La muerte de Macario Alonso y Estanislao Núñez

Fernando Pastor
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Macario cayó de bruces encima de su amigo del alma y en medio de un charco de sangre

La muerte de Macario Alonso y Estanislao Núñez

Fernando Estévez recoge en Crónica del Cerrato y otros relatos (Editorial Círculo Rojo) un suceso del que ahora se cumple el centenario.

Macario Alonso, de Población de Cerrato, y Leandro Boriles, de Cubillas de Cerrato, hicieron juntos el servicio militar en el norte de África (destino habitual de quienes no podían pagar prebendas para evitarlo), siendo protagonistas del denominado desastre de Annual, batalla emprendida y ganada por los bereberes del Rif contra el protectorado español, poniendo en jaque la monarquía de Alfonso XIII y precipitando el golpe de estado y la dictadura de Miguel Primo de Rivera.

Esta peripecia, en la que pese a fallecer miles de soldados ellos salieron indemnes, forjó una sólida amistad entre Macario y Leandro, por encima de las rivalidades típicas entre pueblos limítrofes y tan cercanos (apenas 4 kilómeros les separan).

La muerte de Macario Alonso y Estanislao NúñezLa muerte de Macario Alonso y Estanislao NúñezAmistad que se selló de manera definitiva cuando Leandro, bayoneta en ristre, salió en defensa de Macario al ser atacado por un hombre árabe cuando iba al encuentro de una muchacha mora de la que se había encaprichado.

Tras casi cuatro años de servicio militar, se licenciaron a mediados de 1922 y juntos regresaron a sus respectivos pueblos, en el corazón del Cerrato.

Sin medio estable de subsistencia tras su regreso, Leandro colocaba lazos para capturar conejos en los lugares que él sabía que abundaban, incluido el majuelo del alcalde, don Satur. Eso hizo el día 23 de septiembre de 1922, para el día siguiente ir en su busca, esperando que hubieran caído piezas en ellos. 

La muerte de Macario Alonso y Estanislao NúñezLa muerte de Macario Alonso y Estanislao NúñezPero ese fatídico 24 de septiembre de 1922 no solamente no había conejos, sino que no estaban siquiera los lazos. Leandro aprovechó entonces para coger un par de racimos de uvas del majuelo de don Satur, momento en que oye a sus espaldas «buscas estos lazos, eh, ladrón; y no corras que te pego un tiro», gritos que le espetaban los guardias civiles del cuartel de Cubillas, llamados por el alcalde tras haber sido este avisado a su vez por algún vecino que vio a Leandro la víspera andando por sus tierras.

Leandro niega que los lazos fuesen suyos, y asevera que solo ha cogido un par de racimos de uvas. La negativa enfurece a los guardias, que la emprenden, por este orden, a bofetadas, puñetazos, patadas con Leandro ya en el suelo y finalmente a culatazos con el mosquetón por todo el cuerpo.

La escena es vista por Macario y su padre, Raimundo, que iban desde Población con una mula y un carro hacia Valoria la Buena a cargar paja, y se habían parado a la altura de Cubillas a charlar con Estanislao Núñez, el peón caminero encargado del mantenimiento de la calzada y las cunetas de la carretera que va desde Población hasta el límite de la provincia de Palencia con la de Valladolid, en término municipal de Valoria. Estanislao se disponía a acompañarlos un trecho por la carretera para inspeccionar unos baches de los que le habían avisado para su reparación. 

Al ser testigos de la agresión y de los gritos de dolor de Leandro, intervinieron los tres reclamando a los guardias civiles que cesaran la agresión. Pero no solamente continuaron con los golpes sino que les apuntaron con el mosquetón conminándoles a continuar el camino.

Macario no atendió la orden sino por el contrario corrió a auxiliar a su amigo, sin escuchar las órdenes de «¡alto o disparo!» proferidas por uno de los guardias civiles. Cuando fue a separar al otro guardia civil, que seguía golpeando a Leandro, se escuchó un disparo. Macario cayó de bruces encima de su amigo del alma y en medio de un charco rojo de su propia sangre.

Con el revuelo causado, con Raimundo enloquecido al ver que habían matado a su hijo, nadie reparó que Estanislao estaba en el suelo con las manos en el pecho y perdiendo poco a poco la expresión. La impresión por lo acontecido le había provocado un ataque al corazón. Tras más de 30 años trabajando de peón caminero ya pensaba en una relativamente próxima jubilación a la que no llegó.

Poco a poco fueron llegando familiares. Dominica, la mujer de Estanislao; y Antolina, la madre de Macario, que fue a pie desde Población acompañada de varias vecinas. Rotas, tuvieron que ser atendidas por los lugareños.

Un monolito erigido en el lugar, con la fecha y el nombre de Macario Alonso, recuerda estos hechos.

Fernando Estévez cuenta en su libro que Macario, en el momento de nublársele la vista para siempre, pudo ver como una lechuza alzaba el vuelo. Y que algún vecino de Población asegura que la noche anterior otra lechuza sobrevoló la casa de Macario y sus padres, Raimundo y Antolina, ululando y posándose en la ventana de la vivienda. 

Gracias a Fernando Estévez se ha recuperado la memoria de estos hechos y la consideración de que en algunas culturas la lechuza simboliza la mala suerte y se tiene la creencia de que su vuelo y sonido son presagio de desgracias.