OPINIÓN.- Hasta el domingo 5 de mayo, en que saldrá rumbo a Brasil, podemos disfrutar en Palencia, en el Centro Cultural Lecrác, de la exposición Stefan Zweig, autor universal, que viene avalada por su éxito en Viena y Salzburgo, y aquí en España en Madrid, Valencia y Barcelona.
Hay tanto que decir de este autor y tantos los argumentos para leer su obra, que sin duda no me llegarán las líneas de que dispongo para este artículo.
De raza judía, el destino errante de su pueblo se manifestó en él, y a través de su obra llegamos a conocer su espíritu atomentado e inquieto, tan obsesionado siempre por problemas psicológicos y filosóficos.
Había en él como un oscuro poso de ansiedad y desasosiego, se sentía afligido por la miseria del mundo y tuvo tendencias depresivas a lo largo de su vida, que se fueron intensificando con el tiempo y con el desarrollo de los acontecimientos.
Fue poeta, traductor, novelista, biógrafo, ensayista, periodista, autor dramático, pacifista, humanista y, sobre todo, profundamente europeo.
Por otra parte, Zweig viajó mucho por casi todo el mundo, tal vez buscando alivio a sus inquietudes. Gracias al conocimiento de otros países, se perpetuó en él la tolerancia que observamos en sus obras y que le fue inculcada en su infancia por la educación paterna. Sus obras fueron las primeras en protestar contra la intervención de Alemania en la guerra y, a pesar de que su éxito era inmenso, a finales de 1933 la Cámara de Libreros Alemanes publicó una lista de libros prohibidos entre los que había quince de Zweig.
En 1936 se prohibieron todas sus obras en Alemania, siendo quemados sus libros y reducidos a cenizas.
Sus sucesivas huidas a Inglaterra primero, y a Estados Unidos y Brasil después, eran fruto del terror que sentía ante la posibilidad de que Hitler se adueñase del mundo. De hecho, preguntaba con frecuencia a sus amigos si eso sería posible, y se sentía verdaderamente obsesionado. Casi nadie comprendía su estado, solamente algún amigo que nos lo describe así: «Tenía la cara de un hombre desilusionado, que intentaba agarrarse desesperadamente al espejismo de una Europa que ya no existía».
Su suicidio en 1942, consciente y voluntario, fue quizá el gesto con el que alcanzó la eternidad, y con el que sin duda dejó de sufrir.
El mundo de ayer, libro autobiográfico publicado póstumamente en 1944, es un mensaje al futuro. Él lo escribió pensando que estaba destinado a ser un puente entre generaciones, y para informar a los jóvenes sobre un mundo que quizá nunca podría volver a existir.
Considero imprescindible su lectura, así como la de algunas de sus numerosas e increíbles biografías: Erasmo, Fouché, Mª Antonieta, Casanova, Nietzsche...
Por todo ello, creo que se puede deducir fácilmente la actualidad indiscutible de Stefan Zweig.
Exiliado y perseguida su obra, como tantos miles y miles de exiliados actualmente...
No hemos avanzado demasiado.
Hoy no es la svástica pero sí la bandera negra de la yihad, o la bandera de Rusia en Ucrania. El mal adueñándose del mundo, como temía Zweig. No hemos avanzado.
Por eso, Stefan Zweig es uno de los autores más vivos y cuya obra realmente interesa hoy tanto o más que cuando fue escrita.