La escena ocurre a principios de los años cuarenta en Madrid. «Los clientes de los cafés son gentes que creen que las cosas pasan porque sí, que no merece la pena poner remedio a nada. En el de doña Rosa, todos fuman y los más meditan, a solas, sobre las pobres, amables, entrañables cosas que les llenan o les vacían la vida entera…Hay tardes en que la conversación muere de mesa en mesa, una conversación sobre gatas paridas, o sobre el suministro, o sobre aquel niño muerto que alguien no recuerda…En estas tardes, el corazón del café late como el de un enfermo, sin compás, y el aire se hace como más espeso, más gris, aunque de cuando en cuando lo cruce, como un relámpago, un aliento más tibio que no se sabe de donde viene, un aliento lleno de esperanza que abre, por unos segundos, un agujerito en cada espíritu».
Es el bar de La Colmena, de Camilo José Cela. Justo en esa época, en 1941 abrió el Café-Bar Ratón de Paredes de Nava, gestionado por el matrimonio formado por Julián y, será otra de esas casualidades, por Rosa, el mismo nombre que la dueña del café de Cela. Y allí entre partidas de naipes sobados, en otro momento cargadas de humo, cruza alguna vez ese relámpago, ese aliento más tibio que no se sabe de donde viene. Ese aliento lleno de esperanza descargó hace quince años y lo hizo en forma de décimos de lotería, de 900 millones de las pesetas aquellas del siglo XX.
Y hasta aquí, si no hubiera más, sería la misma historia sobre un bar donde ha tocado la lotería; algo poco usual, pero no tan extraordinario como la historia humana que en el caso paredeño aflora quince años después. Y lo hace por un motivo concreto, por un anuncio de televisión. Recientemente, Loterías del Estado ha publicado un cuento navideño que no ha dejado a nadie indiferente. Narra la historia de un bar de barrio en el que ha tocado el Gordo de Navidad y los clientes lo celebran entusiasmados dentro de un ambiente entrañable, copas de champán y una música que atrapa al espectador. Hasta el bar de Antonio, que así se llama su dueño, llega el apesadumbrado Manuel, habitual del local, pero que olvidó comprar el décimo premiado. En su rostro se adivinan dos disgustos: el de no poder compartir la alegría de sus amigos y el de la ilusión rota por la cantidad de agujeros que aquel hombre podría haber tapado si hubiera portado el boleto afortunado. Sus ojos se humedecerán cuando se crucen con los del camarero Antonio. Le quiere cobrar veintiún euros por un café. No, no solo por un café, también por el décimo que le había guardado. El aliento de esperanza se abre un agujerito en los espíritus, como diría Cela. La calidad de la imagen y la música del anuncio se encargan del resto.
El creador del anuncio y director general creativo de Leo Burnett, Juan García Escudero, ha desvelado algunas curiosidades de la campaña del spot de la Lotería de Navidad. Ha señalado que «el anuncio está inspirado en una historia real, pero que acaba de una forma más realista. Su tío, Enrique de Soto, que trabajaba en el Hospital San Telmo, se fue de vacaciones un año en Navidad y no pudo comprar el décimo de siempre. «Nadie se acordó de guardárselo y justo tocó. Y mi abuela nunca se creyó que no le había tocado. Se nos ocurrió la idea de que sería bonito llegar a tu bar de toda la vida y ver que te han guardado el boleto».
El ‘Bar Ratón’ . Un relato similar al televisivo y que tanto éxito ha cosechado, ya ocurrió silenciosamente en Paredes de Nava hace quince años. Si Cela escribió La Colmena, compuesta por celdas madrileñas, nuestra provincia tiene lugares con su propia Colmena rural aún por escribir. Son enclaves cargados de recovecos y hexágonos capaces de sorprendernos para bien o para mal. Esa Colmena palentina aporta regularmente noticias e historias, pero en este caso, el Bar Ratón nos deja un sabor dulce, nos habla de las buenas gentes de Palencia.
El 11 de septiembre de 1999 el primer premio de la Lotería Nacional recayó en el número 85063, cuatro de cuyas series las vendió la Administración número 4 de la capital palentina, que regenta María del Carmen de la Parte. Una de esas series, la que contenía el décimo agraciado con el premio especial de 500 millones de pesetas, se repartió en el Bar Ratón, un establecimiento ubicado en la carretera de circunvalación de Paredes de Nava que, por costumbre, tienta a la suerte con guarismos que acaban en 3. Así lo explica María del Carmen Gijón Penche, que con su marido, José Manuel Valencia Redondo, mantuvieron e hicieron crecer un negocio heredado de sus padres y que ahora regenta su hijo Julián. «Entonces vendíamos unos cuarenta décimos a la semana, después de que tocara más de cien».
La confirmación en el teletexto y la llamada de la lotera terminaron por desatar la alegría, y es que a cada décimo le correspondían unos 10 millones de pesetas. Eliseo Segovia, un cosechador almeriense, realizaba la campaña en la comarca de Campos. Recuerda que el día que tocó la lotería había estado en Cisneros y que, ya en Paredes de Nava, después de ducharse y dormir la siesta, se encontró en la calle a Santos Fernández. Este le avisó de que había tocado la Lotería donde Ratón, «pero no me lo creía, porque Santos siempre estaba de broma. Y si fuera verdad, pensé… así que para allá que fui, y según me acercaba, más convencido estaba de que era cierto que había tocado». Se acercó al bar receloso, a pesar de ser habitual del local no había pagado, ni recogido la lotería de esa semana. Entró en el Ratón y bastaron unos segundos para saber que no debía haber dudado. El camarero y él se miraron y se cruzaron dos sonrisas. Sí que le habían guardado el décimo, que recogió tras el preceptivo desembolso a posteriori.
Eliseo Segovia, aunque no ha visto el anuncio porque apenas tiene tiempo que dedicar a sentarse frente al televisor, es el Manuel de la historia, pero no el único. Los dueños del Ratón habían guardo décimos a tres personas. Precisamente con otro de estos tres agraciados de última hora fue con quien mantuvo una curiosa conversación. «Estábamos los dos charlando y pasó un Mercedes. Si me toca la lotería me compro uno como ese». Y así fue, porque según cuenta, se dio el capricho. Con 58 años, sigue en el «lío», es decir, cosechando por la zona, y es que «la cosa está muy mal». Hoy es el día en que cada vez que se acerca a Paredes de Nava, el Ratón es la primera parada. Solo tiene palabras de agradecimiento hacia María del Carmen Gijón y José Manuel Valencia. «Nosotros somos muy leales y, a cada uno, lo suyo», afirma el matrimonio al recodar aquel gesto de 1999.
Primitivo Pisa también tiene un espacio en este artículo. Él, que no jugaba nunca a la lotería, se llevó el décimo que quedaba en la barra del Bar Ratón el día de la Virgen de Carejas, patrona del pueblo cuya festividad se celebra el 8 de septiembre. La lotería tocó el sábado 11, en plenas Fiestas del Señor y Primitivo era el encargado de tirar los cohetes hasta el fin de los Benditos Novillos. Ese día, ante las insistentes preguntas sobre si era uno de los afortunados, mantuvo la incógnita: «Si me hubiera tocado tiro los cohetes a tomar viento...». Llegó a casa y a su mujer ya se lo habían contado. Continuó negándolo hasta el día siguiente, que ya enseñó el décimo que guardaba en el coche a su esposa. Desde entonces, juega todas las semanas. «Un dinero que no he tocado. No me ha hecho falta», subraya.
La última página de La Colmena incluye el deseo de uno de sus protagonistas: «Cuando esté trabajando y gane dinero, le compraré unos pendientes a la Filo. Y otros a Purita». Son nuestras ilusiones las que nos hacen seguir caminando, pero son las relaciones humanas las que nos hacen ver las cosas de una u otra manera. Por eso ha tocado tantos corazones el intercambio de miradas entre el cliente y el camarero del anuncio de la Lotería de Navidad.