Veo, sin comprender, cómo se trata de anular el consumo del tabaco y se emprende la legalización de la maría. Pero el llamado progresismo y sus poetas doctos traen estas contradicciones.
Íbamos hacia los setenta y en Valencia en un céntrico café observé a dos señoras que invariablemente ocupaban la misma mesa. En este país en que todo se sabe, me enteré de que una era dueña de un club de muchachas jóvenes que incitaban al consumo de copas y la otra ofrecía ayuda discreta, tanto para partos como para abortos. Era una hacedora de ángeles.
La hacedora subía a un piso de la calle Doctor Sunsi y entraba en una cocina mal alicatada, con suciedad en las juntas de los mosaicos y desconchones en sus esquinas. En ese ambiente se tejía el terror de las que no iban a ser madres. Yo veía y escuchaba por la ventana de la galería, los gritos y lloros de aquellas desconsoladas llenas de miedos y dudas que callaban con los de la ayudadora discreta que chillando más que ellas las decía: ahora lloras por lo que antes reías. Ahí tienes tu merecido.
¡Terrible! Pero real.
Se nos vendió el aborto como una necesidad de alivio. Una toilette con incomprensible desfile para aquella cocina. Pasaron estudiantes, madres solteras, bailarinas de conjunto y otras muchísimas mujeres únicamente acompañadas por su melancolía. Personajes fragmentados.
Y ahora, el argentino doctor muerte ha conseguido implantar el texto de la ley de la eutanasia que escribiera desde una cafetería-confitería de Medina de Rioseco. Es progre, él y toda su bien colocada familia.
Joseph Roth el periodista judío narra cómo acabaron con la vida de su esposa, sin capacidad de decisión por enfermedad, en un campo de exterminio, el llamado T4 para enfermos mentales, encubierto bajo el término de eutanasia en el castillo de Hartheim donde se asesinó entre 1940 y 1944 a unas treinta mil personas.
¿Es ese nuestro progreso final? O el fracaso de una sociedad que no sabe idear nuevas formulas frente a lo que se llamó «la filial del infierno en la Tierra», un reino de las sombras donde poco a poco se nos ha ido sumergiendo desde un estado al que no quiero ni referirme.