Mikel Garciandía

Carta del obispo

Mikel Garciandía

La Carta del obispo de Palencia


SE LLENARON DE ALEGRÍA AL VER AL SEÑOR

07/04/2024

Decíamos la semana pasada que la resurrección del Señor nos pillaba desprevenidos, impreparados. Un acontecimiento de este calibre no podía ser fruto del esfuerzo, de una proyección del deseo humano de la necesidad de esquivar a la muerte. Creer en Jesucristo resucitado tampoco es algo obvio, no es ni mucho menos lo normal. Venimos de un cristianismo con un claro componente sociológico, cultural. Y nos sigue sorprendiendo y dejando perplejos, la dejación y el abandono de la práctica de la fe, así como la mengua de nuestras comunidades cristianas.
Por ello, necesitamos ir a la raíz, al origen, al momento en que empezó todo. Una situación de decadencia no se soluciona apretando filas y redoblando el esfuerzo. Los creyentes hemos de plantearnos si nos vemos reflejados en aquella primera comunidad cristiana, y si nuestra visión del mundo es la que aparece en el relato fundacional de la Iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles sustituye en el Tiempo Pascual a las lecturas del Antiguo Testamento: lo viejo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Y esto no es una teoría, esto debe ser una opción de toda la comunidad.
Pero volvemos a lo mismo. Parece muy voluntarista decir que el cristianismo es nuevo, cuando culturalmente la modernidad consiste en pasar página a la idea de revelación y tradición cristianas. ¿Dónde está el núcleo y el punto de apoyo para sostener la pretensión de la Iglesia Católica de que en ella se puede uno encontrar, con el camino, con la verdad y con la vida, una vida que vence al mal y a la muerte? Y la respuesta no puede ser una idea, un dogma, una doctrina. O la respuesta es sencilla, concreta y profunda, o no hay nada que hacer.
Pongo un ejemplo. Estamos en la campaña de la declaración de la renta, en la que en las parroquias vamos a recordar a los fieles que de poner la X en la casilla de la Iglesia depende parte de la labor asistencial, caritativa y transformadora de la Iglesia. Este año la campaña ha tenido el acierto de ir a la vida concreta. Se ha invitado a un grupo de personas que nunca han colocado la X en la casilla de la declaración, a conocer unas cuantas actividades que dependen de la campaña. Y durante varios días recorren distintas instituciones y proyectos en favor de necesitados, marginados, descartados de la sociedad. Y el resultado, nada forzado ni impostado, es patente: quedan sorprendidos por todo el bien que se realiza de una manera discreta, eficaz, y profundamente humanizadora y afirman que en adelante apoyarán a la campaña, independientemente de su credo o ideología.
Pero aún no hemos tocado el núcleo de la cuestión. En el libro de los Hechos de los apóstoles leemos hoy: «en el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía... Todos eran muy bien vistos. Ninguno pasaba necesidad». ¿Por qué estos hombres y mujeres vivían así? ¿Qué les había pasado? ¿De dónde les venía esa fe, por qué eran tan diferentes? 
Y la respuesta la hallamos en los evangelios: «al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros... les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor». Esta, y ninguna otra, es la clave para entrar, para entender, para vivir la fe: un regalo inesperado. La vida espiritual sólo crece cuando hace el viaje del esfuerzo al regalo. El mero esfuerzo da como fruto la depresión, el fariseísmo o el cinismo. El regalo da como fruto un yugo llevadero y una carga ligera.
El cristianismo es paradoja: una pesada carga ligera, que cuanto más la llevamos, más ella nos lleva. Jesús resucitado carga con nosotros, nos ha perdonado y nos hace libres para amar, para compartirlo todo. La ascesis tiene sentido sólo si termina en mística. No es que Tomás sea peor que los demás, simplemente no estaba en la comunidad cuando se les presentó Jesús. Y gracias a su ausencia, nosotros sabemos que no hemos de desesperar, que, en cualquier recodo del camino, podemos recibir la visita del Amigo, del Esposo, del Señor. Los católicos no somos, héroes, simplemente somos poetas. 
Queridos lectores, ¡alegría y paz!