporíferos de esas prácticas, tan queridas por el sujeto obsesivo. Más expresivo resulta evocar la pesadez del pesado que nos suelta un rollo detrás de otro sin solución de continuidad. Brasa, peñazo, da igual el término que usemos, nos entendemos.
Practicar el arte de la reducción es la propuesta más admirable. En primer lugar, pienso en Jacques Lacan, quien con su política de la sesión breve en psicoanálisis supo usar la reducción del tiempo de una sesión de terapia como una herramienta exitosa, enfrentándose así al uso religioso del tiempo pactado de antemano, evitando confundir el tiempo cronológico con el tiempo lógico. Y en los años sesenta del siglo pasado, adelantándose también en eso.
Hoy se pone como ejemplo a lectores que usan el arte de la reducción en la fabricación de bibliotecas abreviadas, más ligeras, sacando de las estanterías no usadas y llenas de polvo un saber improductivo y alejado del gusto del minimalismo que nos exige el tiempo actual. El argumento que he leído es letal: «su arte de la reducción nos recuerda que a la barbarie se llega tan pronto por la falta de libros como por su sobreabundancia». 
Y ocurre también que la reducción significante frente a la amplificación significante nos presenta un balance mucho más fresco. Recordamos mucho mejor a la larga un esquema ágil o una frase concisa. A lo largo de nuestra vida necesitamos un puñado reducidísimo de significantes para orientarnos, esos que han presidido mejor nuestra historia subjetiva, esos que nos explican mejor cómo somos, y no unas obras completas. Lo que Bloom decía de Shakespeare.
Y, por último, cómo agradecemos que nos narren algo yendo al grano, sin rodeos estériles. Cómo elogiamos la reunión breve, frente al tormento de la reunión para ver cuándo nos reunimos o la monopolizada por el pesado oficial. Cómo aplaudimos el laconismo de «a buen entendedor…».