OPINIÓN.- El Centro Cultural Lecrác acoge hasta el 5 de mayo una exposición itinerante, cedida por el Foro Cultural de Austria en Madrid, sobre la vida y obra del escritor austríaco Stefan Zweig, uno de los más famosos de su época.
Zweig alcanzó la categoría de superventas, tanto por la extraordinaria calidad literaria de sus relatos (Carta de una Desconocida, Novela de Ajedrez, Amok), como por sus biografías sobre personajes históricos de relevancia (María Antonieta, Fouché, María Estuardo) o sus pasajes históricos novelados (Momentos Estelares de la Humanidad, Castiello contra Calvino…). Recibió elogios de todos sus contemporáneos, desde Thomas Mann a Máximo Gorki, quien manifestó que nadie escribió con tanto respeto y delicadeza sobre la mujer como Stefan Zweig.
Por poner sólo un ejemplo de la popularidad de la que llegó a disfrutar, Momentos Estelares de la Humanidad se utilizaba como libro de texto en los colegios alemanes y alcanzó la cifra de 250.000 copias vendidas. Sin embargo, este gran éxito no evitó que años más tarde sus libros fueran prohibidos en Alemania y tuviera que abandonar Austria, acosado por el régimen nazi.
Zweig nació en Viena en 1881, en el seno de una familia judía acomodada, lo que le permitió poder cursar estudios universitarios en la ciudad de su elección, en su caso, Berlín, y viajar a lo largo y ancho de Europa, de modo que pudo entablar relación con los escritores más relevantes del panorama europeo de la primera mitad del siglo XX.
Fue precisamente esa educación de carácter internacional, junto con el enorme trauma que supuso la Primera Guerra Mundial, lo que le llevó a adoptar una postura europeísta y pacifista. Es este aspecto universal de Zweig lo que realza aún más su figura en la actualidad.
Como el propio escritor relata en su autobiografía El Mundo de Ayer, «nací en un Imperio milenario, el de los Habsburgo, pero no se molesten en buscarlo en el mapa, pues ha sido borrado sin dejar rastro». La elegante, cosmopolita y supranacional Viena del emperador Francisco José I e Isabel de Baviera (más conocida como Sissi), se vio reducida a la condición de ciudad de provincias del III Reich alemán, tras la anexión de Austria por la Alemania nazi en 1938.
El resto del Imperio Austro-Húngaro, que el escritor consideraba un modelo de coexistencia de diferentes pueblos y nacionalidades (austríacos, checos, eslovacos, húngaros, eslovenos, croatas, etc.) no sufrió mejor suerte, pues tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial quedó íntegramente bajo dominación soviética, al otro lado del telón de acero.
En conclusión, tras la desaparición de la monarquía de los Habsburgo, desmembrada por los diferentes nacionalismos, principalmente el paneslavo, apoyado por Serbia y Rusia, y el pangermánico, impulsado por la Prusia protestante, se instalaron regímenes dictatoriales que impusieron su doctrina a sangre y fuego.
Esto nos debería hacer reflexionar con respecto a la situación de nuestra Unión Europea actual, permanentemente tensionada por los nacionalismos y populismos de uno y otro signo, y amenazada directamente en su frontera oriental. Por imperfecta y excesivamente burocratizada que parezca, que en algunos aspectos es obvio que así es, la Historia nos advierte de que posiblemente es infinitamente mejor que lo que pudiera acontecer, en caso de que desapareciera.
En el contexto mundial en el que nos encontramos, las palabras de Stefan Zweig, extraídas del prólogo del ya mencionado El Mundo de Ayer, pueden resultar tan actuales como cuando las escribió, hace más de 80 años: «Por mi vida han galopado todos los corceles del Apocalipsis, la inflación y el hambre, la revolución y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia, y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea».
Hay un famoso aforismo que reza «el nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando». Quien esto escribe, modestamente añadiría que, además, también se cura leyendo. Por ejemplo, a escritores como Stefan Zweig.