Jesús Martín Santoyo

Ensoñaciones de un palentino

Jesús Martín Santoyo


CAROLINA, PALENTINA DE JARAÍZ DE LA VERA (y II)

11/08/2024

A raíz de conocerse en la verbena de las Vistillas, Carolina y Manuel, el palentino de Castromocho que servía a la patria como soldado, se vieron todas las semanas durante el año y medio que duró el servicio militar del terracampino.
Manuel era agricultor, como su padre y hermano. Al fallecer inesperadamente el cabeza de familia, los dos hijos se hicieron cargo de la explotación cerealística de la hacienda. El hermano mayor, casado y con dos niños pequeños, estaba felizmente asentado con su familia en Castromocho. 
Manuel no tardó en proponer a Carolina un noviazgo formal llamado a desembocar en un matrimonio convencional tan pronto como se viera licenciado del ejército. «Eso sí, tendrás que acostumbrarte a vivir con mi madre en el caserón de la familia. La ayudarás con las tareas del hogar. Podemos ser felices. La casa es muy grande y no careceremos de la intimidad necesaria para fortalecer nuestra relación», indicó.
Con 22 años, Carolina se mudó a la Tierra de Campos palentina con su flamante esposo. Tuvo que acostumbrarse al paisaje y al clima de una tierra adusta, radicalmente diferente al ubérrimo vergel cacereño donde había pasado su niñez.
El carácter amable y servicial de la extremeña facilitó una perfecta integración con su familia política. Ayudó a su suegra y, llegado el momento, la atendió hasta el final de sus días, incluso en los duros meses finales en los que una demencia grave tuvo a la anciana postrada en una silla de ruedas como si fuera un vegetal. También la relación con los cuñados y sobrinos fue impecable. 
En realidad, eran su única familia. Los padres extremeños a los que visitaba brevemente una vez al año por Navidad, fallecieron a edades tempranas y a los hermanos asentados en Cataluña y el País Vasco apenas los volvió a tratar desde que se mudó a Palencia.
Solo la ausencia de descendencia parecía enturbiar la vida del matrimonio. Pero la felicidad y la paz que encontraron en su relación les compensaba de la fallida maternidad.
Cuando se jubiló el marido, dejaron las fincas en renta a los sobrinos. El matrimonio se mudó a un piso en la capital castellana. No era raro encontrarse a la pareja paseando a diario a orillas del Carrión o tomando un vermú en alguna de las terrazas de la plaza Mayor. En verano volvían a pasar una larga temporada en la vieja casona del pueblo y aprovechaban para convivir en armonía con la familia de Castromocho. Carolina se sentía plenamente afortunada con su vida. 
Solo la covid truncaría su suerte. Manuel fue uno de los primeros palentinos que murió a causa de la pandemia. Una neumonía agravada por el virus lo llevó al otro mundo. Carolina también enfermó, pero ni siquiera llegó a estar ingresada en el hospital. Tampoco se curó del todo. Era un ejemplo de los muchos casos de un covid persistente que dejaba secuelas inexplicables en algunos enfermos. Carolina, viuda, siguió teniendo una magnífica relación con su familia política, con la que pasaba todos los veranos en Castromocho. En Palencia conservaba las suficientes amistades como para no sentirse irremediablemente sola el resto del año. Solo las secuelas de la enfermedad amargaban su existencia.
 «Por eso me ves caminar despacio. Me agoto enseguida y necesito sentarme y recuperar le resuello cada poco tiempo. También perdí el olfato, aunque lo he ido recuperando poco a poco. Espero que ocurra lo mismo con esta sensación de cansancio que me agota de la mañana a la noche», apuntaba. «¿No echas de menos tu hermosa tierra extremeña?», le pregunté. No dudó en su respuesta.  «Si te digo la verdad, la tengo tan asociada a privaciones y malas experiencias que toda su belleza se diluye en las sombras de mis recuerdos. Allí no me queda nada. Solo las inmateriales ensoñaciones en las que me veo recogiendo cerezas con mis padres en las luminosas mañanas de mayo y junio. Nada más. Mis padres murieron y mis hermanos no viven en Extremadura. Soy palentina. De origen extremeño, porque nací en La Vera. Pero mis cenizas reposaran para siempre en Castromocho, junto a los restos de mi querido Manuel», señaló.
Ayudé a incorporarse a Carolina. Seguía manteniendo una sonrisa hermosa y unos ojillos vivaces que amortiguaban el rictus de dolor que arrastraba desde la pandemia.