Pues bien, además de consuelo y compañía, la poesía de José Jiménez Lozano, que siempre vivió alejado de la frívola vanidad mundana, aporta un repicar de vida y más vida, como la sangre saltando a borbotones, en medio de tanta devastación. Acaba de salir el tomo quinto de las Obras completas del Cervantes de Alcazarén, pulcra y espléndidamente editado –al igual que los anteriores– por la Fundación Jorge Guillén, bajo la dirección editorial de Antonio Piedra, con la poesía del que fuera un sabio y es ya un clásico de nuestras Letras, que nos regala algunas de las páginas más potentes y más puras del último siglo. Cuenta este volumen con prólogo de Fermín Herrero, el poeta más verdadero de la España actual, Premio Castilla y León de las Letras, además de distinguido con los más codiciados galardones poéticos de la Hispanidad. Titula Fermín Herrero, su prologuillo: «Un fulgor regalado e inexpresable» en el que va desgranando, como sólo él es capaz de hacerlo, los versos de Jiménez Lozano; sus palabras «hungidas de hermosura y santidad, acrisoladas y transfiguradas, o muy calladas», las que «no dicen más de lo que hay, ni retuercen lo real», las que no han sido «manipuladas y maltratadas, banalizadas e instrumentalizadas». De la obra de Jiménez Lozano, asegura Fermín Herrero, como Borges afirmaba de la de Quevedo, que «constituye toda una literatura sin igual en nuestras letras, tan extensa como intensa». Dice también Fermín Herrero, sobre la poesía de José Jiménez Lozano, que: «pocas veces en nuestro idioma ha sido recogida y anotada, tanta belleza, sin inmiscuirse, sin mancillar nunca sus hondones». Una hermosura, que nos transmite «el soplo espiritual que la alienta, por encima de desvaríos retóricos y el fragor alocado de la modernidad». Al reencontrarme con estos poemas de mi queridísimo maestro, he vuelto a cruzarme con su mirar piadoso, compasivo, para no empañar la luz del mundo; siempre inclinado ante el misterio del universo y de nuestra miseria y milagrosa condición, que nos hace preguntarnos, una y otra vez, sobre el enigma de la existencia. Ha habido pocos poetas capaces de nombrar lo real con tanta verdad y belleza como Jiménez Lozano. Pero si algo hay que singularice la poesía de este abulense universal es que, en ella, la belleza, «es una celebración de lo sagrado, su auténtico modo de manifestarse. Es como si no pretendiera escribirla, en lo que el verso tiene de ejercicio de voluntad estética, sino simplemente aceptarla sin intentar apropiársela, tal que alguien que pasea por el campo y a veces trae un menudo ramillete de flores». Al Poeta no le atemoriza el nuevo mundo de Titanes, dinosaurios, potentados, máquinas de pensar, viajes interplanetarios de negocios el Imperio y otras casetitas de feria. Aborrece la falsedad y nada le aparta de lo esencial: sus silencios y oraciones. Sus verdades eternas. Atesoro en mi corazón esos paseos irrepetibles con el maestro, en la estación que gusta al cuco, los dos abrazados a la vida, desde el resplandor de la existencia, con su alegría y su melancolía traspasando el alma.