El pintor Santiago Izquierdo, natural del pueblo burgalés de Sotillo de la Ribera, descubrió su técnica con las acuarelas gracias a las ilustraciones que dibujó para su obra de poesía ilustrada Días de azul y lluvia. A lo largo de sus páginas, Izquierdo consiguió «una síntesis dialogada entre dos lenguajes artísticos complementarios», como son la poesía y el dibujo.
Ahora, esa técnica la traslada a las 28 obras expuestas en la biblioteca pública de la capital, donde, además de los cuadros, están a disposición de aquellos interesados acuarelas de motivos palentinos, como la iglesia de San Martín de Frómista.
Su última exposición tiene como protagonistas a los paisajes castellanos. ¿Qué sentimientos le evocan estos parajes?
Son mi infancia y mi vida. Nací en Castilla y estuve viviendo en un pueblo de esta región hasta los 14 años, por lo que me empapé del color de estos campos. Lo he conocido desde que tengo dientes.
El paisaje lo viví, no lo aprendí de los libros. Al tiempo me dio por la pintura porque era la forma de expresar mis sentimientos. Siento lo que puedo expresar y expreso lo que he vivido. Mi maestro, de hecho, vio que tenía disposiciones y me compró unas acuarelas.
No pinto montañas ni árboles verdes, sino la esencia. Con el tiempo, he aprendido que una de las virtudes de un paisajista es reducir el numero de elementos y depurar el paisaje dibujado. Debo reflejar la luz que descubre los efectos del campo.
Su técnica otorga una gran importancia a la luz y al color en cada obra. ¿Son estos sus elementos más significativos a la hora de pintar?
Sí. Yo no empleo colores fríos, sino brillantes: el amarillo, rojo, granate… los colores potentes son para mí los colores de la tierra.
La geometría la percibo como algo secundario y prefiero potenciar la luz. Un pintor no se somete a lo que quiere la naturaleza, sino que intenta competir con ella. Esa pugna constante para crear belleza depende a su vez de la disposición mental del creador.
¿Trabaja siempre con tonalidades cálidas?
Generalmente sí.
Se podría decir que a través de la luz busca potenciar sus paisajes
Depende en qué situaciones. Para expresar el paisaje, por ejemplo, sí. Esa evolución propia es la que considero como avance. Conozco a gente que pinta lo mismo desde que empezó. Si bien han conseguido una depuración artística de muy alto nivel, no deja de ser lo mismo. Yo, por el contrario, no he dejado de buscar nuevas fórmulas.
He tratado siempre de buscar la perfección. Eso no quita que, cuando hay que sentarse a resolver un encargo de retratos realistas, se resuelva de igual modo.
¿En qué ve reflejada esa evolución que menciona?
En la simplicidad. Hay un rompimiento de mi técnica a partir del 2002; después, la he consolidado. La aparente sencillez del lenguaje es lo que se diferencia de mis cuadros anteriores.
Cuando expuse en Caja España en 2002 me propuse embaucar a los dirigentes para que me llamaran más veces. Aposté por el color en formatos de metro y medio para que tuvieran que mirarlo. Al hacer estos cuadros, yo mismo pensé: «esto es».
¿Qué otras técnicas ha utilizado?
Donde más encargos he tenido ha sido en retratos. En este tipo de obras no continúas si eres malo. Una vez que pasas el listón de lo malo y el cuadro es bueno existen varios niveles, pero, independientemente de ellos, un cuadro por el que cobres tiene que ser digno.
Otra cosa en la que me he manejado bien han sido los bodegones en términos realistas. Siempre he pintado el realismo con soltura, no de forma empalagosa. Los pinceles los desgarro, aunque igualmente consigo las formas realistas que deseo.
Hay otro estilo en el que he trabajado poco por su complejidad, que es el lenguaje surrealista. También he pintado marinas, pues he vivido en Santander, pero sin llegar a pintarlas completamnete azules.