«Alexis de Tocqueville diagnosticaba que la democracia era el Gobierno del hombre medio. Walter Lippmann, que era el Gobierno de la opinión pública. Ahora, la democracia ha pasado a ser el Gobierno de los ineptos: ineptocracia». Esta es la tesis que defiende y argumenta Antonio Linde en el libro Ineptocracia naranja. Debacle de Ciudadanos y patología política española (Última línea).
El catedrático de Filosofía en Secundaria y doctor en Ética de la Comunicación no habla desde la teoría o, al menos, no únicamente. Ejerció cuatro años como militante de UPyD y otros cuatro en Ciudadanos. En este último partido, además, ejerció tres años y medio como concejal en Torremolinos. ¿Su objetivo? «Aportar mi experiencia en partidos que percibía en aquellos momentos como modernos, ilustrados y regeneracionistas». Después de la experiencia, él mismo reconoce que todo le suena «muy ingenuo».
Desgraciadamente, los defectos del partido naranja no son exclusivos de dicha formación, sino que muchos de ellos «son imputables igualmente a los demás grupos y a nuestro sistema partidocrático»; algo especialmente doloroso cuando se dan en formaciones que afirman querer renovar la democracia, añade el autor.
¿Y qué es eso tan terrible que corroe la política española y degenera nuestro sistema democrático? Para empezar, aquello a lo que hace referencia el título del libro y constituye un capítulo de la obra: la selección de los más ineptos. A partir del concepto de domesticación del historiador Yual Noah Harari, Linde explica cómo a los líderes de Cs no les importaban las bajas masivas de afiliados que se sucedían con cada crisis. Ahora entiende por qué: «No suponían problema alguno para la dirección, sino mayor control. Los que se quedan son los más sumisos, los más fáciles de controlar. Todo estaba cada vez más controlado. Y, por añadidura, más muerto».
Otro problema importante fue la falta de democracia interna. En palabras de Linde, «Rivera y sus hombres de confianza optaron por una estrategia centralista, jerárquica y autoritaria para tener el control total del partido». Un caso muy llamativo fueron las celebraciones de elecciones primarias, que no duda en calificar de mero «marketing para atraer votantes».
Egocéntrico Rivera
El hiperliderazgo de Albert Rivera tampoco ha ayudado a la formación. El exconcejal sostiene que el exlíder naranja encarnaba perfectamente al «individuo posmoderno», con un perfil egocéntrico y narcisista que difícilmente tolera la crítica, el debate libre y el pluralismo, algo que hiere de muerte la esencia de cualquier formación, más si esta se define a sí misma como liberal.
El filósofo apunta otras patologías, a modo de agenda para una sociedad crítica: los políticos deben estar bien formados, promover listas abiertas y primarias auténticas, ser transparentes con sus ingresos y actividades, dejar de hacer política espectáculo, responder de sus actos, etcétera. Tal vez este sea el problema, que la política se ha separado de la ética. «Para los aspirantes a vivir de la política, la ética es algo irrelevante. Peor todavía. En una atmósfera moral presidida por la desconfianza crónica y universal, no es adaptativo ni funcional ser moral».
Entonces, ¿cuál es la solución? El docente propone elevar el nivel educativo y cultural de la población, si bien se muestra pesimista ante un posible pacto estatal por la Educación, previendo una negociación donde primen los intereses «partidistas, ideológicos, nacionalistas y sectarios». Por ello, aboga por «presionar» a los políticos para que cedan parte del control sobre la educación a la sociedad, los profesionales y los expertos en Enseñanza. «Así de sencillo y así de difícil», concluye.