Hay acontecimientos de la historia que merecen ser revividos. Otros que es mejor olvidar. Y otros que por mucho que se quieran o intenten enterrar, necesitan ser recordados para no volver a repetirse.
Es el caso de la brutal represión que tuvo lugar entre abril y junio de 1989 en la plaza de Tiananmén, en Pekín, un asunto que aún a día de hoy sigue siendo tabú en China. Allí, el régimen lleva 35 años tratando de borrar cualquier rastro de lo que el resto del mundo tilda de matanza, una masacre que perdura en la memoria colectiva de la comunidad internacional, también en Hong Kong y Taiwán, donde año tras año se suceden homenajes en recuerdo de las víctimas -pese a los intentos de ser silenciados-.
Todo comenzó con un inédito movimiento que guarda ciertas similitudes con las protestas propalestinas que se han sucedido estas últimas semanas en las universidades de distintos países, si bien la movilización de hace tres décadas acabó en tragedia. Entonces, miles de estudiantes dieron inicio a una serie de manifestaciones en la simbólica plaza china, fruto del descontento generalizado de la población ante un Gobierno que describía como corrupto y represivo.
Solo una figura parecía calmar en cierta manera las inquietudes de los ciudadanos: Hu Yaobang. Secretario general del Partido Comunista Chino desde 1982, representaba la parte más amable y liberal de la formación, en un momento en el que las influencias del maoísmo seguían siendo todavía fuertes. Conocido por sus ideas de apertura y su defensa a una reforma del régimen, estuvo siempre dispuesto a escuchar nuevas iniciativas.
No resulta extraño que Hu terminara convirtiéndose en todo un símbolo, especialmente tras su falta de mano dura en las previas protestas que se sucedieron entre el 86 y el 87, lo que acabó forzando su destitución. Por eso, su muerte tras un paro cardíaco, dos años después de ser apartado del poder, dio el valor suficiente a varios grupos universitarios para que salieran a la calle a reivindicar su legado.
Decenas de miles de personas ocuparon el 15 de abril la plaza de Tiananmén, en una protesta pacífica que se inició entre los jóvenes y que con el paso de los días se extendió como la pólvora a otras ciudades y también al resto de la población, hastiada de los problemas económicos, políticos y sociales que asolaban China.
Como respuesta a un movimiento inédito hasta entonces y tras varias tentativas de diálogo para dispersar las masivas concentraciones, el régimen de Yang Shangkun declaró a finales de mayo la ley marcial. Apenas unos días después, llegaron los tanques y la infantería. La noche del 3 al 4 de junio de 1989, el Ejército recibió la orden de terminar por la fuerza las manifestaciones que llevaban más de dos meses poniendo a prueba al Gobierno. Lo que sucedió entonces pasó a la Historia.
No se sabe exactamente cuanta gente murió a manos de las Fuerzas Armadas. Documentos desclasificados estiman la cifra de víctimas mortales en más de 10.000 -no todas se produjeron en la simbólica plaza-, si bien las autoridades asiáticas nunca ofrecieron un recuento.
De hecho, las autoridades siguen negando aún a día de hoy lo que pasó entonces, calificándolo como incidente, y es probable que la matanza hubiese quedado en el olvido si no hubiese sido por el viaje del líder soviético Mijaíl Gorbachov, lo que permitió relajar las restricciones a la prensa para documentar la visita y, paradójicamente, la represión.
Fue precisamente en esos últimos días cuando se tomó la ya histórica instantánea del hombre del tanque, un civil de identidad desconocida que fue fotografiado de pie y solo delante de una columna de tanques en la avenida Chang An.
La ley del 'silencio'
A la respuesta militar, le siguió la del silencio: Pekín dedicó -y dedica- todos sus esfuerzos a olvidar un episodio que, por contra, le valió la condena de la comunidad internacional.
Dentro de sus fronteras, todo siguió igual y la mecha se apagó igual de rápido que se incendió. Mientras, la censura posterior dejó miles de perseguidos y otros tantos encarcelados. Desde entonces, nunca han estado permitidas las conmemoraciones de la masacre, y son pocos los que se atreven a evocar un movimiento ahogado con sangre.