Me ha sorprendido la locuacidad intensiva de cierta prensa foránea ante el ahora llamado "lexit". Que no es sino la recidiva recurrente de un problema que aflora de cuando en cuando pero que en esencia es el de siempre: gente que tiene un sentimiento, gente que confunde pasado con futuro y manera de ser con formas de organizarse. Es el típico problema que se construye con tan solo una herramienta: un pañuelo para taparse los ojos.  

Vendría bien estrujar la concomitancia con la salida del Reino Unido de la Unión Europea para calibrar el recorrido de la contienda: los británicos desde que se fueron, lejos de corroborar su identidad, la han perdido al descubrir que con las ideas no se come, que el futuro son las coaliciones, no los aislamientos. Los británicos han descubierto por la puerta grande que los sentimientos no sirven para organizarse.

León tiene un gran problema: perdió su gran fuente de actividad, vinculada con el carbón y la energía, y el muy prometedor sector servicios va a tener muchas dificultades para darle relevo a todo aquello por sí mismo. No es una encrucijada exclusiva de esa provincia como no lo es tampoco de una España y una Europa amenazadas por las asechanzas de nuevas zonas industriales y comerciales del mundo y nuevos productos que vienen a sustituir a los que hasta ahora venimos fabricando.

Así que los mentores del "lexit" van a tener que reordenar su estrategia. León sobresale en la defensa de un sentimiento, de una manera peculiar de ver la vida, de un modo de relacionarse con la tierra de donde se viene y la saga a la que se pertenece, vínculo entre continente y contenido. Muchos pueblos deben aprender del sentimiento leonés entendido de ese modo.

Pero los sentimientos no sirven para erigir una unidad administrativa. Si hace 50 sirvieron para las uniprovinciales será su problema. Pero con lo rápido que evoluciona todo, aferrarse al pasado es la única manera de no prosperar. A estas alturas la gente debería ir aprendiendo a distinguir los fármacos de los placebos.