Las imágenes son de absoluta desolación. Barro en el fondo de los pantanos sin una gota de agua, inmensas superficies troceadas como un doloroso mosaico por la falta de agua y la inclemencia del sol, riberas inmensas de ríos que bajan sin apenas caudal, campos en los que malnacen hierbajos, y surtidores de los que apenas salen dos gotas que quedaban en la cañería.
La pertinaz sequía, se decía en tiempos afortunadamente superados. Hoy, el cambio climático nos amarga la existencia, pero también la falta de políticas efectivas.
Hace unos años un gobierno sin complejos, el de Aznar, aprobó un Plan Hidrológico Nacional que la mayoría de los expertos consideraron que marcaba un buen camino, aunque necesitaba correcciones; pero el nuevo gobierno, el de Zapatero, lo anuló simplemente porque procedía de un Ejecutivo de otro color. Desde entonces, no hay manera de que PSOE y PP se pongan de acuerdo sobre un PHN, los gobiernos autonómicos se niegan taxativamente a aceptar trasvases aunque sean para regiones gobernadas por su mismo partido, las peleas entre los responsables de las cuencas hidrográficas convierten en modélicas las de las bandas callejeras y las discusiones en torno a la ubicación, uso y utilidad de desaladoras demuestran que hay expertos en todo que apenas saben de nada.
España se muere de sed. La industria lanza gritos de alarma, y los que viven del sector primario, agricultura y ganadería, se sienten acechados por la miseria. Y, como ocurre en otros países europeos, se echan a la carretera para llamar la atención a los gobernantes. No pueden vivir con las tierras áridas y los ríos sin agua. Menos todavía con el incremento del precio de los combustibles que repercute en el de los fertilizantes, la maquinaria, el transporte y la mano de obra.
No se trata solo de políticos incapaces de ponerse de acuerdo con quienes no defienden el mismo modelo social que ellos, políticos de distintas siglas que priorizan esas siglas antes que el bien común, el de España; se trata también de que la mayoría de los ciudadanos no se sienten concernidos por un problema de una magnitud que no quieren conocer.
La falta de compromiso con los problemas de todos, y la falta de solidaridad, provocan asombro, por no decir dolor. Se desprecian las pequeñas decisiones personales que sin embargo pueden mover el mundo, se alardea de incumplimiento de las advertencias de los expertos y sus propuestas para paliar el problema, e incluso se jactan algunos irresponsables de que en su casa se llena la piscina y se riega un césped que necesita agua dos veces al día.
Se habla mucho del cambio climático, que es real. Pero habría que luchar también para que los ciudadanos se concienciaran de que la sequía no solo es un problema de los gobernantes, sino de cada uno de los que necesitamos agua para vivir. Un bien que, por tener en casa simplemente al abrir un grifo, somos incapaces de valorar.