Hace décadas ya que las celebraciones en torno a la primera comunión pasaron de una merienda familiar, casi siempre en casa, y del reparto de golosinas entre los hermanos, primos y amigos del protagonista, a un banquete en un local de restauración, muy parecido al de una boda. Tan es así que, superados los descensos derivados de la crisis económica de 2008 y posteriores y las anulaciones impuestas por el confinamiento y las restricciones de la pandemia de covid-19, esta moda ha resurgido con toda su fuerza y hay que hablar de reservas con un año de antelación para garantizarse un sitio en el restaurante deseado y de compras de trajes y complementos seis o siete meses de la ceremonia. Y sin reparar en gastos, lo que lleva a algunas familias a solicitar un crédito rápido, con tal de que al celebrante no le falte una fiesta por todo lo alto, con un cubierto completo y si es posible con hinchables y animación para el entretenimiento de los más jóvenes, sin olvidar los regalos -proliferan los dispositivos electrónicos y los viajes a grandes parques de atracciones-, el reportaje fotográfico y los recordatorios y otros detalles para repartir entre los invitados.
Este año, por ejemplo, la Unión de Consumidores de Palencia (UCE) cifra el gasto de la celebración de una primera comunión en unos 4.000 euros, cifra importante para una economía doméstica media, que es además un 12 por ciento mayor que la de 2023. Recomienda mirar muy bien los precios y comparar antes de contratar un servicio, además de dejar todos los extremos por escrito por si hubiera que reclamar. La primera pregunta que suscita este informe es la de si es necesario un dispendio de estas proporciones, en tiempos como los actuales de inflación y de incertidumbre en muchos sentidos. Pero, hay una segunda cuestión, que también cobra importancia y que se viene planteando desde que se dio el salto a celebraciones como las actuales, y es la de si no desvirtúa en cierta manera el sentido último de la primera comunión.
El católico puede recibir por primera vez este sacramento sin más, una vez formado mediante la catequesis en su significado y en el compromiso que conlleva. Solo es preciso participar de la eucaristía, bien de manera personal e íntima, bien de forma comunitaria, que es la que mayoritariamente tiene lugar en las distintas parroquias.
Cierto es que para el creyente practicante es un momento muy especial en la vida de los más jóvenes y tiene su lógica que la familia quiera participar de él, dando protagonismo al comulgante, que pasa a tener un estatus nuevo en la comunidad. Pero quizá no sea necesario hacer un alarge económico tan significativo, aunque, por otra parte, es harto complicado ignorar la fuerza de la costumbre y sustraerse a la generalizada moda imperante.