Nadie diría -por su magnífico aspecto, vitalidad y capacidad para transmitir y generar sonrisas- que Teresa Alonso Arrabal cumplió el miércoles 100 años de vida plena y feliz junto a su hermana Dolores, de 93, con la que reside en la capital desde que esta enviudó hace una década. «Qué guapa eres, seguro que en la calle levantas los adoquines cuando pasas», espeta a Sara, la fotógrafa, al tiempo que derrocha sentido del humor y reparte besos y cariño.
Bien peinada para la ocasión, posa con una caja de galletas que sus familiares han personalizado a modo de regalo centenario con su imagen y se enorgullece de las raíces paternas en Sotobañado, lugar en el que veraneó llegando desde Madrid, su residencia habitual. «Vine al mundo la madrugada del 20 de noviembre de 1924 y tuve una infancia superior, aunque luego llegó la Guerra Civil y fue un poco difícil. Ahora, me conformó con cumplir 102 años y luego de dos en dos y a triunfar», señala con una carcajada, haciendo suya en parte la frase del entrenador del Atlético de Madrid, Cholo Simeone, cuando alude a aquello de que «hay que ir partido a partido».
Se considera «independiente y discreta» y detalla que nunca se casó. «A mí no me gustaba hacerlo por interés sino por amor y como este nunca llegó he estado muy a gusto soltera», asegura, aunque su hermana Dolores se encarga de contar que Teresa rompió muchos corazones.
La centenaria reconoce que su larga etapa en Madrid no fue de salir mucho ni frecuentar lugares de ocio, manteniendo las amistades del colegio. «Con poco más de 20 años empecé a trabajar en la oficina de información del Ministerio de Interior y allí me jubilé», apunta. Eso sí, confiesa, no exenta de picardía, que los juegos de cartas «eran un placer» con partidas al tute, brisca o póker apostando dinero con amistades. «Alguna vez llegué a casa justo para arreglarme e ir a trabajar», asevera.
Y para rematar, indica que al cumplir 100 años se siente «como cuando tenía 21» y resalta su pasión por el mar. «Mi hermano Juan, ya fallecido y dos años menor, era marino mercante y me embarqué en varios viajes en verano con él en un petrolero, estando a punto de ir a América. Yo era valiente, no me mareé nunca y soporté temporales. Iba de señorita y me cedían el camarote del armador», enfatiza.