JAVIER DE LA CRUZ Y CARMEN CUESTA
A lo largo de la historia la mujer ha sido objeto de violencia por el mero hecho de ser mujer. Socialmente considerada inferior y carente de derechos, su agresor se sentía legitimado en su actuación violenta.
En Palencia, al igual que en el resto del país, pocos son los juicios y demandas de divorcio existentes antes del siglo XXI. Sólo unas pocas mujeres, normalmente de elevado estatus cultural y económico, se atrevían a presentar una denuncia. Lo habitual era que la esposa maltratada tuviese que convivir con su agresor hasta el final de sus días.
¿CONCILIACIÓN? EN EL SIGLO XIX. Las pocas mujeres que se atrevían a denunciar tenían antes que dar un paso previo, acudiendo a un acto de conciliación. Eso es lo que hicieron en la ciudad de Palencia en 1867 Sebastiana Feijó, casada con Marcos García, y Clara Prieto, casada con Eleuterio Cedillos.
Ambas reclamaron, tal y como figura en los documentos del Archivo Histórico de la Provincia de Palencia, que se iniciase una demanda de divorcio. Sebastiana «por los malos tratamientos que de hecho la han dado y por lo que la ha inferido de palabra más las amenazas de quitarla la vida y exigirla por otra parte ejecute actos y asientos en hechos delictivos y reprobados». En el caso de Clara «por sevicia (crueldad excesiva o trato cruel) y malos tratamientos de palabra y obra llamándola puta, zorra, granuja, y otros dicterios amenazándola de que ha de matarla».
Ambas sufrieron abusos no sólo físicos, sino también verbales y psicológicos y, en el caso de Sebastiana, además espiritual, al verse obligada a realizar actividades que iban contra sus valores, pues las consideraba delictivas. El acto de conciliación en sí era un nuevo ejercicio de violencia machista. Un acto con una fuerte estructura androcéntrica ya que las mujeres tenían que acudir con un hombre bueno, cuya labor no era apoyar a la mujer sino advertirle de «los gastos y disgustos que había de traerles un litigio».
Para los hombres el proceso era distinto. También disponían de un hombre bueno pero en este caso su papel era apoyar el discurso del marido que tenía casi siempre una misma estructura: la negación o minimización de los hechos y la manipulación afectiva afirmando «que la quiere y la estima como muger legítima que es y que los deseos del que dice vivir como Dios manda y en su compañía».
LA VISIÓN PERIODÍSTICA EN EL SIGLO XX. En el primer tercio del siglo XX, las cosas no parecen haber cambiado mucho. Si hacemos un seguimiento de la prensa de la época, la violencia de género sigue siendo un asunto privado y sólo sale a la luz pública cuando genera un desorden. Es lo que ocurrió el 7 de agosto de 1927 y que narraron tanto El Diario Palentino como El Día de Palencia en sus ediciones del día siguiente: «En la madrugada de ayer y desde los balcones de su domicilio, reclamó el auxilio del sereno municipal del distrito la esposa del vecino de esta población Santos Manrique,...El motivo de acudir en demanda de auxilio a dicho agente de la autoridad era el verse maltratada por su marido, quien tras de discutir acaloradamente con ella, la agredió violentamente».
La crónica nos cuenta que «el sereno del distrito acudió para prestar el auxilio que se le demandaba, mas el furioso marido no solamente continuó su actitud, sino que además se insolentó con el agente municipal en forma descompuesta...». La información termina diciendo que «Santos Manrique ha sido multado por orden gubernativa, sin perjuicio de otras sanciones que pudieran corresponderle».
De la lectura de las crónicas de los periódicos se deduce que la intervención no obedece al acto violento en sí, sino al escándalo que se produce en la noche, síntoma de la privacidad en que aún se vivía la violencia de género. Por otro lado, la sanción al agresor no lo es por maltratar a su esposa, sino por su desobediencia e insultos al sereno. Y es que tanto en los juicios de conciliación como en la prensa se puede comprobar cómo las mujeres sufrían una victimización primaria, es decir, la violencia directa ejercida sobre ellas, y otra secundaria, la derivada de la relación con el sistema jurídico y con la valoración social del hecho.
Los propios titulares con los que en ambos periódicos se refieren a la agresión: Mal esposo o Marido cariñoso hoy en día los consideraríamos algo más que inapropiados. Ambos reflejan que aún quedaba mucho por hacer para que la sociedad viese la violencia de género como una conducta grave, constitutiva de delito y necesitada de una actuación específica.
PERSPECTIVA ACTUAL. Los documentos históricos nos ayudan a constatar el cambio que la sociedad ha experimentado en relación con la violencia de género. De un asunto considerado privado, nadie ya pone en duda que el maltrato a la mujer sea un problema social.
Los casos de violencia machista han salido de la página de sucesos de los periódicos para ser tratados como una lacra en las páginas de sociedad. La evolución ha sido evidente, aunque a la vista de los resultados quede mucho por hacer.
Nunca como hasta ahora ha habido tantos medios y recursos para luchar contra la violencia de género. Y nunca como hasta ahora se han realizado tantas campañas de sensibilización. Sin embargo, no parece ser suficiente si nos atenemos a las trágicas cifras de víctimas mortales.
La jefa de la Unidad de Violencia de Género en Palencia, Milagros Manchón, cree que gran parte de la sociedad sigue viendo el maltrato como algo ajeno: «No lo vemos como algo que nos puede llegar a pasar a cualquiera y por eso no somos capaces de ponernos en el lugar de la víctima».
Milagros Manchón considera que todavía a la sociedad le cuesta reaccionar y son pocas las personas que actúan ante casos de violencia doméstica «y a lo mejor no es tanto llamar a la policía cuando oímos gritos como interesarnos por esa mujer, posible víctima de malos tratos, para ofrecerle nuestra ayuda».
Una víctima tarda mucho en denunciar su situación por miedo a su agresor pero también por la falta de apoyo que encuentra entre las personas de su círculo de amistades.
El testimonio de una víctima de malos tratos a la que no identificaremos por encontrarse todavía bajo medidas de protección, recuerda que tardó en ser consciente de que era una víctima de violencia de género.
«A pesar de lo que me estaba sucediendo no me identificaba como víctima, yo veía en televisión los casos de otras mujeres y no me veía reflejada. Mi cabeza se negaba a reconocer que yo era una de ellas».
Por lo general, una vez que las mujeres son conscientes de lo que están pasando el sentimiento de soledad es enorme. «Mi agresor consiguió que me alejara de mis amistades, él logró que me quedara sola y sus amigos claramente se iban a decantar por él, porque lo tenían por una buena persona».
Ella pudo apoyarse en una compañera de trabajo para acudir a la Comisaría de Palencia y denunciar su situación. Ahora ha decidido ayudar a otras mujeres a salir de los malos tratos a través de un programa de voluntariado «porque si yo he podido salir, otras mujeres con mi ayuda también».
LA IMPORTANCIA DE LA PREVENCIÓN. La responsable de la Unidad de Violencia de Género y la víctima de malos tratos que nos ha contado su dura experiencia, coinciden en señalar la importancia de educar en la prevención de la violencia de género.
Normalmente los esfuerzos se centran sobre todo en prevenir los malos tratos en las chicas, «pero si no educamos o concienciamos a los chicos no se conseguirá nada. Es relativamente fácil detectar si un joven de 15 ó 16 años no tiene un comportamiento normal con las chicas».
La necesidad de rectificar o reconducir comportamientos sigue siendo una prioridad. La lucha contra la violencia de género es una cuestión que debe implicar a toda la sociedad.
Todos desde nuestro ámbito personal o laboral podemos rechazar, prevenir o denunciar el maltrato.
«Arrinconar» al agresor y que la víctima se sienta protegida y respaldada, es clave para seguir avanzando en una sociedad que apuesta por la igualdad entre hombres y mujeres. Combatir la violencia de género es sin duda una misión que nos corresponde a todos.