La empresa Cascajares celebró el pasado 26 de noviembre la XXV edición de la subasta benéfica de sus principales productos, capones y pavos, con la que obtienen fondos para asociaciones de ayuda a personas con discapacidad.
Cascajares siempre se interesó por estas personas, incorporando gran número a su plantilla, principalmente procedentes del Cerrato, para trabajar en su factoría, localizada en esta comarca, primero en Villamuriel y después en Dueñas. En el año 2010 crearon la Fundación Cascajares, cuyo objeto es la inserción sociolaboral de personas con discapacidad.
La primera subasta de capones, en el año 2000, fue en el Campo Grande de Valladolid, contando con la presencia (directa o por delegación) de los grandes restauradores: Arzak, Subijana, etc. Los años siguientes organizó un rastrillo. Luego dieron el salto a Madrid, con subastas en la Casa de Campo y después hoteles de renombre (Ritz, Palace, Barceló). Este año, el acto ha estado dirigido por la presentadora Anne Igartiburu, el humorista Leo Harlem y el cantante Zapata Tenor.
los fundadores de Cascajares. Además, una de las subastas a beneficio de la AECC. - Foto: DPLa recaudación de las subastas se destina a becas de estudios para personas con síndrome de Dowm, atención a personas con parálisis cerebral, creación de puestos de trabajo y similares.
Este año las beneficiarias han sido la Casa de Caridad de Valencia (para becar a estudiantes de FP cuyas familias se han visto afectadas por la DANA), y la asociación Nuevo Futuro (para jóvenes con discapacidad residentes en hogares de acogida). Ambas se han repartido, a partes iguales, los 130.230 euros obtenidos entre las subasta (en la que llegaron a recaudarse 15.500 euros por un capón), los sorteos, las donaciones o las entradas con fila cero.
La actividad y la filosofía de Cascajares le ha reportado múltiples premios. Así, en el Salón Gourmets de 2021, certamen al que concurrían más de 600 productos, su pisto fue considerado el mejor producto ecológico.
La historia de esta empresa cerrateña es digna de conocer.
El vallisoletano Alfonso Jiménez, el menor de 10 hermanos, no tenía ni un duro en el bolsillo, ya que su padre no le daba la propina, como castigo por no querer estudiar. Incluso le habían expulsado del colegio por piciero. Prefería ir a la granja que su familia tenía en Zamora y estar con las gallinas o cazando.
Todos los años por Navidad su madre guisaba unos capones de su granja, por lo que acudía a su casa un capador. Alfonso observaba con atención cómo el capador convertía a los gallos en capones, y pensó que esa era la solución a su falta dinero. Puso un anuncio en El Norte de Castilla, como "capador de gallos a domicilio". En su casa empezaron a recibir llamadas: "¿Es ahí el capador de gallos?". Su padre, desconocedor del anuncio, pensaba que era algún bromista y respondía "sinvergüenza" y colgaba el teléfono.
Para capar a los gallos se les solía introducía un garfio por el ano, pero esa técnica dejaba la herida abierta y la tasa de mortalidad era alta. Alfonso aprendió una técnica novedosa: una pequeña incisión debajo del ala, por la que sacaba los testículos; luego lo cosía y la propia ala del gallo protegía la herida. Además, les aislaba unos días en una jaula separados de otros gallos para que no le picaran. Todo ello hizo que la mortalidad fuese muy baja, y comenzaron a llamarle de muchas granjas.
En una feria agroalimentaria coincidió con Francisco Iglesias, al que conocía de Valladolid, y acordaron asociarse para criar capones. Tenían 19 años y apenas unos ahorros de 160.000 pesetas entre los dos. Primero se instalaron en un corral de una tía de Alfonso, y después alquilaron una granja en Villalba de los Alcores. Así fue como nació, en 1994, la famosa empresa Cascajares.
Alimentan a los gallos de forma natural (maíz, trigo, cebada, soja, frutas dulces y agua). Cuando tienen un mes de vida los capan y cuando tienen cuatro meses los sacrifican y los venden, inicialmente a los restaurantes.
Su éxito fue ir encontrando solución a cada problema que les surgía. Por ejemplo, los cocineros les decían que la pechuga era una carne que se quedaba muy seca; solución: aprendieron a escabecharlos para evitar que se quedaran secos.
El tremendo éxito les animó a aumentar la cría, pero eso provocó que acumularan más capones que los que podían dar salida, hasta tener unos mil capones que no podían sacrificar porque no estaban vendidos. Y puesto que los capones comen mucho, estuvieron a punto de arruinarse. Solución: meterlos en latas. Un amigo les habló de la empresa palentina Selectos de Castilla, que enlataba patos confitados, y la posibilidad de venderle a esta empresa los capones para que los enlatara también. Pero Selectos de Castilla no quiso ampliar el objeto de su actividad y les ofreció alquilarles una nave y enseñarles a confitar y enlatar. Allí llevaron sus mil capones y los enlataron, 500 enteros (en latas de 12 raciones) y los otros 500 en latas de medio capón.
Esta solución fue el boom, pues las latas tienen una caducidad de 4 años y no están sujetas al consumo inmediato como cuando los vendían crudos, van en su salsa, fileteados, de modo que los cocineros de los restaurantes solo tienen que calentarlo y servirlo. Este boom es lo que provocó que Cascajares se hiciera cerrateña: la granja de Villalba de los Alcores se les quedó pequeña y en 1996 se instalaron en Villamuriel, pasando después a Dueñas.