Las peripecias de Marcelo San Martín

Fernando Pastor
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Marcelo, natural de Magaz de Pisuerga, fue jornalero del campo

Las peripecias de Marcelo San Martín

Marcelo San Martín García, de Magaz de Pisuerga, es una de tantas personas que vivió en casas-cuevas, muy comunes en todo el Cerrato. Habitáculos excavados en las laderas y que albergaban a las personas más humildes.

En cierta ocasión Marcelo y un amigo recibieron el encargo de sus respectivas familias de ir al Monasterio de La Trapa a comprar sendos gorrinos, uno para cada familia, para su crianza y posterior matanza y asegurar la pitanza durante un tiempo.

Cogieron sus bicicletas y allí se dirigieron, contentos por la aventura y el salir de la rutina que el encargo suponía. 

Las peripecias de Marcelo San MartínLas peripecias de Marcelo San MartínAdquiridos los lechones, atarles a la bicicleta no fue tarea fácil. En el viaje de vuelta, los gruñidos de ambos animales acompasaba al del rodar de las bicicletas. 

Al pasar por el término municipal de Soto de Cerrato, el cerdo que portaba Marcelo se soltó de la cuerda y fue a parar a una especie de charca, de la que salió rebozado en barro y echó a correr por la carretera. Marcelo se lanzó a por él, pero el barro provocaba que se le escurriera una y otra vez, hasta que finalmente pudo agarrarle bien y volverle a atar a la bicicleta, en esta ocasión con gran profusión de nudos por doquier. Así llegaron a su casa-cueva con el encargo cumplido.

Marcelo era jornalero del campo. Se levantaba a las dos de la mañana para ir por los pueblos a sacar remolacha, lo que le ocasionó diversas incidencias. La más peligrosa: camino de Roa de Duero con la carretera helada el camión resbaló y cayó por un puente.

Con frecuencia cargaba azúcar en Venta de Baños, para llevarlo a la Puerta del Sol, en Madrid. Iba con otro compañero y tras pasar el puerto de Guadarrama solían parar en un bar. En determinada ocasión, al llegar a su destino vieron que faltaban varios sacos. Algún caco se había subido al camión durante la parada en aquel bar y se los había llevado. Se propusieron pillar a los rateros: antes de llegar al establecimiento, Marcelo se subía al remolque junto a los sacos y cerraba la lona, esperando a los ladrones, pero no hicieron acto de presencia.

Había en Magaz una fragua con dos herreros, Santiago y Julio, quienes le solicitaron a Marcelo que llevara un saco a un domicilio. El saco era de muchísimo peso. Marcelo se lo echó a la espalda como pudo y cumplió el encargo. Si bien, al llegar al supuesto destinatario vio que en el saco solo había hierros pesadísimos sin valor alguno, pues se trataba de una broma pesada (en la doble acepción de la palabra).

Nuestro protagonista de hoy comenzó a salir con una chica de Hornillos de Cerrato y hasta allí iba a verla, en una moto. Un día la intensa niebla le impidió ver que estaba cerrada la barrera del paso a nivel y se empotró contra ella. Desde entonces no volvió a Hornillos.

Solía ir al arroyo a coger ratas de agua para comerlas, algo muy frecuente en el Cerrato (en esta comarca se inspiró Miguel Delibes para su novela Las ratas). Pinchaba con un palo en la hura para provocar que el animal saliera y cogerle, desollarle, cocinarle y comerle. Pero una vez la rata le mordió la mano.

Un día se puso a comer sardinas arenques, medio en broma por apuesta con unos amigos de Valdeolmillos, y se comió una docena. Sus amigos se las iban pelando y él las iba engullendo mientras bebía vino.

Había en Magaz un médico muy curioso, don Jaime, que iba a pasar consulta en una bicicleta sin frenos, con la cartera colgada en el manillar y dando adrede patadas en el culo a los chavales según pasaba. Un domingo iba con la bicicleta y se encontró con Marcelo y su amigo Julián. Marcelo se llevaba la mano a la cara porque tenía un fuerte dolor de muelas, por lo que don Jaime le preguntó qué le pasaba. Respondió Julián: «A este, que le duele una muela». Le hizo ir a su casa, donde tenía la consulta, le sentó en el sillón, sacó de la cartera unos alicates y con ellos le sacó la muela sin anestesia y le dio vinagre para enjuagarse.

pichones. Inventó Marcelo un cancioncilla con la que criticar que los curas hicieran funerales más pomposos a quien más dinero tenían. Su desencuentro con los curas se debía a otra causa: don Victorio les pedía a Marcelo y a sus amigos que subieran a la torre de la iglesia a coger los pichones de los nidos de las palomas, diciendo que tenía que regalarlos para cumplir un compromiso. Lo hicieron, pensando que algunos de los pichones se los quedarían ellos, pero don Victorio no les dio ninguno. Una semana más tarde les pidió lo mismo, y con el mismo resultado. Por ello, la tercera vez la mayoría de los pichones que cogieron los tiraron al atrio y bajando de la torre unos pocos. Ante la extrañeza de don Victorio, ellos aseguraron que no había más, pero luego recogieron y se llevaron todos los pichones que estaban en el atrio.

Puesto que Marcelo era cazador, también el maestro, don Joaquín, le pidió piezas: «Me tienes que llevar una liebre». Se la llevó y le dijo: «Son 500 pesetas». A don Joaquín, acostumbrado a que los vecinos hicieran regalos a los maestros, le sentó mal que pretendiera cobrársela, pero le había costado mucho cazarla y no se la iba a dar gratis. Desde entonces, según Marcelo, el maestro la tomó con su hijo, no prestándole atención  diciendo que no valía para estudiar.

Ademñas, Marcelo fue uno de los vecinos de Magaz que se encontró en el monte con el bandolero al que llamaban El Cariñoso.