OPINIÓN.- Ya sé que el término eugenesia no se circunscribe exactamente a lo que hoy quiero describir. «La eugenesia es la creencia refutada de que la reproducción selectiva de ciertos rasgos humanos hereditarios puede mejorar la aptitud de generaciones futuras»… Así, Hitler, y otros dirigentes europeos anteriores, facilitaron experimentos para mejorar la raza. Y se quedaron tan campantes ante la condena internacional. La pandemia del Covid-19 supuso la irrupción en la Comunidad de Madrid de una nueva modalidad de eugenesia, si se me permite utilizar ese término en aras de una explicación rigurosa. Empezaré por el final. En numerosas residencias de la tercera edad de Madrid, muchos familiares de residentes fueron desprovistos de cualquier contacto con sus allegados, tanto físico como telefónico. Hubo grupos numerosos de ancianos que, sintiéndose indispuestos, no solo no recibieron asistencia médica alguna, sino que dejaron de ser alimentados, hidratados, higienizados. Esta pobre gente permaneció días y días en sus habitaciones sin otro recurso que sus cada vez más leves gemidos. Se vieron, en definitiva, sucios, hambrientos, sedientos, con orines y excrementos pegados a sus cuerpos, enfebrecidos, sin poder comunicarse con nadie, seguramente aterrorizados ante la indolencia de las autoridades y con el recuerdo de sus seres queridos. Pasados varios días, cuando algunos de los trabajadores de los centros irrumpieron en determinadas habitaciones, se toparon con la cámara de los horrores, ancianos moribundos e inconscientes, cuerpos de fallecidos en estado de putrefacción. El abandono había sido total, vergonzoso e impropio de un país del primer mundo. Por supuesto que esta descripción se basa en algunos de los informes redactados por las fuerzas de seguridad del Estado, informes que van saliendo a la luz pública a pesar del esfuerzo del Gobierno de la señora Ayuso por esconderlos. En vez de ordenar una rigurosa investigación de lo verdaderamente acontecido, la señora Ayuso ha soltado una serie de exabruptos intolerables, que sus corifeos mediáticos le han justificado. Por ejemplo, la idea de que aunque hubiesen sido hospitalizados los ancianos infectados, seguramente habrían fallecido. ¿Es adivina la señora presidenta? Por esa regla de tres, tampoco habría que haber medicalizado a los ciudadanos infectados de otros rangos de edad…porque también habrían muerto . A mí personalmente se me revuelven las entrañas cuando hablo de un asunto tan repugnante. La señora Ayuso mira para otro lado cuando le recuerdan que en el resto de España ha habido muchos ancianos hospitalizados que pudieron salvar la vida; otros murieron, claro está, pero al menos tuvieron una muerte digna, asistidos por personal sanitario.
Lo de seleccionar a los ciudadanos por su edad, lo de otorgarles derechos inalienables en cuestiones de salud y atención primaria según su fecha de nacimiento, es fascismo puro y duro. Los mismos que rechazan de forma virulenta que una mujer violada pueda abortar por cuestiones que cualquier persona de buena fe comprendería, permiten y justifican que cientos (¿o miles?) de ancianos mueran de inanición, rodeados de miseria, suciedad e indignidad. 
Si todo esto me preocupa sobremanera, que un Gobierno regional sea como es el de Madrid, más me preocupa que algunas personas se dejen llevar por conceptos claramente inhumanos. Concretamente, hace un año mantuve una conversación con una trabajadora de una de las residencias de ancianos más importantes de Palencia. Le comenté los hechos deleznables de las residencias de Madrid. Su contestación me hizo refutarla con la máxima tensión verbal. Ella-me dijo- haría lo mismo que Ayuso. Ante un déficit de camas- defendía la susodicha- lo lógico sería dar prioridad a la gente joven porque los mayores «ya habían vivido bastante». Esta simplificación de la vida humana es terrible, sobre todo cuando la promueve una persona que trabaja precisamente con personas mayores sin movilidad y con cierto grado de inconsciencia. No quiero pensar en qué acciones ejecutaría esta mujer en caso de una nueva pandemia. Y prefiero no pensar en si llevó a cabo sus teorías durante la pasada pandemia. En fin, quien no defiende con todas sus fuerzas los derechos de los más necesitados, ancianos, niños, mujeres maltratadas, personas en situación de pobreza y otros colectivos desprotegidos no merece más que nuestro desprecio. Y esto, que conste, no consiste en hablar de política pura y dura, sino de la antinomia humanidad/inhumanidad, decencia/indecencia, egoísmo/solidaridad.