«Creemos que la vida del pasado es muy distinta a la nuestra»

Pablo Torres
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El salón de actos de la biblioteca se convierte hoy, a partir de las 19 horas, en un espacio de conversación literaria gracias a la participación del escritor y crítico literario Juan Gómez Bárcena, quien hablará de su novela 'Lo demás es aire'

Juan Gómez Bárcena - Foto: David Jiménez

Aunque algunos puedan creer que los pueblos no tienen mayor importancia, para Juan Gómez Bárcena son los núcleos que han concentrado la mayor parte de la historia: «lo que ocurre en los pueblos es el reflejo de lo que ocurre en el mundo». Bajo esta consigna, el escritor y crítico literario relata en las páginas de su última novela, Lo demás es aire, la vida de varios personajes en diferentes marcos temporales dentro de Toñanes, localidad cántabra de la que es natural. En el libro indaga sobre las historias de muchos de los nombres que figuran en los archivos parroquiales, con una labor que combina la investigación y la ficción, y que busca «acercar al lector a las emociones de la época», las cuales «no distan mucho» de las actuales. 

Juan Gómez Bárcena es una de las voces más autorizadas del ámbito literario, siendo considerado uno de los grandes escritores en la actualidad. Los galardones que ha recibido a lo largo de su trayectoria así lo avalan.

Su libro Lo demás es aire cuenta a través de diferentes generaciones la historia de su pueblo, Toñanes. ¿Ve algún patrón común en la vida rural de cada uno de los momentos que relata?
Cuando haces una investigación así aparecen muchos paralelismos. Te das cuenta de que todo lo que ocurre en los pueblos sucede también en todas las partes de España, e incluso a lo largo del mundo. Ahora se ha publicado mi libro en Italia y Holanda, y lo que me dicen los lectores de allí es que parece que hablo de sus pueblos. Hablar de un lugar pequeño es hablar de uno universal. 

Muchas veces pensamos que la vida de las personas del pasado es muy distinta a la nuestra. Sin embargo, casi siempre se repiten las mismas emociones. Yo he leído en los libros de historia que, con la alta mortalidad infantil del siglo XVI, los padres no cogían cariño a sus hijos, mientras que los documentos demuestran todo lo contrario. 

¿Esta obra puede interpretarse como una alabanza al medio rural?
Yo no lo interpretaría así. Hoy en día hay bastante literatura en torno a la dualidad ciudad-campo. Creo que es bueno compararlos, pero ninguno es superior al otro. Los pueblos nos ofrecen muchas ventajas respecto a la ciudad, como que los hijos crecen más libres, la relación con la naturaleza es más genuina o que nos permiten escapar del anonimato de los núcleos urbanos. 

No he tenido la intención de hacer una alabanza, sino una descripción. Algunos de los personajes de mi novela son felices en el pueblo y otros no. 

¿Cuánto de ficción y cuánto de realismo hay en el libro?
Ha habido una fuerte labor de documentación detrás, aunque también hay mucha ficción. Prácticamente todos los personajes que aparecen en la novela existieron. Cuando encuentro algo curioso sobre una persona en un documento especulo sobre cómo pudo ocurrir. He intentado que todo estuviera en sintonía con el espíritu de la época.  No hay anacronismos: los personajes tienen ideas, emociones y conversaciones que bien pudieron tener. 

La propia sinopsis del libro recoge que usted «usa la literatura para llegar donde los documentos oficiales no llegan». ¿Con ello se refiere a esto que acaba de explicar sobre la especulación de lo que ocurre en la vida de los personajes?
En parte sí, pero a lo que se refiere, sobre todo, es a la idea de que cuando encontramos documentos  del pasado solo lo hacemos de aquellos que han generado documentación, que suelen ser las figuras relevantes. Es muy raro que una mujer, un niño o un pobre del Antiguo Régimen generaran documentos, lo que hace que esta práctica sea clasista e injusta.  Los únicos documentos que podemos clasificar como democráticos son los parroquiales. 

Lo que he hecho con mi libro es utilizar este tipo de archivos para explorar las vidas de aquellas personas marginadas que no tuvieron ocasión de tener voz. 

Cuando lo lee, ¿vuelve a sentirse como el niño que fue y que pasó su infancia en las calles de Toñanes?
Un poco sí. Me costó tomar la decisión de figurar como personaje, pero ya que estaban participando los habitantes de Toñanes me pareció interesante participar como costura para entender quién estaba escribiendo el libro y de dónde sale su interés por el pasado. 

La novela se define como «la biografía sentimental de un país». ¿Puede explicarlo?
Aunque hemos hecho una historia basada en lo que ocurría en las ciudades o las cortes de los reyes, la mayoritaria ha tenido lugar en pequeños lugares, donde la vida parecía detenerse. 

La biografía es sentimental en el sentido de que se ha procurado hacer un retrato que no solo hablara de lo objetual, sino que narrara las emociones que muchas veces no podemos terminar de imaginarnos: cómo se enamoraban dos campesinos en el siglo XVII, qué sentía una madre andaluza cuando veía emigrar a su hijo en el XVIII o qué sensaciones tenía alguien al que le habían expropiado una finca heredara durante generaciones. 

Muchos autores le consideran una voz autorizada en el ámbito de la crítica literaria. ¿Lo ve así?
En estos casos se crea una escena de diálogo literario en la que, en muchas ocasiones, no se está en sintonía. Considero que mi voz sí tiene valor dentro de este diálogo, pero no solo por mis libros, sino también por mi desempeño como profesor de escritura creativa. 

¿Qué libro despertó su pasión por la lectura?
La historia interminable
. Lo leí a los ocho años, mientras tenía una convalecencia. Me gustaba la película y me animé con el libro. Fue la primera vez que me di cuenta de que un largometraje y una obra literaria no tienen por qué coincidir plano a plano en su historia.

Gracias a esa lectura fueron viniendo otras. Poco a poco llegó la pasión de querer yo mismo, con mucho esfuerzo, intentar generar libros con emociones tan intensas como las que otras obras me estaban produciendo a mí.