Hace 50 años Paredes de Nava vivió su particular metamorfosis, favorecida por la presencia del Instituto Secular Siervos de la Iglesia fundado por Dino Torreggiani en 1948. Éste llegó a la localidad terracampina el 28 de diciembre de 1962 y el 27 de enero de 1963 comenzó la actividad, pionera en la provincia, del Oratorio, centro infantil juvenil de recreo según el patrón italiano en torno al que se impulsa el cambio. En buena medida esa transformación se debe a Mario Pini que, como el flautista del cuento, atraía a todo chaval que andaba suelto por aquellas calles sin asfaltar, cargadas de cantos con los que abastecer de munición los abaleos, localismo con el que se conocía a las continuas batallas con lanzamiento de piedras entre los distintos ejércitos infantiles reclutados en los diferentes barrios en los que se estructuraba el casco urbano de Paredes. El carisma del que tanto se habla en los últimos años, especialmente en el ámbito político, es una cualidad evidente en ese Siervo de la Iglesia. Hablamos del carisma auténtico, el que deriva directamente del griego, no del adquirido en cursillos o mediante un gabinete de prensa. La forma en que cincuenta años después hombres hechos y derechos hablan con admiración del considerado pieza esencial del proyecto hace pensar en que este hombre posee un don especial, ese que le hizo convertirse de Mario en Don Mario.
«Supieron aglutinar a la gente joven de Paredes y recogernos, que estábamos un poco desperdigados», señala Carlos Pajares Álvarez, quien subraya que Don Mario es de las pocas personas que, transcurrido el tiempo, piensas que ha sido una fortuna conocer. «Hasta aquellos que en un principio pensaban mal se rindieron a la evidencia», enfatiza Francisco Fernández Paredes, que en esta mirada al pasado afirma que «era un sufrimiento para un crío que te castigaran; tres días sin entrar en el Oratorio era como quedarte solo en el pueblo. Esperabas en la puerta llorando, con cara de bueno, a que te perdonaran». «Don Mario salía de la Casa y llegaba a Santa Eulalia rodeado de quince chiguitos», describe Valentín Asenjo Revuelta, quien a renglón seguido apostilla que cuando se abría la puerta del Oratorio, «igual había 50 niños esperando». Quienes pasaron por allí y tuvieron relación con ellos, «sin querer, en su forma de ser, pensar o estar, se nota», indica Carlos Pajares. Francisco Fernández, por su parte, habla de esos siete años como un época de regeneración. En su caso, «lo que soy se lo debo a ellos». Éste comenta otro detalle, relacionado con las muchas actividades que se pusieron en marcha, el coro, y cómo a Don Mario el tono en las riñas le servían para elegir a los integrantes.
La labor de los Padres, como popularmente se les conocía porque en esa Casa primero estuvieron los Paules y los del Espíritu Santo, también se reconocía en los hogares. «En casa estaban tranquilos», anota Valentín Asenjo, que explica que los chavales iban con Don Mario a buscar chatarra y sacar algún duro para gasolina. «Mi padre una vez le dio unas cuantas cosas antiguas para venderlas en Italia, que había ido a ver a su familia», señala.
En su reciente visita enmarcada en la efeméride, incluida la celebración eucarística presidida por el obispo de la Diócesis, Esteban Escudero, Don Mario afirmó que «Paredes era mi pueblo, no creían que fuera italiano, hasta tenía el deje paredeño», aseguró. A su lado estaba entonces José Aumente, hoy por esas cosas del destino párroco de Paredes de Nava hasta finales de agosto, que organizó un reencuentro para revivir esos años. Partícipe de las vivencias durante los primeros pasos, explica que el Oratorio «estaba por encima y por debajo de las parroquias, no nos metíamos en la vida parroquial para nada, ni la catequesis la teníamos aquí. Otra cosa es que había grupos de reuniones o que todos los domingos los niños del pueblo, unos 500, llenaban Santa Eulalia. Se les decían unas palabras, se les daba la bendición y se les sellaba la cartilla. Al final del curso se realiza una excursión y una gran fiesta, a la que venían invitados de 16 pueblos».
En 1964, eran contados los televisores que había en el pueblo. En torno a este aparato, José Aumente menciona una de las anécdotas que recuerda de esos años. «Un domingo en la iglesia Don Alejandro, que no solía ir, le dijo a Don Mario ¡agárrese fuerte que voy a darle una noticia!. Les he encargado un televisor. Después, nos tocó pagarlo». Aquel ingenio electrónico y la programación de dibujos animados atraían tanto a los chavales que llegaban las ocho y podían estar haciendo cualquier cosa que lo dejaban todo. «Era espectacular, tanto es así que en una pizarra se ponía lo que iba a haber en la televisión, para que decidieran si podían ir a jugar o no», comenta.
Las alternativas de ocio -y también de formación- que Los Padres ponían a disposición de los chavales abarcaban desde el chapolín, el villar, el futbolín, el ping pong, los juegos de mesa (nunca a las cartas porque se jugaba dinero), el tocadiscos y la música italiana, el Monopoly, el cine, el fútbol y el teatro hasta las clases para los hijos de inmigrantes. Todo ello forma parte de unos «años dorados», recuerda José Aumente, quien remarca que «era increíble manejar a tantos chavales como entonces, que les tenías que mandar a casa a patadas por la noche». Especialmente representativas fueron las proyecciones cinematográficas en una sala que en la actualidad es una ruina. «Se hizo nuevo, con ilusión, trabajo y dinero que no teníamos. Era bonito y moderno. Creo que es pecado haberlo dejado caer», afirma.
La presencia de los Siervos de la Iglesia en Palencia no se reduce a Paredes de Nava, también tuvieron un colegio en Herrera de Pisuerga, encaminado a encauzar vocaciones. Además, su fundador murió aquí, en 1983. «Él quería venir a España aunque fuera para morir, lo demás no sé si lo ha logrado, eso sí. Vino a visitarme a Castrejón de la Peña, donde yo estaba de párroco y a los tres días falleció, digo que de felicidad», señala José Aumente, que apunta que tras la visita al entonces obispo de la Diócesis, Nicolás Castellanos, éste le dijo que Dino Torreggiani le recordaba a Juan XXIII.
MARIO, EL FUTBOLERO
En esta historia de evolución personal y entrega a un ideal el fútbol jugó un papel protagonista. Hasta una decena de equipos llegaron a formarse en la localidad, abanderados por el futbolero Don Mario. Quienes vivieron esos tiempos, al invocarlos, atestiguan que, sin entrar en apreciaciones de naturaleza deportiva, era todo un espectáculo verle jugar. En aquellos años la sotana era sagrada, sagradísima para él, que cubría con una especie de guardapolvos. Hasta se improvisaba un vestuario con los chavales que sujetaban telas para que no se vieran los pantalones. Jugaban en la era donde hoy se encuentra el Centro de Salud. Ese campo es hoy el sinsabor de Don Mario, y es que, explica, fue un regalo que le hizo una vecina, Doña Margarita, y no se enteró hasta su macha de que Don Alejadro había vendido la era al Ayuntamiento. Cariño, amistad, alegría, respeto y atenciones definen su estancia en Paredes. «Me fui muy triste y con con un dolor muy grande. Era más que mi casa, más que mi pueblo», revela. Recuerda que le confió a Juan el canario: «Le faltaba un ojo pero cantaba divinamente. Poco después me escribió una carta en la que me decía que había cantado dos o tres horas y murió».
JUAN BARAZZONI
El relevo de Mario Pini lo recogió Juan Barazzoni. Éste tenía muchas capacidades, aunque no la de dirigir el Oratorio con el talento con el que lo hizo su predecesor. El perfil de Barazzoni, quien murió recientemente en Italia, era el del intelectual. Testimonio es el libro La música en Paredes de Nava, que publicó en la colección Estudios Locales de la Institución Tello Téllez de Meneses. El proyecto se encaminó pendiente abajo y naufragó mediada la década de los 80.