En un solo año, por allí han pasado Lopetegui, Sampaoli, Mendilíbar y Diego Alonso. Ningún patrón común entre ellos, más allá de que los cuatro tienen carné de entrenador. Por lo demás, ni rastro de un proyecto. Objetivos cortoplacistas, patrones que van y vienen, fiasco garantizado. Nadie está libre de irse al garete en un momento dado. Algunos tienen inmensas redes de seguridad que les protegen de la caída, pero son pocos. Del resto, que levante la mano quien está exento de descender.
Si desde fuera ya tenemos decenas de pistas que nos inducen a pensar en que el Sevilla huele a cadáver hace tiempo, el hedor tiene que ser insoportable allá adentro. Peleas intestinas insufribles, en las que padres e hijos (literalmente) discuten y se insultan por una cuota de poder; allí está Del Nido padre intentando encontrar de nuevo la puerta de entrada, y Del Nido hijo bloqueándola. «Eres un mierda», le espetó públicamente el expresidente a su vástago, hoy vicepresidente del club, quien dijo de su padre: «La cárcel le ha hecho peor persona».
No habrá buen ambiente navideño en la mesa de los Del Nido, ni probablemente en la de casi ningún sevillista como alguien saque el tema del fútbol, que tiene al equipo temblando en LaLiga con puntos de descenso, fuera de Europa a las primeras de cambio y con los jugadores mirándose entre ellos, incapaces de descifrar el caos en que se han visto envueltos desde hace 400 días, cuando echaron a Lopetegui por una mala racha y todo lo demás (quitando mes y medio asombroso de Mendilíbar) ha sido puro patetismo. El cuarto conjunto español del siglo (varios billete de Champions y títulos de Europa League avalan la afirmación) amagó el pasado curso con tirarse por el tobogán de los torpes y este curso sigue sin poner freno al caos.