Jesús Martín Santoyo

Ensoñaciones de un palentino

Jesús Martín Santoyo


¡QUÉ SUERTE VIVIR EN PALENCIA!

21/07/2024

¡Qué suerte vivir en Palencia!, me dijo mi oftalmólogo santanderino en la última visita a la capital cántabra para una revisión rutinaria de mis ojos. El médico, al que solicité el contacto de algún colega palentino al que pudiera acudir en caso de emergencia para atender mi cansada retina, me confesó que cada vez que viajaba a Madrid conducía su coche hasta Palencia y después tomaba el AVE para llegar a la capital de España tras un cómodo viaje de 75 minutos.
«¡Qué suerte contar con la alta velocidad!», insistía. «Además van a aumentar las frecuencias con la ampliación de la línea hasta el Principado». 
El AVE ha cambiado el perfil de los visitantes que acuden a Palencia. Ahora es posible acudir desde el Foro a la capital del Carrión por la mañana, pasar el día y regresar por la tarde. Se nota en las calles. Se puede ver a diario grupos de turistas que visitan los monumentos más significativos de la ciudad y llenan los restaurantes del centro para disfrutar de la extraordinaria oferta gastronómica de la ciudad.
Mal harían nuestros políticos si se conformaran con este efímero éxito, impensable hace unos años, cuando viajar a la capital del reino resultaba tedioso y ocupaba media jornada.
Desde mi punto de vista, el reto de Palencia pasa por ofertar algún atractivo añadido a sus encantos naturales y conseguir que los viajeros pernocten en los hoteles de la ciudad. No sé cuál es la fórmula que habría que aplicar. Por supuesto, publicidad. Pero no basta. Hay que ofrecer planes sugerentes que inviten, por ejemplo, a que las parejas capitalinas acudan a disfrutar de fines de semana románticos, con cena y alojamiento a un precio razonable que no trastoque la economía familiar.
 No estaría mal un concurso de ideas para imaginar una potente oferta turística propia, original, que no se conforme con replicar lo que ya existe en Madrid o en otras capitales vecinas. Ningún madrileño va a acudir a nuestra ciudad a ver una obra de teatro o un concierto de jazz. 
En Santander llevan años soñando con una conexión AVE con Madrid. Los cántabros cuentan con el atractivo de su costa para atraer a los españoles del interior. Tienen en contra la endemoniada orografía de la región. Nunca habrá un AVE que llegue a Santander. Suerte si alguna vez la línea se extiende hasta Aguilar o Reinosa. La inversión de dinero sería monstruosa y los habitantes de la región limítrofe son escasos y no muy dados a viajar fuera de su tierra salvo para subirse a un avión y visitar otros países.
Una lástima que la pasión de los castellanos por el paisaje, la gastronomía y el clima de Cantabria no haya encontrado reciprocidad. Ellos se lo pierden. Por lo general los cántabros viven ensimismados con la belleza indiscutible de su tierra y se muestran reacios a conocer lugares cercanos que, sin duda, les sorprenderían.
No quiero aplicar a nuestros vecinos del norte el machadiano e injusto mensaje que el poeta andaluz aplicó a Castilla («desprecia cuanto ignora»).  Sería inapropiado como cualquier otra generalización. Cada vez son menos los santanderinos que se refieren a los españoles del interior con epítetos despectivos e incluso xenófobos (la 'paparda', 'los de la manta', 'maketos') y más los que están abiertos a viajar al centro y conocer una España distinta. 
Es con esos potenciales nuevos viajeros afincados en la costa con los que deben trabajar nuestros políticos. En los más de treinta años que residí en Cantabria, pocas veces vi publicidad institucional que invitara conocer Castilla y León. Por el contrario, el Gobierno cántabro hace potentes campañas publicitarias en Castilla y León invitando a los ciudadanos a conocer su región. Y hace bien. Cantabria cada vez es más consciente de la importancia que tiene el turismo en su PIB. Ahora se esfuerza en sacarlo de la estacionalidad veraniega.
Desde mi pequeño campo de influencia hago todo lo posible para que mis anteriores vecinos vengan a conocer mi tierra natal y disfruten de sus encantos.
Sólo nos separan dos horas de viaje en coche. Un paseo. En las dos direcciones.