Algo se muere en el alma...

Araceli Infante Castellano (*)
-

In Memóriam | José Herrero Vallejo

Algo se muere en el alma...

Se ha ido un gran hombre. Grande de verdad. Una de esas personas que te reconcilian con la humanidad y te permiten ver lo mejor del alma humana. José Herrero Vallejo era un neurocirujano eminente, un mecenas de la cultura y un enamorado de su pueblo; pero sobre todo y ante todo, era una buenísima persona que hizo siempre el bien allá donde fue. Era sencillo y cercano porque tenía tal personalidad que nada debía de aparentar. Con su gran inteligencia adivinaba el carácter de las personas y se quedaba siempre con lo bueno, sin juzgar actitudes ni comportamientos que muchas veces comprendía y explicaba mejor que cualquiera del entorno.

Su legado es grande: gran impulsor de la asociación cultural En busca de Intercatia, creyó siempre que la gran urbe vaccea se encontraba en el páramo conocido como La ciudad en Paredes de Nava y puso su esfuerzo, contactos y hasta su casa a disposición de los arqueólogos encargados de excavar y demostrar su existencia. Recuerdo la emoción de ver llegar al profesor alemán que los primeros años de investigación pasaba el georadar a pleno sol para visualizar el trazo de las calles dibujado bajo las capas de dura arena. O las veces que madrugaba para preparar el desayuno a todo el equipo que más tarde se marchaba a picar para descubrir la imponente muralla escondida bajo tierra. 

Eligió ser de Paredes, aunque nació en Larache, y por eso también asumió durante años las funciones de Presidente de la Casa de Palencia en Madrid, lugar desde el que no dejó de trabajar hasta el final. De hecho lo próximo era una conferencia proyectada para el día 9 sobre Jorge Manrique, paisano al que dedicó muchas horas de estudio. Aunque una de las actividades en las que más se empeñó fue en conseguir que el famoso cuadro de Federico de Montefeltro saliera de la galería florentina de los Ufizzi para ser expuesto en la Iglesia de Santa Eulalia de la localidad natal de su autor: Pedro Berruguete. Fue un esfuerzo titánico porque es una obra de arte que nunca había salido de Italia y porque los seguros que reclaman los museos son «apabullantes»... Pero él lo consiguió y todavía recuerdo las colas de visitantes y las filas de autobuses. José Herrero fue de alguna manera, y lo digo con cierta vergüenza, el que me hizo consciente de la importancia del pueblo de mis ancestros y me habló del primer conde de Paredes de Nava, de los Manrique de Lara, los Viguri y de nuestro papel en la historia de Castilla.

Pero si importante es toda su actividad cultural, lo más brillante es su faceta personal. Era uno de los mejores seres humanos que he conocido: generoso, cariñoso, atento, tierno, detallista y consciente de la realidad y del momento. Un hombre excepcional que como neurocirujano y jefe de servicio en el Puerta de Hierro salvó muchas vidas, aunque a él no le gustaba ni mencionarlo. Recuerdo un día en una comida con su familia. En medio del segundo plato soltó: «Este mantel me lo regaló una señora a cuyo marido operé». Me quedé helada y de pronto pensé en todas las personas cuya vida había tenido en sus manos durante las horas y horas de operación del cerebro, y en todas las madres e hijas que no sabrían cómo pagarle que les hubieras devuelto a sus seres queridos.

Deja una gran herencia a sus hijos y nietos porque la sola mención de su nombre abre muchas puertas en esta tierra nuestra que tan bien conocía. Le gustaba el campo en todas las épocas del año y se alimentaba de largos paseos que luego te contaba en detalle. Su gran herencia es el recuerdo de un hombre tan querido que no podía salir ni por Palencia ni por Paredes sin detenerse cada dos pasos para saludar. Se ha ido como vivió, con una discreción y una clase que le acompañó durante toda su vida. El vacío que deja es muy grande. Todos los que le conocemos sabemos que tuvo una vida plena, que dejó un gran legado y que en los últimos años disfrutó muchísimo de sus hijos y nietos. Pero su marcha nos deja huérfanos, nos deja solos, incapaces de pasar frente a su casa sin soltar una lágrima. En estas horas, no hay consuelo posible, sobre todo para su familia: su mujer Carmen, sus hijos Carmela y Lorenzo y sus nietos. Pero hay que recurrir a nuestro insigne paisano porque él nos enseñó que José no ha muerto mientras viva en el corazón de todos nosotros. 

No morirá mientras le recordemos en sus enseñanzas, en sus comentarios, en sus consejos, en su manera de ir por la vida. Y recitaremos: «dio el alma a quien se la dio y aunque la vida perdió, nos dejó harto consuelo su memoria». Pues eso José, te has ido, pero estás con nosotros, en nuestro corazón y en nuestra memoria con todo lo que hiciste y con todo lo que fuiste... Y eso será por muchos años. Buen viaje y ojalá que estés equivocado y que volvamos a reunirnos en otro mundo que no es este para hablar del pueblo, del señor Juan Linces que tanto te marcó o de tus tías. Se nos va a hacer larga la espera porque ya te echamos de menos. (*) Araceli Infante Castellano es periodista