La plaza de abastos palentina se inauguró hace 125 años, no sin sufrir distintos avatares, entre los cuales no fue el menos importante la demora prolongada por falta de recursos económicos en las arcas del Ayuntamiento. Al final, se impuso la necesidad, que era casi una obligación, de regular debidamente la venta ambulante. Esta la llevaban a cabo hortelanos, carniceros, pescateros, panaderos y demás gremios en la plaza Mayor, al aire libre, en el espacio central y en los soportales, con los consiguientes riesgos para la salud, tanto de los propios vendedores como de los clientes, que eran todos los vecinos de la ciudad. La conservación de los alimentos, su presentación, en ocasiones sobre mantas o lechos de paja en el suelo, al albur del sol en verano, pero también del frío, la lluvia, las heladas y la nieve en invierno. Sin sistemas de refrigeración, sin receptáculos adecuados para su mantenimiento y sin protección de ningún tipo, la higiene y la seguridad alimentaria estaban en entredicho de manera permanente.
Por eso era necesario un mercado cubierto, que acabara con los problemas o, cuando menos, los paliara, al tiempo que hacía más cómoda la compraventa. Y, así, aquella plaza de abastos de 1898 constituyó un símbolo de modernidad con el que Palencia se sumaba a otras ciudades que ya velaban por esa higiene y seguridad alimentarias y, además, lo hacía con una construcción distinta a lo que se había visto hasta entonces: hierro y cristal. El corazón urbano ganaba en estética con la nueva dotación, la plaza Mayor dejaba de ser foco de conflictos e infecciones por sus condiciones insalubres y Palencia adoptaba una apariencia acorde con las vísperas del siglo XX.
Hoy, transcurridos 125 años y con varias reformas parciales a cuestas, la plaza de abastos ha perdido en buena medida la razón primigenia de sus existencia. Cualquier establecimiento del ramo dispone de las condiciones precisas -y obligatorias por ley- de higiene, salubridad y seguridad alimentaria. Las tiendas de ultramarinos, carnicerías, pollerías, pescaderías y panaderías se reparten por la ciudad, que además cuenta con supermercados y grandes superficies, sin olvidar por otra parte el auge que de unos años a esta parte ha cobrado la venta online de todo tipo de productos. El hecho de encontrarse en una zona con varias calles peatonales o semipeatonales, unido a la falta de aparcamientos, y a la dificultad de los vendedores para competir en precios con las grandes cadenas de distribución, amén de las condiciones para la ocupación de los puestos y a cierto 'abandono' en su mantenimiento, la han llevado a una situación si no precaria, sí en franca decadencia. No se trata de convertirla en un mercado al estilo de los de las grandes ciudades, dedicados a las delicatessen y a las catas aptas solo para gente con alta capacidad adquisitiva, pero está claro que hay que renovarla dándole un nuevo sentido y aprovechando sus fortalezas.