Mikel Garciandía

Carta del obispo

Mikel Garciandía

La Carta del obispo de Palencia


La procesión de La Borriquilla

24/03/2024

Queridos lectores, ¡paz y bien! Hoy los cristianos somos invitados a acompañar al Señor en su entrada a Jerusalén como Mesías. En la ciudad de Palencia la piedad popular ha resaltado el hecho de que Jesús entra en la Ciudad Santa montado en un pollino. Y tengo que decir que se trata de una intuición muy certera y que hunde sus raíces en los primeros siglos de la Iglesia. Se trata en efecto de una tradición antiquísima, que ya Egeria relata en su viaje por Tierra Santa en el siglo IV. Desde Betfagé hasta Jerusalén, una inmensa muchedumbre de peregrinos entraba, y hoy mismo entra en la ciudad acompañando al Redentor que entra montado en un pollino.

Egeria, peregrina española de la antigüedad, nos narra: «el domingo en que entramos en la Semana de Pascua, que aquí se llama la Gran Semana, a la hora séptima, todo el pueblo sube al monte de los Olivos, es decir a la Eleona, en la Iglesia. El obispo ocupa su lugar, y cantan antífonas e himnos adecuados. Cuando empieza a ser la hora nona, se llega al Himnobon, al lugar desde el que el Señor ascendió al cielo. Todo el mundo ocupa asiento. Sólo los diáconos están siempre de pie. 

Y allí se dicen también himnos y antífonas adecuadas al día y se intercalan lecturas y oraciones. Y en la hora undécima, se lee el pasaje en el que los niños, con ramos y palmas acompañan al Mesías diciendo: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! Todos van a pie, y los niños que no pueden caminar, son llevados por sus padres a hombros, todos con ramos de palmas. Así el obispo es acompañado, como se acompañó al Señor». 

Y llegaban a la Anástasis, a la basílica del Santo Sepulcro, cuando ya era de noche, donde hacían un lucernario, y una oración dedicada a la cruz.

Una viva descripción hecha por esta mujer originaria de Galicia de noble estirpe, y que escribió uno de los libros de viajes más fascinantes de la antigüedad. En la literatura rabínica, en los Midrashim, la salvación final tendrá que ver con los comienzos. Moisés llevó a sus hijos montados en un pollino. Igualmente, Abraham llevó a su hijo Isaac al sacrificio con un burrito. En la tradición judía, se relata cómo en el monte de los Olivos, es posible ver aún a la borriquilla que llevó al Mesías hasta Jerusalén, ciudad que significa Visión de Paz. 

El Dios de los cristianos, el Padre de nuestro Señor Jesucristo nos sorprende una y otra vez, pues su entrada en la historia es por la puerta pequeña, desde abajo, en la discreción y delicadeza extremas del verdadero amor. Huye de las pompas y vanidades del mundo, de las falsas grandezas, del discurso impostado y seductor. Anhela entrar en los caminos de la historia montado en un animalito que suscita ternura y alegría, que saca al niño que todos tenemos dentro, cuyo trote no es épico, de gran saga de aventuras, sino profundamente poético y evocador de un Paraíso donde la violencia y el miedo no han lugar. Ya lo había predicho el profeta Zacarías: «decid a la hija de Sión: mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica, en un pollino, hijo de acémila».

¿Por qué es tan importante este detalle en la tradición judía? Abraham madrugó, ensilló a su asno y llevó consigo a sus siervos. Tal y como narra en el libro del génesis, llevó a su hijo para ser sacrificado en el monte Moriáh (el futuro monte del Templo), pero ya no volvió con el animalito a casa. Este quedó reservado para el Hijo que sí sería sacrificado para la salvación de la humanidad, esperando la venida del Rey, del Mesías. Cada uno de nosotros somos invitados a llevar al Redentor como príncipe de la Paz, con nuestra fragilidad. Jesús no necesita ir aparejado para la guerra, montado sobre un cordel de combate, imponente e intimidador. No quiere soldados obedientes, sino amigos y hermanos sencillos y humildes.

En los años ochenta cayó el régimen comunista en la Unión Soviética, y una comunidad católica de la remota Siberia pidió que les enviaran un sacerdote. Este cura llegó a la estación del Transiberiano y vio con asombro que le esperaban dos hombres con un pollino, para que entrara montado sobre él en el pueblo. Comprendió que no le esperaban a él, sino a quien llevaba en su ministerio. Tras sesenta años, pudieron entonar, ¡bendito el que viene en el Nombre del Señor!.