En el Cerrato existen diversos monasterios, entre los que destaca el de San Isidro de Dueñas, cuya festividad se celebra el próximo miércoles.
Se erigió probablemente en el siglo VII en honor de San Martín de Tours, ocupado por monjas y dúplice del de San Juan Bautista de Baños. Con la presencia árabe en la península su actividad cesó. Incluso cuenta el cronista Gregorio de Arnaiz que las monjas fueron asesinadas y arrojadas al río Pisuerga el 31 de marzo del año 854. En todo esto hay discrepancias entre historiadores.
A finales del siglo IX, con la denominada reconquista, Alfonso III el Magno se lo entregó a monjes benedictinos y en el año 911 el rey García de León llevó allí las reliquias de Isidoro de Quíos, mártir cristiano de origen alejandrino que falleció decapitado en la isla griega de Quíos en el año 251, pasando desde entonces a estar dedicado a este mártir, y de ahí el nombre de San Isidro.
Ora et labora
Gozó de privilegios reales, como tener jurisdicción civil y penal; exención de velar, guardar y laborar en los castillos reales; derechos sobre el río a su paso por la zona; potestad para cortar leña, extraer piedras de las canteras y pastar los rebaños, etc.
Alfonso VI se lo donó a la orden de Cluny en 1073, por lo que pasó a ser un priorato cluniacense, situación que duró hasta 1478, que recupera el rango abacial de la mano de los benedictinos de Valladolid.
En 1604 sufrió un devastador incendio que obligó a reconstruirlo.
Durante la 'francesada' los soldados napoleónicos se apropiaron del monasterio para establecer en él su cuartel. El propio rey José Bonaparte estuvo alojado en una casa de Dueñas, lo que demuestra la importancia de esta zona para las tropas galas.
En 1835, debido a la desamortización de Mendizábal, fue abandonado, hasta que en 1890 lo adquiere la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia, conocida también como Orden de la Trapa. Desde entonces se le conoce como Monasterio de La Trapa. Y de él dependen otros en diversos países (Ecuador, México, Angola…).
La llegada de los trapenses fue acogida con júbilo. Según indican Arturo Caballero Bastardo y Fernando Caballero Chacón en su Libro de Dueñas, se organizó una procesión desde la estación con cánticos y alabanzas. Su austeridad, según la misma fuente, alimentó la leyenda de que los trapenses utilizaban tejas para lavarse, al no disponer de jabón, y usaban todos la misma toalla.
Durante la guerra civil el monasterio estuvo ocupado por militares italianos y sirvió de prisión, entre otros para Julián Besteiro.
Fray Tomás, monje encargado de la biblioteca y de las relaciones con los medios, nos cuenta que lo que da sentido a la vida en el monasterio es la búsqueda de la soledad. Su actividad comienza a las 4 de la mañana, hora en la que se levantan para la vigilia nocturna y la oración. Luego tienen una Lectio Divina (lectura orada de la palabra de Dios), y a las 6,30 celebran la eucaristía junto con el Oficio de Laudes para santificar la mañana. A las 7,30 desayunan y a acto seguido realizan el rezo del Oficio de Tercias. Desde las 8,30 y hasta las 11,30 ó las 12 se dedican al trabajo. Antes de comer tienen otra hora de Lectio Divina y el rezo del oficio de Sexta. Tras la comida duermen la siesta y a las 15 horas rezan el oficio de Nona y dedican otra hora de Lectio Divina. Desde las 16,30 hasta las 18,30 se dedican al trabajo. A continuación rezan el oficio de Vísperas, a modo de acción de gracias por la jornada transcurrida. Cenan temprano y después rezan el Oficio de Completas, para acostarse sobre las 21.
La comida de los monjes es frugal. Antes no podían comer carne, ni leche, ni huevos, ni pescado, pero ahora sí que comen huevos y pescado, carne no salvo prescripción médica por alguna dolencia.
Los monjes viven en soledad, pero pueden recibir visita de familiares, aunque «no sería bueno que vinieran todas las semanas, apostilla fray Tomás».
Disponen de una televisión pero no la ven, para que no perturbe la vida de oración. Solamente la encienden para ver acontecimientos especiales, como la vista del Papa o lo relativo a Fray Rafael Arnaiz, monje que vivió en el monasterio y falleció de diabetes en 1938, con tan solo 27 años, siendo beatificado en 1992 y canonizado en 2009. De prensa escrita, reciben Diario Palentino y ABC, pero tampoco hacen una lectura propiamente dicha: el padre Abad o el Prior seleccionan los titulares que consideran más importantes y los leen en el refectorio, sin que el periódico pase a manos de los monjes para no interferir la Lectio Divina. «La televisión y la prensa nos metería en el mundo, y entonces de nada serviría estar en un monasterio».
En virtud del derecho canónico anterior, de 1917, las mujeres no podían acceder al monasterio, ni siquiera podían pernoctar en la hospedería (tenían una hospedería propia para las mujeres, fuera del recinto del monasterio). Pero eso ha ido cambiando y actualmente se las permite entrar en la hospedería general y pasar por el claustro para ir a la iglesia, y también pueden entrar en la biblioteca. Solo tienen vedado entrar en la zona en la que viven los monjes.
Hace años los monjes fallecidos eran enterrados sin ataúd. Envolvían el cuerpo en la cogulla o colobio (túnica con capucha utilizada en la liturgia católica y que forma parte del hábito monástico de algunas órdenes religiosas), cubriéndoles la cara con la capucha y con papeles. Ahora ya sí usan ataúd, y los entierran en nichos en un cementerio ubicado dentro del monasterio.
Agricultura y ganadería.
La actividad de los monjes distinta a la religiosa se basa principalmente en la agricultura y ganadería, pero también a atender la secretaría, la biblioteca, la sastrería, hacer la comida y gestionar la hospedería que tienen para ofrecer a la gente la posibilidad de hacer retiro y oración (no admiten a nadie que vaya por puro turismo).
Para su subsistencia, los monjes se dedicaron a la agricultura y la ganadería, cuyos productos venden una parte y utilizan la otra para ellos y para el ganado.
En 1892, ayudados tan solo de un rodillo, comenzaron a fabricar chocolate. Después implantaron maquinaria y contrataron mano de obra externa, para aumentar la producción. Así nació el chocolate La Trapa, cuya calidad le daría fama, obteniendo medallas de oro en Exposiciones Universales. Este progreso propició que 'muriera de éxito': el taller artesanal no daba abasto para cubrir la creciente demanda y ante el desafío de acometer una gran inversión en innovación tecnológica y comercial, en 1969 optaron por vender el negocio, con el reclamo de la marca, y sacando la maquinaria del monasterio para instalarla al otro lado de la carretera.
Y así es como los monjes comenzaron a vender la leche que ya no utilizaban para hacer chocolate, primero fresca, en bolsa, y luego pasteurizada y en tetrabrik. Ya en el siglo XXI añadieron productos como queso fresco o yogures.
El chocolate Trapa ha pasado por manos de varias empresas. La más llamativa Rumasa, del holding del conocido empresario-showman José María Ruiz Mateos, que la adquirió cuando estaba en suspensión de pagos y por ello acudió hasta Dueñas, para hacerse cargo de ella, en una ambulancia con la inscripción «UVI de empresas». Pese al constante cambio de manos, el chocolate sigue elaborándose y exportando por todo el mundo, e incluso en una caseta a la entrada de la fábrica se vende chocolate y bombones. Con la receta de los monjes, naturalmente.