Y aún dan las gracias

Leticia Ortiz
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Los afectados no ocultan su malestar con las instituciones, pero se deshacen en atenciones para aquellos que ayudan sobre el terreno

Y aún dan las gracias - Foto: Juan Lazaro

«Mamá, mira, esta calle está limpita». No tendrá más de cinco años y camina aferrado a su patinete, calzado con unas botas de agua como las que llevan casi todos aquellos con los que nos cruzamos. En su mirada inocente solo ve eso, una calle limpia, sin rastros de ese agua primero, y ese fango después, que convirtieron una zona tan grande en extensión como Bélgica en un escenario posbélico. Así lo describen con vehemencia quiénes lo han vivido y quiénes lo han visto.

En Sedaví, donde nos trasladaron desde el Centro de Coordinación Operativa Integrado, la mayoría de las calles ya están «limpitas» y solo los cementerios de coches y escombros, además de las macabras líneas que marcan hasta donde llegó el agua, recuerdan que hace menos de un mes el Apocalipsis se hizo presente por unas horas. Antes de salir hacia esta localidad nos comunicaron que no es seguro llevarnos a Paiporta, la considerada zona cero de la DANA, porque los ánimos están muy caldeados. Un ambiente hostil que, sin embargo, no percibimos en Sedaví, donde quienes nos pararon solo querían que fuésemos su voz y contásemos su tragedia y la impotencia que sintieron al sentirse «solos durante seis días». Nos lo cuentan a los periodistas, pero también a los miembros de Protección Civil que reconocen que viven situaciones así a cada paso que dan. También nos invitan a pasar a sus casas para que veamos con nuestros ojos la destrucción causada por una riada que aún les mantiene los garajes anegados, las alcantarillas bloqueadas y, sobre todo, la vida patas arriba. Una catástrofe que aún se cobra víctimas, como el operario que falleció mientras limpiaba el colegio de Massanassa. Precisamente esa emergencia obligó a separar nuestros caminos de los de Virginia Barcones. «No podéis venir porque no sabemos qué nos vamos a encontrar», nos decía mientras intentaba averiguar qué había ocurrido exactamente, después de que unos periodistas locales le diesen la noticia a las puertas del Cecopi. Lo que se encontró, según las crónicas, fue un pueblo que de nuevo se rebeló contra los políticos, en este caso contra la delegada del Gobierno, ya que el presidente de la Generalitat y el consejero de Educación ni siquiera se atrevieron a acudir precisamente para evitar los disturbios.

Las pintadas

Y aún dan las graciasY aún dan las gracias - Foto: Juan Lazaro

Esa sensación de rabia contenida, de hastío y de desapego y decepción con las instituciones también se respiraba en Sedaví. Bastaba con ver las pintadas en contra de los presidentes, el del Gobierno y el de la Generalitat Valenciana, que decoran cada esquina. Pero frente a los insultos, el agradecimiento pintado con el maldito fango. Gracias a la UME, a los voluntarios o a los bomberos de Bilbao (sic). Expresiones de gratitud hacia quienes los afectados consideran que sí estuvieron a la altura. La cara y la cruz. Blanco o negro. Porque cuando se ha perdido todo, o al menos se ha estado a punto, parece que la vida deja de tener grises. Por eso no sorprende que junto al enfado brote la amabilidad. Lo repiten sin parar los trabajadores marroquíes que están aquí enviados por su Gobierno. Los ciudadanos de Sedaví, donde este equipo marroquí pasa jornadas interminables limpiando las alcantarillas desde que sale el sol hasta que se pone, les sacan agua, comida y dulces, les abren las puertas de sus casas para lo que necesiten y les dedican palabras de aliento y agradecimiento. Ellos sonríen debajo de las mascarillas y siguen trabajando con su trabajo porque debajo de esas calles «limpitas» queda mucho hacer. Es el gran desafío de los próximos días, quizás semanas. 

«Mamá, mira, esta calle está limpita». Aún queda esperanza.