La ermita: ubicación, origen y advocación. La ermita de los Caracoles se encontraba anexa al ábside de la actual iglesia de San Pablo. Sobre el origen de este curioso nombre existen dos tradiciones. Una hace referencia a la existencia de una huerta adyacente desde la que estos moluscos se paseaban por las paredes de la ermita. Otra se refiere a unas espirales que adornaban el manto de la Virgen semejantes a los caracoles.
Independientemente de la veracidad o no de estas versiones, lo cierto es que el nombre real de la ermita era el de Nuestra Señora del Rosario. Su origen deriva de la popularización del rezo del Rosario impulsado por los padres dominicos, y sistematizado por el Papa Pío V que recogía las indicaciones del Concilio de Trento (1545-1563). La atribución de la victoria en la batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571) a la intercesión de la Virgen del Rosario, contribuyó aún más a su difusión.
En Palencia la Cofradía se fundó el 8 de agosto de 1572. Al año siguiente se terminó la construcción de su capilla, de planta cuadrada y con piedras de sillería. La ciudad se sumó, de esta manera, a la celebración de la Virgen del Rosario, que se conmemora cada 7 de octubre.
LA FESTIVIDAD DE LA VIRGEN DEL ROSARIO. A principios del siglo XX la Cofradía mantenía su vitalidad y tradiciones. La celebración de la Virgen del Rosario en la ciudad era un gran acontecimiento y contaba con un importante respaldo por parte de los palentinos. Se conmemoraba con una novena, durante la que se concedía indulgencia plenaria a todo aquel que, tras confesarse y comulgar, visitase a la Virgen.
El día de su advocación se iniciaba la jornada con el toque de las campanas de San Pablo, que terminaba con los tañidos de una de ellas denominada Rosario, convocando a misa solemne. Por la tarde se retomaba el culto con la novena, tras la que se iniciaba la procesión, encabezada por una cruz alzada y ciriales, los niños de las escuelas cristianas con sus profesores, los cofrades del Rosario y los de otras asociaciones religiosas de San Pablo. A continuación aparecían las imágenes del niño Jesús, de Santo Domingo de Guzmán y de la Virgen del Rosario escoltada, esta última, por la Guardia Civil. El cortejo continuaba con cinco faroles, en representación de los misterios gozosos de la Virgen, seguidos de una cohorte de niñas que portaban estandartes, clero, integrantes de otras órdenes religiosas, y las autoridades civiles y militares.
La Banda Municipal amenizaba con sus acordes la procesión.
UN DERRIBO INESPERADO Y CONFLICTIVO. La ciudad de Palencia había iniciado una profunda transformación desde el Sexenio Revolucionario (1868) y presentaba un aspecto más saneado y urbano. Un nuevo Ayuntamiento, la Plaza de Abastos, nuevas Escuelas y dos edificios en pleno proceso de construcción, el Palacio de la Diputación y el Instituto de Secundaria, habían cambiado el aspecto de la ciudad. Además se habían derribado viejas edificaciones y los restos de la muralla. Desde 1912 el Ayuntamiento tenía puesta su mirada en la avenida 1º de Julio (actual Simón Nieto), donde confluían la Estación del Ferrocarril del Norte y la recién inaugurada del conocido popularmente como Tren Burra, al constituir una de las principales vías de acceso a la ciudad. Allí, precisamente, se ubicaba la ermita de Nuestra Señora del Rosario.
El 20 de abril de 1914 la ciudad se despertó con el ruido de los trabajadores desmontando la ermita. La orden emanaba del alcalde Arturo Ortega Romo y el derribo se había iniciado siendo aún de noche, mientras la ciudad dormía. Se justificó la actuación en base a un informe del arquitecto municipal en el que exponía el estado de ruina del edificio y recomendaba su demolición en menos de 48 horas. Pero la premura de la decisión, el hecho de que se iniciase siendo aún de noche, y el desconocimiento previo del informe, provocaron una oleada de protestas. No sólo protestaron los cofrades de la ermita, sino también otros movimientos y organizaciones católicas, además de la prensa que esa misma tarde se hizo eco de la noticia, dudando, además, de la legalidad de la orden.
La Junta diocesana de Acción Católica fue aún más lejos, imprimiendo una hoja que repartió por las calles, criticando el derribo y a los que lo habían amparado. La polémica supuso la paralización del derribo, quedando la ermita con sus muros aún en pie.
En el Ayuntamiento el socialista Victoriano Zarzosa y el republicano radical Ángel Torres criticaron la orden de derribo. Zarzosa fue muy explícito en su exposición, ya que, según sus palabras: «En cuanto al derribo, suscribiría, él no sólo el de la Ermita del Rosario, sino también el de otros templos, que a su juicio constituyen focos de infección para la higiene pública». Lo que criticaba era el proceso seguido: «No quiero censurar a la presidencia por el derribo y sí por el procedimiento empleado».
DOS AÑOS EN PLEITOS Y RECURSOS. De las críticas se pasó a los tribunales. El párroco de Santa Marina, Primitivo Pastor, puso una demanda al Ayuntamiento que la Audiencia de Valladolid resolvió con prontitud al dictaminar que el derribo de la ermita no constituía delito. Pero el mismo día que se publicó esa sentencia, el 12 de mayo de 1914, Primitivo Pastor comunicó que presentaría una querella criminal contra el alcalde. Las acusaciones subían de tono y apuntaban al máximo representante municipal.
Arturo Ortega Romo puso en marcha, entonces, toda una serie de recursos para evitar los juicios y proseguir con el derribo, paralizado momentáneamente por las demandas. Por un lado nombró un tercer perito para que mediase y dictaminase el estado de la ermita. El elegido fue Jerónimo Arroyo. Sin embargo el párroco de Santa Marina recurrió también esta decisión ante el gobernador, al no estar de acuerdo con la persona elegida.
Fracasado este intentó el alcalde buscó otra alternativa. El 24 junio de 1914 se presentó ante el Pleno del Ayuntamiento el proyecto de alineación de la nueva avenida 1º de julio. Curiosamente ese mismo día el arquitecto Jerónimo Arroyo emitió su informe en el que recomendaba derribar la ermita. A pesar de que el proyecto de alineación iba acompañado de una instancia de Primitivo Pastor exigiendo su paralización, y de la oposición de los concejales Zarzosa y Torres al mismo, fue aprobado por el Ayuntamiento. Arturo Ortega, con el proyecto aprobado y el informe de Arroyo, se apresuró a aprobar una orden concediendo un plazo de 8 días para el derribo definitivo de la ermita. En caso de que la Cofradía no lo hiciese por sus medios en el plazo establecido, el derribo lo ejecutarían los obreros municipales. Mucha prisa tenía el alcalde por cerrar este tema.
Tres días después, el 27 de junio, los cofrades presentaron un recurso ante el alcalde contra el plazo de ocho días, el cual fue remitido al gobernador para su resolución. Además Primitivo Pastor elevó un nuevo recurso ante el gobernador contra el proyecto de alineación. El derribo se volvía a paralizar.
La tensión iba en aumento y por la ciudad se extendió el rumor de que el partido conservador, del que formaba parte Arturo Ortega, ya no era un partido católico ni defensor de la Iglesia. Tanto se extendió esta idea que se hizo necesario un artículo en la prensa que, bajo la firma de Un palentino, pretendió desligar al partido conservador de esta decisión, haciéndola recaer únicamente en el alcalde, aunque sin culpabilizarle ni acusarle.
En marzo de 1915 los recursos presentados por la Cofradía y el párroco de Santa Marina (que ya había fallecido) fueron rechazados. Esto no significó que se pudiese proceder al pleno derribo, porque quedaba pendiente la tasación de los terrenos que ocupaba la ermita, requisito necesario para su definitiva expropiación. Este tema se convirtió en un nuevo objeto de disputa al no llegarse a un acuerdo entre Cofradía y Ayuntamiento, nombrando este un tercer perito en discordia, dando origen a nuevos pleitos judiciales.
LA DIMISIÓN DE ARTURO ORTEGA Y EL FIN DE LOS JUICIOS. El 1 de octubre de 1915 Arturo Ortega Romo, cada vez con menos apoyos, presentó su dimisión como alcalde. Acosado por la mala situación económica del Ayuntamiento, cuestionadas las cuentas por varios concejales y con la amenaza de corte del servicio eléctrico a la ciudad por impago, se vio forzado a dimitir. No cabe duda de que el derribo de la ermita también condicionó su marcha pues había deteriorado la imagen del partido conservador. De hecho tan sólo faltaban tres meses para que finalizase su mandato (1 de enero de 1916), lo que hace más incomprensible esta dimisión.
No hay duda de que fue invitado por su partido a cesar como alcalde antes de la contienda electoral, ya que «no era una buena imagen para el partido» con todos los problemas que arrastraba.
La ermita, sin embargo, sobrevivió al alcalde que inició su derribo, pendiente aún del nuevo recurso presentado. El juicio se celebró el 28 de febrero de 1916 en la Audiencia Provincial, generando una gran expectación. Dos fueron las cuestiones planteadas: la revocación del nombramiento del tercer perito para hacer la tasación del terreno y la ilegalidad del derribo, afirmando que «después de ser denunciada como de ruina inminente, se dictó la providencia de derribo, y que aun hoy sus muros vetustos pero inconmovibles, desafiaban dando fe de su fortaleza, la acción del tiempo y aun la declaración de hallarse ruinosos».
El 4 de marzo de 1916 se dictó sentencia, podríamos decir salomónica. Se dio la razón al párroco negando validez al nombramiento de un tercer perito por parte del Ayuntamiento para que tasase el terreno, pero, a la vez, el Jurado se declaró incompetente sobre el derribo. Fue el último proceso judicial. Viendo que nada se podía hacer ya contra la orden de derribo, el párroco de Santa Marina decidió desistir de nuevos juicios.
EL ACUERDO Y EL DERRIBO DEFINITIVO. El fin de los procesos judiciales permitió que el 15 de marzo de 1916 el gobernador diese su visto bueno al proyecto de alineación de la avenida 1º de julio.
A partir de este momento, el nuevo alcalde, Mariano Gallego, se sentó a negociar con la Cofradía, llegando al acuerdo de indemnizarla con 21.447,2 pts. el 19 de abril de 1916. Se pudo así proceder a su total y definitivo derribo, iniciado hacía dos años, puesto que aún permanecían en pie sus muros.
Unos días después, el 26 de abril, la Virgen del Rosario salió de su ermita para ser ubicada definitivamente en la iglesia de Santa Marina, no sin un cierto aire de indignación: «A las cinco de la tarde se hará la procesión solemne con asistencia del Reverendísimo Prelado para trasladar la imagen de Nuestra Señora del Rosario desde su profanada Ermita hasta el templo parroquial de Santa Marina», anunciaba El Diario Palentino. Lamentablemente esta imagen no se conserva, pues desapareció tras unas obras realizadas en la iglesia de Santa Marina. En su lugar se venera una talla fechada en los siglos XII-XIII, aunque muy alterada por las modificaciones que se hicieron en el s. XVII para convertirla en una imagen vestidera, que bien pudiera ser la imagen primigenia que albergó la ermita.
En la actualidad la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario sigue existiendo y todos los años, en el mes de octubre, celebra su advocación en la iglesia de San Pablo.
Agradecimientos a Luis Miguel García Palacios, director de la Cofradía del Rosario de Palencia, y al Archivo Histórico de la Provincia de Palencia; Félix Pollos y Miguel Ruiz Ausín por las fotografías de la ermita.