Luis Diez, un hombre adelantado a su tiempo

Fernando Pastor
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Sus hijas, Marisa y Emma, aseguran que su fue el primer feminista que han conocido

Luis Diez, un hombre adelantado a su tiempo

El pasado 19 de agosto se cumplió el centenario del nacimiento de Luis Diez Cilluruelo, un hombre adelantado a su tiempo, que tuvo sus vivencias en el Cerrato vallisoletano (Encinas de Esgueva) y palentino (Dueñas, Castrillo de Don Juan…).

Él decía (imitando el tono de Gila, humorista al que admiraba de siempre) que nació sin querer. Y lo hizo en Encinas.

Las carencias y penurias empujaron a su familia a emigrar al País Vasco. Su padre, Evaristo, trabajó en las minas a cielo abierto de Ortuella y Gallarta, y ese fue el escenario de su niñez.

Luis Diez, un hombre adelantado a su tiempoLuis Diez, un hombre adelantado a su tiempoEn la escuela comenzó a pintar, arte que se le dio muy bien. Con posterioridad sus pinturas reflejarían sus sentimientos de amor y de pena. 

Pero la guerra lo cambió todo. Su padre, combatiente del bando republicano, fue apresado y nunca volvieron a verle. Su madre y sus hermanos regresaron a Encinas, pero Luis prefirió quedarse, sobreviviendo como pudo, trabajando en panaderías y durmiendo entre ratas.

Una pleuritis persistente le impidió continuar allí él solo, pero no pudo regresar a Encinas ya que tuvo que hacer el servicio militar, que le tocó en Zaragoza, y se apuntó a la cocina. Aquello le sirvió para aprender a cocinar fabulosamente.

Al finalizar la mili se instaló en Dueñas, donde le llamaban el médico de las cuevas, pues vivía cerca de las casas cueva de la localidad.

Tenía un sentido del humor muy negro.

Cultivó la escritura: poesía, sus memorias, epístolas preciosas…Era gran aficionado al teatro y al fútbol, así como gran coleccionista de monedas.

Vestía muy elegante. Solamente contaba con un traje, una camisa y unos zapatos de domingo, y no tenía ni plancha, pero se las arreglaba bien.

Le gustaba mucho bailar. Se colaba en bailes de las bodas y si le preguntaban si era invitado del novio o de la novia respondía rápido y convincente. En uno de estos bailes conoció a Emilia Melero, de Villatoquite, con la que se casaría. Bailaban tan bien, sobre todo tangos, que la gente les hacían corro. 

Se instalaron en Palencia, trabajando Luis en diversos oficios. Estuvo en Seguros Ocaso, empresa con la que comenzó estando aún en el País Vasco y llegó a ser como comercial el número 4 en el escalafón estatal. Su dominio asombroso de las matemáticas le permitía hacer de cabeza los cálculos y porcentajes necesarios para las pólizas de seguro de continente y contenido.

También trabajó de panadero en Ampudia. Oficio en el que después instruyó al pandero de Castrillo de Don Juan, que era su primo, yendo hasta allí por el valle del Esgueva como podía, en autobús en el mejor de los casos, pues nunca dispuso de coche. 

Vendió fruta en la plaza de abastos de Palencia, también puso un negocio de pollitos y patos, criándolos al calor de la popular cocina bilbaína.

El delicado estado de salud de Emilia, enferma desde edad temprana, impidió que Luis emprendiera negocios más ambiciosos, por lo que acabó su vida laboral como dependiente en Zapatos Azofra.

Su afán por aprender posibilitó que en su casa realizara todos los arreglos necesarios: fontanería, carpintería, pintura… y también las tareas ordinarias del hogar (la compra, cocinar, lavar, limpiar, bañar a sus hijas…), lo que en aquel tiempo se consideraba 'cosas de mujeres'.

Lo hacía no solamente por necesidad, dada la enfermedad de su mujer, sino por convicción: nunca entendió los roles de género diferenciados y le molestaba que le mirasen raro cuando hacía la compra y le preguntaran por qué no la hacía su mujer, ofendiéndole mucho que le ofrecieran no guardar la cola. También se disgustaba cuando las visitas le preguntaban por qué hacía él las tareas de casa.

Luis, que tomaba todas las decisiones consensuadas con Emilia, no entendía la imposición del varón solo por serlo, y mucho menos los malos tratos, frecuentes en el vecindario y normalizados.

Por todas estas cosas, sus hijas, Marisa y Emma, aseguran que su padre fue el primer feminista que han conocido, resaltando los valores de respeto que siempre tuvo, arropando a una madre soltera, respetando cualquier creencia o no creencia y cualquier comportamiento y orientación sexual. Un hombre adelantado a su tiempo.

Tuvo otra hija, Esperanza, la primogénita, pero falleció tan solo dos meses después de nacer debido a un error médico, lo que provocó el inicio de las depresiones de Emilia, que murió dejando viudo a Luis con tan solo 53 años.

Se quedó tuerto, tuvo cáncer, estuvo años con una bala de oxígeno… hasta su fallecimiento en febrero de 2004.

Hermanos. El hermano mayor de Luis, Nicolás, alias Pirriti, fue el sepulturero de Encinas.

Por su parte, su hermana, Baltasara, protagonizó un hecho anecdótico muy sonado en el Cerrato. En la década de los 60, en las fiestas de Encinas, San Roque, una mula se asustó con los ruidos de la fiesta y se desbocó, cundiendo el pánico y sin que nadie fuese capaz de pararla. Llamaron a Baltasara, una mujer menuda (medía 1,55) pero musculosa, acostumbrada a trabajos duros. Salió en busca del animal y cuando estuvo frente a él se quitó su chaqueta negra (siempre vestía de este color, aunque fuese agosto), volteándolo y haciendo que y la mula parase en seco.