"Hay grupos que te piden anular cosas de las que tú eres"

María Albilla (SPC)
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"Hay grupos que te piden anular cosas de las que tú eres" - Foto: Alfaguara

Basándose en la familia como eje sobre el que se fragua la identidad del ser humano, Sergio del Molino (Madrid, 1979) construye en Los alemanes (Premio Alfaguara 2024) la vida ficticia de los descendientes de los 600 nazis procedentes de Camerún que se instalaron en la península en 1916  después de entregarse a las  autoridades españolas en Guinea en plena I Guerra Mundial. 

El episodio de los alemanes de Camerún, que se entregan a España por neutral en la I Guerra Mundial y donde ya se quedan a echar raíces, es de por sí una buena historia…

Llegué a esta historia a través de unos folletos de propaganda nazi que encontré en una librería de viejo y que estaban editados en Zaragoza en 1944 por el partido nacional socialista alemán. Yo no sabía que hubiera sedes del partido nazi fuera de Alemania. Pregunté a algunos historiadores y ellos me pusieron sobre la pista de esa colonia alemana de la que había muy pocas referencias bibliográficas y empecé a tirar del hilo y pude reescribir su historia. 

Es un episodio olvidado, pero los alemanes del Camerún se hicieron muy famosos en 1916. Llegaron a inspirar zarzuelas y aparecieron en alguna novela, eran omnipresentes en la prensa de la época. Así, pudo estirar cómo fueron sus vidas en España y los vínculos posteriores con el nazismo. Con el tiempo, cuando fui desarrollando mi obra y vi que el desarraigo, la desubicación y las patrias imaginarias eran temas recurrentes, tomé conciencia de que esta historia podía ser la base para componer una novela familiar.

¿De dónde viene el interés por ahondar en la búsqueda de identidad?

Vivimos un tiempo donde las identidades son protagonistas. Formar parte de un grupo, del que sea, marca las identidades y las vidas de la gente. Y los que no tenemos esa pulsión y tenemos una más individualista, los que repelemos las etiquetas y nos sentimos incómodos con cualquier encasillamiento, somos raros y cada vez estamos más perdidos. Yo me siento así. No tanto como los personajes de mi novela, pero proyecto en ellos mis obsesiones. 

Creo que ir a la contra en el mundo de hoy, no pertenecer a los clubes identitarios, nos va a hacer sentir cada vez más marginados y creo que somos muchos los que nos sentimos así.

Tendremos que crear nuestras propias patrias entonces.

Todas las buscamos, pero algunos se amoldan a las que ya están hechas y otros las vamos haciendo de una manera más pequeña. Todos necesitamos el reconocimiento de una comunidad que nos acepte como somos y que nos dé cobijo y protección. Es una cuestión de naturaleza humana. Necesitamos al grupo, pero esto a veces tiene unos peajes que algunos no estamos dispuestos a pagar. Hay grupos que para aceptarte te piden anular demasiadas cosas de lo que tú eres. Y en esa pulsión es en la que vivimos actualmente.

Si algo nos marca en la vida es ese grupo al que pertenecemos desde que nacemos, la familia, otro aspecto muy importante en esta novela. ¿Qué nos imprime este núcleo?

Nos marca muchísimo más de lo que estamos dispuestos a admitir o, al menos, muchísimo más de lo que yo estaba dispuesto a admitir. Uno de los mitos con los que crecemos es que podemos hacer lo que queramos, que podemos construir nuestras vidas a nuestras anchas y es, probablemente, la primera gran mentira a la que nos vamos a enfrentar y es la familia la que nos desengaña. La familia nos da el habla materna, el acento, nuestra primera visión del mundo, un cúmulo de certezas e inseguridades que nos van a acompañar toda la vida, aunque luchemos contra ellas y nos rebelemos. Cuando nos preguntamos esas cosas básicas como qué carajo hacemos aquí, tenemos que recurrir a la familia. No se puede explicar sin ella.

 

La familia también nos da algo muy importante... nuestros muertos. De hecho, esta novela empieza y acaba en un cementerio.

Nuestros muertos nos dan un sentido histórico, de pertenencia histórica. En este aspecto me interesa mucho tanto la familia imaginaria de los Schuster en la novela como la importancia que tienen los cementerios. No son solo el lugar donde depositan a los muertos, sino un espacio de encuentro con ellos y un espacio para sociabilizar de las familias. Ahí toman consciencia de quiénes son, cuidando su legado. Los alemanes han aprendido a incorporar esto a sus vidas de una manera muy natural, de ahí que en las grandes ciudades los cementerios son parques.

 

En este caso, el legado de la familia Schuster pesa mucho sobre las espaldas de sus hijos... 

Pesa muchísimo porque les he dotado de la característica esquizofrénica de vivir en una identidad fantasiosa que se han creado de ellos y que les aleja mucho de la realidad cotidiana del país en el que viven y de la sociedad en la que habitan. Eso es parte de ese pesado, pero frágil pasado. A lo largo de la novela van a ver que su pasado es una construcción muy endeble que hicieron sus antepasados para protegerse de la intemperie y tratar de vivir con cierta distinción de su entorno.

La presencia de los nazis en España fue bastante habitual. Tuvieron aquí un retiro dorado que le ha servido en muchas ocasiones a la literatura para recuperar sus historias.

Era un tema bastante desconocido hasta hace unos 20 años, que fue cuando los historiadores empezaron a interesarse por él, en parte porque se abrieron los archivos de la CIA y del Reino Unido en los que estaba la documentación que acreditaba todo esto. Hasta entonces se sabía que había alguno, como León Degrelle, que aparece en la novela, pero no se era consciente de la gran cantidad de fugitivos que se habían instalado aquí. Pensábamos que se habían ido a Argentina, Chile, algunos en Brasil... pero no sabíamos que muchos no habían saltado el charco. Se quedaron aquí tan ricamente pese a estar buscados por la Justicia internacional.